Iniciando la Carrera Investigadora: La Arrogancia de los Jóvenes Científicos y Tecnólogos

Humildad y prudencia deben guiar los primeros pasos de un joven investigador y tecnólogo. Tal hecho será valorado muy positivamente por sus mentores y compañeros

Aunque parezca políticamente incorrecto señalarlo, la llegada de los jóvenes investigadores y tecnólogos a un departamento o laboratorio frecuentemente genera ciertos dolores de cabeza a sus mentores y compañeros más avezados en la materia. La arrogancia de algunos novatos puede alcanzar límites hilarantes. A menudo, al ponerse la bata por primera vez, se creen ungidos  súbitamente por una sabiduría divina, y más aun si atesoran algunos conocimientos recientes sobre tecnologías que no dominan los científicos senior. El desprecio a los mayores tampoco suele escasear.  El Premio Nóbel P.B. Medawar, en su libro recientemente reeditado por la Editorial Crítica (2011) Consejos a un Jóven Científico”, nos narra lo que parece ser una constante durante décadas sino siglos. Yo mismo lo he padecido en numerosas ocasiones con los jóvenes pre-doc que tuve a mi cargo. Eso sí, también debo reconocer que comencé mi carrera patinando como otros muchos jovenzuelos, historia que seguidamente os narraré.

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Jóvenes investigadores. Primeros pasos en un Laboratorio. Fuente: BGSU

Paseaba a los treinta y tantos por el pasillo de mi Centro, con los pantalones sucios y medio rotos (ropa de faena para comenzar la preparación de las muestras de suelos a analizar) cuando una jovencita recién llegada, de cabeza altiva, arropada por una incólume bata blanca con el cuello levantado me espetó. ¡Oye chico!, cárgame las muestras en el ascensor. Solícito, abrí la puerta le pegue una tremenda patada a la carretilla que acarreaba su material y me largué tan pancho, comentándola “Dr. Ibáñez a partir de ahora para dirigirte a mi ¿vale? Por cierto, ¿quien es tu jefe?”. Una advertencia-amenaza drástica a tiempo puede ahorrar muchos esfuerzos posteriores. En su monografía, Medawar, cuanta mil anécdotas.

Detesto que me llamen Dr. Ibáñez. Prefiero simplemente Juanjo. Ahora bien impertinencias las mínimas. ¿Vale?. Hay que parar los pies a la arrogancia que dimana de la inexperiencia. Resulta lógico que muchos de los ciudadanos que comienzan a realizar su labor investigadora salgan de las aulas universitarias aprendiendo nuevas tecnologías que los científicos senior no dominan. Por tal motivo se les ficha frecuentemente. Pero hacer ciencia o tecnociencia es algo mucho más complejo.

Ahora bien, como ya os mentamos en nuestro post “¿Cómo Debe Autodenominarse un Joven Investigador y/o Tecnólogo?, los jóvenes se ufanan de sus habilidades soslayando que un instrumental novedoso jamás puede ser rival del potencial turístico de hipótesis audaces. Sin embargo, la escasa experiencia de estos últimos les impide reconocer que son unos recién nacidos para la indagación científica, por lo que tienen mucho más que aprender que enseñar. Como señala, Medawar, tal síndrome de superioridad parece encontrarse directamente relacionado con la edad del investigador senior, que cuando  es muy madurito muchos, ya antes de conocerlo, lo consideran un fósil viviente. No obstante, otros novatos se inclinan por una actitud excesivamente aduladora con vistas a ganarse a cualquier precio la confianza de sus jefes, antes que lo hagan otros rivales. Para ser sinceros, personalmente considero estos últimos son mucho más conflictivos y peligrosos que los arrogantes, pero ese es otro asunto.

Con demasiada frecuencia,  estos jóvenes se lamentan que “todo el trabajo lo hacen ellos”, mientras sus mentores se dedican a charlar por teléfono y escribir documentos. Y al juntarse varios, a la hora de comer (por ejemplo), arremeten contra los senior por su vagancia. En este sentido urge explicarles, por las buenas o por las malas, que tal actitud aparentemente cómoda de los mayores resulta ser un tedio imprescindible. Son ellos los que consiguen la financiación e instrumental mediante los proyectos competitivos que les restan tanto tiempo de elaborar en su despacho. También son los que usualmente redactan los artículos y publicaciones, mientras sus “retoños” van adquiriendo los conocimientos necesarios como aprendices, por citar tan solo otros ejemplos. Dicho de otro modo, tal aparente esclavitud-explotación a la que se encuentran sometidos no resulta ser más que un producto de su desconocimiento y calenturienta fantasía. Eso sí, también es cierto que, a veces, los directores sí se aprovechan indebidamente del trabajo de sus subordidados. Pero ese también es otro asunto.

