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Salvador Dalí. Fuente: Arte y Diseño

El primer día de clase que imparto la asignatura de “La Metodología de la Investigación Científica”  en un Master de postgrado de la UPM, comienzo afirmando. ¡Todos lleváis ya siete años en la universidad, en una carrera de ingeniería, por lo que sabéis sobradamente que es la ciencia o la tecnología. ¿No?. Todos asienten sonriendo y asintiendo con la cabeza. Supongo que deben pensar este profesor es idiota.  Y continuo: ¿Si?. A ver tú: ¿qué es la ciencia?. Y ahí comienzan sus tribulaciones, dudas, titubeos e incoherencias.  Seguidamente, y una vez han comprendido que el asunto dista mucho de ser trivial, espeto: ¿pero al menos sabréis que distingue la ciencia de otros tipos de conocimiento humano?. ¿No?. Y vuelvo al turno de preguntas, aunque esta vez ya ni sonríen ni asienten. Comienzan a ponerse nerviosos. Cuando la clase va dando a su fin les provoco con otra pregunta: ¡Resumiendo!: ¿Tras siete años aquí, se supone que estudiandono sabéis ni en que consiste vuestra actividad?. ¡Silencio sepulcral!. Sonrío y termino señalando ¡tranquilos la mayor parte de los científicos tampoco!. Por eso estáis aquí. Yo os explicaré estas cosas, aunque no hay respuestas sencillas y sí mucha confusión al respecto.

Hará aproximadamente dos años un colega del CSIC en la “Semana de la Ciencia”, me invito a que impartiera en su Instituto una charla sobre filosofía de la Ciencia. Sinceramente dude mucho, ya que comenzar preguntando  a mis colegas ¿qué es la ciencia?, ¿Qué es el método científico? , podía dar lugar a que me lincharan por sentirse ofendidos. Siendo menos provocativo, seguí el mismo discurso. Y según mi amigo, a buena parte de los investigadores que asistieron les gusto la disertación.

No soy un listillo, que martirizo al personal pretendiendo demostrar que atesoro unos conocimientos enciclopédicos, sino más bien todo lo contrario. Si un día me propuse indagar sobre esos temas, fue el producto de un infortunio, de una enfermedad, que según los galenos, me impediría seguir investigando en el campo los suelos. Me iba, según ellos, a quedar inválido. Dicen que cuando “Dios cierra una puerta, abre una ventana”. A mí me abrió un ventanal, si bien los galenos se equivocaron, afortunadamente.

No existe contestación inequívoca a las preguntas que les hice a los alumnos. Pero hagamos otras, ¿Qué es la vida? ¿Qué es una especie biológica? ¿Qué es un suelo? Y así ad nauseam.  En este sistema de bitácoras un catedrático de física intento abordar el asunto haciendo gala de una ignorancia supina. Su post me soliviantó, por cuanto discernir que lo que no es ciencia es superstición, deviene en juzgado de guardia y una posterior y larga condena en una mazmorra. Y así comencé a impartir en esta bitácora el  “Curso Básico Sobre Filosofía y Sociología de la Ciencia”, que dicho sea de paso ha tenido una gran aceptación.

Y es que realmente, en casi en ninguna facultad del mundo se enseña a los alumnos en que consiste la filosofía de la ciencia, y cuando ocurre suele ser en las facultades de humanidades.  ¿Curioso no?. La mayor parte de los filósofos de la ciencia fueron matemáticos y físicos que aportaron grandes hallazgos a sus respectivas disciplinas científicas. ¡No, no eran profesores de humanidades precisamente!, algo que la gente ignora por completo.

Pero si retomamos las preguntas implícitas en el título del post. Resulta que un biólogo no puede definir la vida inequívocamente, un taxónomo que es una especie biológica (se han propuesto más de 24 conceptos), y la definición más aceptada resulta ser la que genera mayor confusión. ¿Y qué decir de un suelo o del propio universo?. ¡Peor aún!.

Para ofrecer un concepto o definición de vida, no digamos perfecto, pero al menos cerca de serlo, haría falta entender realmente que es la vida en toda su plenitud y esplendor. Y para comprenderla en su enorme complejidad resulta imperativo conocer todos los vértices de un poliedro de miles de caras o facetas. Pero hablemos de física: ¿Qué es la materia: cuales son los elementos constitutivos de la materia?. ¿Lo sabemos?. Conocemos algo, pero queda mucho por indagar.  

Si entendemos como ciencia madura una que puede definir en toda su plenitud su objeto de estudio, pronto deberemos aceptar que no existen ciencias dignas de llevar tal calificativo, ya que de lograrlo, prácticamente  habría cumplido todo su cometido. Entender la vida o la materia plenamente nos conduciría ineludiblemente a poder hacer casi cualquier casa con ellas. Pero no es el caso. Utilizamos los vocablos de “ciencia madura” con una candidez que raya con la estupidez. Como se dice en España que atrevida es la ignorancia”. Empero son muchos los científicos que creen trabajar en disciplinas maduras. Y si se les lleva la contraria se enfurecen. Reitero: “que atrevida es la ignorancia”. No necesitamos una pequeña dosis de humildad, sino cantidades ingentes.

Algunos afamados científicos (bastantes premios nobeles entre ellos) suelen vaticinar que “en X años entenderemos «perfectamente la materia», la vida o lo que sea”. Ser un gran experto en na especialidad concreta, dista mucho de poder considerase a uno mismo o a los demás personas sabias. Son eruditos en lo suyo pero nada más.  Sus profecías no proceden de la sabiduría, sino justamente manifiestan lo que a posteriori dicen detestar en nombre de la c¡ciencia: “la magia” y una “bola de cristal”.  Y como suelen ser nefastos para esas lides, no dan una en el clavo ni una vez. Nunca se cumplen sus predicciones.

La historia de las ciencias nos narra que, “en ocasiones”, la comunidad científica cree haber dado en el clavo. Empero pronto surgen refutaciones contundentes y hay que volver a empezar (“begin to begining”). Nos vendría muy bien a todos que nos impartieran  un buen  “Curso Básico Sobre Filosofía y Sociología de la Ciencia”, ya que personalmente soy un aficionado, aunque apasionado por este tipo de conocimiento.

A algunos colegas les aterra ese desconocimiento, no queriendo reconocerlo. Hay que aprender a vivir en la incertidumbre. Pero mientras tanto, y a la hora de llevar a cabo esa maravillosa aventura que resulta ser la indagación científica, debemos clamar esa fantástica frase: “ser realistas y pedir lo imposible”.

Juan José Ibáñez

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