Ciencia, Cognición, Aprendizaje y Percepción del Mundo

No podemos alcanzar una visión objetiva del mundo. En nuestras categorías “taxonomía y clasificaciones”, y “filosofía y sociología de la ciencia”, hemos ido analizando diversos aspectos acerca de cómo el hombre percibe, procesa y analiza el mundo. Del mismo modo, también criticamos lor procedimientos del reduccionismo científico imperante, por pretender reducir toda entidad a sus componentes básicos, para luego intentar ensamblarlos de nuevo y dar cuenta de su estructura y dinámica, ya que se dejan muchas cosas en el camino. Por ejemplo, hoy en día, son muchos los tecnófilos que insisten en reducir la identificación de la biodiversidad al código de barras genético, o los edafólogos matemáticos que perseveran en erradicar las taxonomías de suelos tradicionales con vistas a reemplazarlas por otras basadas en el procesamiento numérico de sus propiedades individuales. ¡mas de lo mismo!. Ese ¡no es el camino!.

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Círculos, 1982. Fuente: Eusebio Sempere, Poeta de la Geometría

 

La percepción que un individuo atesora del mundo, se encuentra constreñida tanto por el funcionamiento de su aparato cognitivo, como por los sesgos de la cultura en la que crece, sin olvidar las vivencias (experiencias) propias de cada cual (traumas, frustraciones, etc.). No podemos alcanzar una visión objetiva del mundo, tanto más si adicionalmente consideramos que nuestros sistemas sensoriales son bastante limitados, por mucho que la ciencia vaya rompiendo barreras al ofrecernos nuevos instrumentos con vistas a percibirlo desde perspectivas más variadas.

También hemos dado cuenta, de que existen suficientes evidencias como para corroborar que la mente humana procesa la información de una manera muy concreta, que emula a las soluciones estructurales de que dispone la naturaleza a la hora de llevar a cabo una dinámica concreta. Por esta razón, introducimos coloquialmente el vocablo de metaciencia, en contra posición a la ciencia convencional, a la hora de distinguir aquellos escasos estudios que pretenden indagar en el mundo natural analizando simultáneamente al observador y lo observado como una dupla indisociable.

Uno de los procesos básicos de que hace uso la mente humana consiste en categorizar, es decir fragmentar el continuo natural (auque a veces lo vislumbremos a modo de entidades individuales) en categorías discretas fácilmente reconocibles. Estas, a la postre son organizadas en clasificaciones o taxonomías jerarquizadas que tienden a adquirir una estructura fractal. Por esta y otras razones, defendimos que, desde ciertos puntos de vista, nuestra mente es fractal, exponiendo algunos ejemplos para el caso de los cartógrafos de suelos.  

Cuando detectamos, observamos, coleccionamos, identificamos y nombramos los objetos, naturales o no, tradicionalmente, los científicos de campo, hacemos uso de nuestro aparato sensorial, sin desglosar sus diferentes componentes, por mucho que la vista sea esencial. De hecho, un taxónomo de suelos utiliza el tacto con extremada precisión para valorar “cuantitativamente” la textura (y en menor medida) la estructura del suelo. Incluso la lengua y el oído pueden ser de mucha importancia, a la hora de entender ciertos rasgos que no vamos a detallar aquí. En cualquier caso, a un taxónomo, ya sea biólogo, edafólogo, geólogo, etc., le suele bastar una mirada, más o menos rápida, para identificar con una alta probabilidad, de que taxón se trata e incluso intuir si es nuevo (no descrito con anterioridad). Y esa instantánea consiste en algo más que la mera vista, aunque no nos percatemos. Esta ha sido siempre mi tesis.

Nuestro aparato cognitivo, junto con los filtros culturales, adiestramiento y experiencias personales, nos dicta que es interesante, que peligroso, que rasgo es insustancial, cual relevante, etc., etc. De no ser así, las culturas aborígenes no podrían haber sobrevivido a los riesgos que entraña cualquier ambiente habitable.

Y esa manera inconsciente de analizar el mundo es puramente holística. Pero por mucho que se hable de ciencia multidisciplinar y transdisciplinar, la primera se usa tan solo en algunas ocasiones, mientras que la segunda deviene en “rareza”. Nos encontramos constatando, una y otra vez, que resulta extrañadamente complicado subir los peldaños que van desde los elementos componentes de un sistema hasta el funcionamiento global del mismo. Que el todo es más que la suma de las partes nadie lo discute en la actualidad. Empero entender el proceso y sus causas, a nivel operacional, ya es otro asunto. Un caso paradigmático resulta ser el del genoma humano, cuya secuenciación dio lugar a que se pensara que muchas expectativas previas se alcanzarían con gran inmediatez. Sin embargo, no ha sido así. Ahora ya comienza a entenderse la importancia de la metagenómica y del microbioma humano, entre otras exquisiteces ante la imposibilidad de dar cuenta del ¿individuo?, tan solo secuenciando el ADN de los genes que habitan en las células eucartiotas de sus tejidos. La cuestión estriba en que ni tan siquiera sabemos que resulta ser un individuo. ¿Somos tales o verdaderos ecosistemas?.  No volveremos a entrar en esta materia, por cuanto hemos hablado de ella en numerosas ocasiones, para el disgusto de los toca-genes más recalcitrantes y de otros reduccioncitas acérrimos. 

