Desde que el hombre moderno se esparció por el Planeta, la biosfera cambió drásticamente. Sostener que le presunto periodo geológico denominado Antropoceno debe retrotraerse tan solo al periodo industrial, no puede defenderse apelando a razones científicas, sino puramente ideológicas y egocéntricas. El estudio de la paleoecología, arqueología del paisaje y paleontología en sistemas insulares demuestra palmariamente como la pérdida de especies y la transformación de sus paisajes prístinos fue adiacrónica y siempre relacionada con la llegada del hombre, como ya comentamos un nuestro post: “El Antropoceno: ¿Un Nuevo Periodo Geológico? y “El Antropoceno y la Sexta Extinción”. Tal hecho pone en entre dicho, el posible impacto de los cambios climáticos, al menos en numerosas ocasiones. La misma historia, con variantes locales, se repite una y otra vez. Hoy escogeremos el caso de la llegada del pueblo Maorí a Nueva Zelanda, que constata (un ejemplo más entre otros muchos) como en pocas décadas esta cultura (pueblo bastante guerrero, por cierto) alteró drásticamente el paisaje, tras generar la extinción de las presas de gran tamaño, que fueron fácil presa para ellos. Si uno desea aumentar la población de herbívoros, o aclaran el terreno para su puesta en cultivo, el fuego resulta ser un arma esencial y a menudo suficiente. Y así fue, también introdujeron otros depredadores, una agricultura incipiente y numerosas especies que hoy denominaríamos invasivas. En muchos aspectos se me antoja que la historia se remite ad nausean. Y al incendiar bosques, con vistas a aclarar los espacios potencialmente agropecuarios, generaron de paso una intensa erosión, que acaba de ser constatada en una investigación reciente.

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Paisajes forestales dominantes antes de la colonización maorí Fuente: NZ Southern Traveller

Los maoríes llegaron a Nueva Zelanda en tiempos históricos, al parecer desde Hawai. Tal hecho acaeció, más o menos, hace unos 700 u 800 años (aunque las cifras varían según la fuente consultada). Lo que nos relata la nota de prensa de la que hablamos hoy (cuyo artículo original fue publicado recientemente en la revista PNAS) son los efectos de tal colonización, ya que, al perecer el territorio no padeció la presencia del hombre con anterioridad. No tardaron mucho en generar una extinción masiva de especies, como las de de mayor tamaño.  Aclararon la densa cobertura vegetal preexistente mediante el fuego, induciendo una intensa erosión del suelo. Digamos de paso que la extinción de las aves gigantes no voladoras en aquellos sistemas insulares, prácticamente carentes de mamíferos (al parecer en nueva Zelanda, dos especies de murciélagos), es una constante reiteradamente constatada en la literatura científica. En este caso concreto se trata de aves gigantes, no voladoras (por atrofia de sus alas para adaptarse a la vida terrestre ausencia de alas), denominadas moas.

Se especula si estos animales fueron presa de cambios climáticos o de la devastadora acción del hombre, empero fueron adiacrónicas y siempre ligada a una colonización humana más o menos reciente. El estudio que presentamos hoy no parece dar lugar a dudas, al pueblo maorí le bastaron unas pocas décadas con vistas a dejar los paisajes prístinos casi irreconocibles. Con vistas a realizar tal arqueología del paisaje, los investigadores firmantes del artículo llevaron a cabo análisis polínicos, estudio de carbones, diatomeas de los lagos, etc. No cabe duda que la química de estos últimos también cambió.

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Paisajes herbáceos muy extendidos tras la colonización maorí. Fuente: NZ Southern Traveller

Dicho de otro modo, las grandes extinciones y transformaciones paisajísticas causadas por el ser humano se remontan siglos o milenios atrás (según los casos), por lo que cabe pensar que el gran cambio global, así como las deforestaciones masivas a escala planetaria no son productos de nuestra portentosa tecnología, como también parece haberse demostrado en el caso de las praderas norteamericanas, por citar tan solo un ejemplo.

Y como resultado de tales perturbaciones, la edafosfera también mutó, como los microclimas y mesoclimas de numerosos territorios. Pérdida de suelos (mayor abundancia de Regosoles y Leptosoles) y nutrientes, crecimiento de deltas en muchos casos, drásticas transformaciones en los horizontes superficiales de los suelos (debidos al reemplazo de los suelos forestales por praderas y pastos, con propiedades muy diferentes).