En las Universidades se enseña ciencia y tecnología, pero nada en absoluto de cual es la dinámica de la investigación en acción. Y de tal falta de conocimiento deriva el problema aludido.  Si bien algunos jóvenes con su manejo de instrumentales enseñará algo al equipo, este se lo devolverá con creces (o así debía serlo) mediante otro tipo de “sabidurías” imprescindibles. Con vistas a que no me consideréis un viejo cascarrabias, os narraré mi primer gran error cuando tal jovenzuelo impertinente inicié mi tarea investigadora de la mano de Antonio Bello.

¿Quién lleva a cabo la parte relevante de una Investigación?

Antonio tenía curiosidad por esclarecer la autoecología de un nematodo fitoparásito de los robles. Y tal indagación paso a ser el tema de mi tesis de licenciatura (o tesina). Él partía en pocas semanas para un laboratorio escocés, por lo que se esforzó en enseñarme a extraer del suelo e identificar aquél “bicho”, entre otra miríada que se me mostraban ante la lupa binocular. Él se aplicó también para adiestrarme en llevar a cabo otros análisis complementarios como estimar el carbono, pH, textura del suelo, etc. Y luego se fue con sus colegas escoceses, que formaban parte del equipo de un proyecto de la OTAN (NATO) en el que se incluía mi estudio. Durante dos meses trabajé duro y termine el trabajo solo, ya que la campaña de campo para la recogida de muestras la habíamos realizado, lógicamente, con anterioridad.

Como joven arrogante, pensaba que yo había llevado a cabo todo el trabajo. Poco tiempo después de regresar y revisar los datos, Antonio Bello me mostró un borrador de artículo, basado principalmente en mis aportaciones (aunque incluía más, algunos suyos y otros de sus amigos escoceses), en el cual mi nombre aparecía en tercer lugar entre la lista de cuatro autores. Seguidamente me solicitó que lo leyera y le comentara mi opinión. Empero como yo creía ser el hacedor de la mayor parte del trabajo, se lo devolví con alguna observación, tachando mi nombre del manuscrito en muestra de protesta por su desconsideración conmigo (obviamente no me hizo caso alguno).  Pero analicemos seriamente los hechos: (i) ¿Quién se había percatado del interés de aquel nematodo y las posibles repercusiones de nuestro estudio? (ii) ¿Quien me había enseñado a analizar las muestras e identificar el bicho? (iii) ¿Quién había conseguido la financiación con vistas a llevar a cabo el estudio? y (iv) ¿Quién había redactado cuidadosamente el manuscrito?. Sencillamente Antonio Bello. ¿Y que había hecho yo?. Sencillamente el papel de un técnico de laboratorio bien adiestrado gracias a la paciencia de mi mentor. Tan solo se trataba de la parte mecánica. Sencillamente la apreciación de mi rol en tal investigación era totalmente errónea. Obviamente, pasados los años yo tuve que padecer arrogancias de tal calibre por parte de varios becarios predoctorales. Eso si, mi estupidez, con independencia de las que tuve que padecer después, no tenía excusa alguna, como la de otros muchos muchachitos que se creen dioses cuando comienzan a gatear cual bebes por un laboratorio.

Obviamente se trata tan solo de un ejemplo entre otros muchos, por no decir miles. Empero la primera lección a  aprender por el joven investigador, deviene en que uno debe comenzar a conocer los cimientos del negocio antes de espetar juicios de valor que tan solo dejan constancia de nuestra ignorancia y estupidez. La mayoría de los jóvenes que comienzan su labor investigadora deben entender por su bien que todo les ha sido enseñado, por lo que en realidad en sus periodos momentos iniciáticos no aportan nada personal de sustancia.

Juan José Ibáñez

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4 comentarios

  1. Hola juanjo, me gustó mucho lo que escribiste porque ahora estoy haciendo la segunda edición de mi libro: «Consejos a los jóvenes que quieren ser científico», en cuanto salga del horno te lo enviaré
    saludos

  2. Hola Francisco,

    M alegro que te sea útil. Suerte con el libro. Un abrazo

    Juanjo

  3. La humildad es lo que hace sabiduría. Porque la sabiduría no es tanto conocimiento en sí mismo, sino una actitud hacia el conocimiento.

  4. Juanjo me atrevo a denominarle el Sindrome del Pasante. La simple poseción de un «cartón» pensamos que nos vuelve sabios Por lo tanto muy procliver a pertenecer a la cofradia de los Sumos Sacerdotes de la Verdad Absoluta hasta que la terca realidad a base de Tortazos nos bajs de nuestra nube Convendria prevenir a los futuros graduados de ese peligro.

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