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Nueva Zelanda, fauna y paisaje Primigenios. Fuente: Eastern Moa

Eso sí, en el caso de los maorí, la estructura trófica también fue drásticamente alterada, debido a la introducción de depredadores como los perros, extinguiéndose, no sé porque razón la rapaz diurna más grande de la que tengamos noticias.  Dicho de otro modo, las especies introducidas-invasivas también son consustánciales en la colonización de nuevas tierras. En cualquier caso, nadie duda de que con la llegada del hombre occidental, el drama ecológico aumentó exponencialmente. Los artículos de Wikipedia al respecto son bastante instructivos y didácticos, por lo que os animo a que los leáis. De hecho, si las fechas son correctas, los maoríes no tuvieron a penas tiempo de consolidar unas prácticas sustentables y modos de vida  en armonía con la naturaleza.

Juan José Ibáñez

Algunos párrafos de la Wikipedia Española

Nueva Zelanda se ubica en el límite entre dos placas tectónicas, la Placa del Pacífico y la Placa Australiana. Esto provoca el vulcanismo a través de todas las islas, especialmente la Isla del Norte.

Nuevas Zelanda formado por dos grandes islas, la Isla del Norte y la Isla del Sur, junto a otras islas menores.

Debido a su aislamiento del resto del mundo, Nueva Zelanda tiene una flora y fauna endémica extraordinaria. Antes de la llegada de las primeras personas, el 80% de la tierra estaba cubierta por bosques, existiendo praderas y estepas de tipo tussok en el tercio occidental de la Isla del Sur, más exactamente en las Planicies de Canterbury

Hoy en día existen unas 1.500 especies de vegetales en el archipiélago y la costa occidental de la isla del Sur contiene una de las zonas más grandes de bosques mixtos autóctonos, destacándose el gigantesca conífera kauri y el helecho arborescente de hasta 15 metros de altura llamado Cyathea dealbata de la familia de las ciateaceae. Antiguamente, la vegetación dominante era el bosque mixto de hoja perenne, con espesos sotobosques poblados de musgos y grandes helechos primitivos. Sin embargo, el denso bosque sobrevive sólo en los parques nacionales y reservas naturales.

Desde principios del siglo pasado se han venido introduciendo gran cantidad de especies de flora exótica, sobre todo coníferas procedentes de América del Norte, de rápido crecimiento y de gran importancia comercial, aunque la incorporación de algunas de estas especies ha causado serios problemas ecológicos, ya que se extienden rápidamente por los bosques autóctonos sustituyéndolos paulatinamente. La especie más utilizada es el pino de Monterrey, Pinus radiata, usado en muchos otros lugares del mundo como Chile o España, y que sin embargo está amenazado en su área originaria de distribución, el sur de California.

La fauna resulta aún más sorprendente que la flora, hasta aproximadamente fines del siglo XVIII vivió en el territorio neozelandés unas de las mayores aves conocidas, las moa gigantes (Dinornis robustus, Dinornis giganteus) y la mayor de las águilas que haya existido la Harpagornis moorei, en los espesos bosques y selvas todavía persiste el curioso kiwi, en las nieves de los Alpes del Sur una especie de loro llamada kea, en islotes casi inaccesibles la mayor especie viviente de loro, el kakapo que es incapaz de volar, en las copas de los árboles la cacatúa, rinoquétidos como el kagú y otras variedades curiosas de pájaros como (…). Los únicos mamíferos autóctonos son dos especies de murciélagos

Early Settlers Rapidly Transformed New Zealand Forests With Fire

ScienceDaily (Dec. 14, 2010)New research indicates that the speed of early forest clearance following human colonisation of the South Island of New Zealand was much faster and more intense than previously thought.

Charcoal recovered from lake-bed sediment cores show that just a few large fires within 200 years of initial colonization destroyed much of the South Island‘s lowland forest. Grasslands and shrubland replaced the burnt forest and smaller fires prevented forests from returning.

The findings — by an international team led by Dave McWethy and Cathy Whitlock from Montana State University– have just been published in the journal Proceedings of the National Academy of Sciences in the United States and will be explored further under new grants from the National Science Foundation Geography and Spatial Science (GSS) and Partnerships in International Research and Education (PIRE) programs.

Previous studies by co-authors Matt McGlone and Janet Wilmshurst at Landcare Research in New Zealand showed that closed forests covered 85-90% of New Zealand prior to the arrival of Polynesians (Māori ) 700-800 years ago, but by the time Europeans settled in the mid 19th century, grass and shrubs had replaced over 40% of the South Island’s forests. Despite this information, questions over the timing, rapidity, and cause of the extensive forest clearance have remained.

The international team of scientists reconstructed the environmental history of 16 small lakes in the South Island, New Zealand. They used pollen records to reconstruct past vegetation, charcoal fragments to document fires, and algae and midge remains to quantify changes in lake chemistry and soil erosion.

The cores showed several high-severity fire events occurred within two centuries of known Māori arrival in the 13th Century.

«The impacts of burning were more pronounced in drier eastern forests where fires were severe enough to clear vast tracts of forest and cause significant erosion of soils and nutrients. Because the initial Māori populations were small, we can only conclude that forests were highly vulnerable to burning,» McWethy said.

Wilmshurst said archaeological evidence suggests that successful cultivation of introduced food crops, such as kumara and taro, was only possible in warmer northern coastal areas and the starch-rich rhizomes of bracken fern, which replaced the burnt forests, provided an essential part of Māori diets in colder regions.

«In their efforts to increase the productivity of lowland forests for food, Māori encouraged a more heterogeneous and economically useful fern-shrubland at the same time as making travel easier to search for food and stone resources for making tools,» Wilmshurst said.

Newly derived records of past climate enabled the team to disprove the hypothesis that unusual climate conditions encouraged fire at around the time of Māori settlement.

«Our evidence suggests that human activity was the main cause of the fires, and that these fires were not related to any unusually dry or warm conditions at the time,» McGlone said.

Before human arrival in New Zealand, fire was naturally rare in most forests, with lightning-started fires occurring perhaps only once every 1-2 thousand years.

«What is remarkable is that small mostly subsistence-based groups of people were able to burn large tracts of forests throughout the relatively large South Island (151,215 km2) in only a few decades,» McWethy said.

Whitlock said «Changes in the fossils and chemistry of the lake sediments showed that soil erosion followed initial forest clearance. In some regions, this degradation was exacerbated by intensive clearance in the 19th Century by European pastoralists who developed the land for grazing sheep and farming

This study shows the extent to which a small number of settlers can transform a vast and topographically complex landscape through land-use change alone, and highlights how exceptionally vulnerable New Zealand forests were to fire in the past. The authors suggest that understanding the history of people and fire in New Zealand will help researchers and managers develop informed forest fire management and conservation strategies.

Story Source: The above story is reprinted (with editorial adaptations by ScienceDaily staff) from materials provided by Montana State University, via EurekAlert!, a service of AAAS

Abstract Original

Rapid landscape transformation in South Island, New Zealand, following initial Polynesian settlement: David B. McWethya et al. 2010

Humans have altered natural patterns of fire for millennia, but the impact of human-set fires is thought to have been slight in wet closed-canopy forests. In the South Island of New Zealand, Polynesians (Māori), who arrived 700–800 calibrated years (cal y) ago, and then Europeans, who settled ∼150 cal y ago, used fire as a tool for forest clearance, but the structure and environmental consequences of these fires are poorly understood. High-resolution charcoal and pollen records from 16 lakes were analyzed to reconstruct the fire and vegetation history of the last 1,000 y. Diatom, chironomid, and element concentration data were examined to identify disturbance-related limnobiotic and biogeochemical changes within burned watersheds. At most sites, several high-severity fire events occurred within the first two centuries of Māori arrival and were often accompanied by a transformation in vegetation, slope stability, and lake chemistry. Proxies of past climate suggest that human activity alone, rather than unusually dry or warm conditions, was responsible for this increased fire activity. The transformation of scrub to grassland by Europeans in the mid-19th century triggered further, sometimes severe, watershed change, through additional fires, erosion, and the introduction of nonnative plant species. Alteration of natural disturbance regimes had lasting impacts, primarily because native forests had little or no previous history of fire and little resilience to the severity of burning. Anthropogenic burning in New Zealand highlights the vulnerability of closed-canopy forests to novel disturbance regimes and suggests that similar settings may be less resilient to climate-induced changes in the future.

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3 comentarios

  1. […] Desde que el hombre moderno se esparció por el Planeta, la biosfera cambió drásticamente. Sostener que le presunto periodo geológico denominado Antropoceno debe retrotraerse tan solo al periodo industrial, no puede defenderse apelando a razones científicas, sino puramente ideológicas y egocéntricas. El estudio de la paleoecología, arqueología del paisaje y paleontología en sistemas insulares demuestra palmariamente como la pérdida de especies y la transformación de sus paisajes prístinos fue adiacrónica y siempre relacionada con la llegada del hombre, como ya comentamos un nuestro post: “El Antropoceno: ¿Un Nuevo Periodo Geológico? y “El Antropoceno y la Sexta Extinción”. Tal hecho pone en entre dicho, el posible impacto de los cambios climáticos, al menos en numerosas ocasiones. La misma historia, con variantes locales, se repite una y otra vez. Hoy escogeremos el caso de la llegada del pueblo Maorí a Nueva Zelanda, que constata (un ejemplo más entre otros muchos) … [Seguir leyendo…] Compromiso social por la ciencia Master Site Feed Posts […]

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