Sin embargo el reto sigue sin poder resolverse. El reduccionismo se pierde en los detalles, a la par que, mediante su perspectiva, resulta difícil discernir lo importante de lo espurio en el comportamiento de los sistemas de la naturaleza (incluido nuestro propio aparato cognitivo), que suelen ser extremadamente complejos y sometidos a las vicisitudes de muchos determinantes “ajenos” o equívocamente no considerados integrantes del “todo” a analizar.

Reiteramos que la dicotomía hombre-naturaleza, o mente cuerpo, como todos los antónimos”, pueden ser más confundentes que clarificadores cuando son llevados más allá de su dominio de aplicabilidad, lo cual ocurre con harta frecuencia. ¿Cuál es la diferencia entre un ente discreto y uno continuo?. La ciencia contemporánea se encuentra en pañales a la hora de resolver este tipo de dilemas que, dicho sea de paso, son esenciales para su propio progreso. En consecuencia, las pretensiones de deconstrucción de las clasificaciones tradicionales y su reemplazo por otras cuantitativas, puede ilegitimizarse.  Aquellas no disciernen adecuadamente, más que introduciendo “otros elementos subjetivos” en su ecuación (¿que variables son más importantes?, ¿que algoritmos debo utilizar para discernir bien entre las categorías de mi constructo objetivo?), justamente aplicando el procedimiento  que detestan y denuncian: La “subjetividad”.

Las siguientes noticias que os muestro hoy dan cuenta de ese pensamiento holístico inato que atesoramos, desde puntos de vista muy dispares: la lectura, y el reconocimiento de nuestros semejantes.

Hasta que no entendamos que la objetividad pura es inalcanzable, muchos colegas permanecerán atacando injustamente unos modos de proceder y reconocer que son innatos a nuestro aparato cognitivo. Más aun sus ataques no han dado lugar a mejores sistemas de clasificación en ningún caso que yo conozca.

Y es que eliminarnos de la ecuación, soslayar al ser humano de la ciencia que él crea, deviene en un craso error.

Juan José Ibáñez                     

 

La velocidad de la lectura

Publicado por Joaquín Rodríguez el 6 Julio, 2010; Bitáscora “Los Futuros del Libro

 Uno de los misterios esenciales del aprendizaje de la lectura es el de la invariabilidad: nuestro cerebro aprende a pasar por alto, progresivamente, las variaciones irrelevantes de los caracteres y, al contrario, a maximizar o ampliar las diferencias relevantes. Es decir: un lector cualquiera, para poder tener siquiera la posibilidad de descifrar un texto, tiene que pasar por alto las diferencias de rasgos ornamentales que constituyen una letra (imagínense si tuviéramos que aprender cada una de las “t” de cada una de las familias tipográficas que existen para poder entender la  palabra “tarugo”). (…).

 Ese aprendizaje de la invariabilidad, que nos permite comprender millones de textos distintos independientemente de la fuente que utilicen, también afectan a su tamaño o cuerpo, el lugar que la letra o la palabra ocupe en la página o la forma que adopte el carácter (cursiva,  negrita, etc.). Ese es parte del misterio del aprendizaje de la lectura. Sabemos que ocurre y que es así porque practicamos una suerte de economía de la lectura que, sin embargo, debe amplificar cambios aparentemente pequeños: si, al contrario, escribo “tinta” o “pinta”, sabremos que lo primero sirve para escribir y, lo segundo, para celebrar que mañana ganará alguna de las dos selecciones que se enfrenta en el Mundial. Una simple letra retrata dos campos semánticos completamente distintos.  (…)

 ¿De qué nos conocemos?

FUENTE | CORDIS: Servicio de Información en I+D Comunitario; 10/07/2010

Tanto los humanos como los macacos son capaces de reconocer los rostros de amigos y animales de forma inmediata gracias a mecanismos de procesamiento holístico.

Sin embargo, científicos de Alemania, Corea y Reino Unido han descubierto que estos mecanismos no son tan efectivos cuando las caras observadas se invierten y cuando se observa a otras especies. Sobre los descubrimientos del estudio se ha publicado un artículo en la revista Proceedings of the Royal Society Biological Sciences.

El autor principal del estudio, el Dr. Christoph Dahl del Instituto Max Planck de Cibernética Biológica (Alemania), explicó que los humanos nos acostumbramos a las caras de otra gente desde la más tierna infancia. «Aprendemos a reconocer las pequeñas diferencias que contribuyen a distinguir a los individuos», por ejemplo la nariz grande del padre o las cejas pobladas del tío.

Los monos también son capaces de distinguir a cada miembro de su grupo de una forma similar a la de los humanos gracias al procesado de la información que reciben de forma directa del rostro de cada individuo. Pero esta capacidad común a humanos y monos sólo sirve para reconocer a individuos de la propia especie.

El reconocimiento de coespecíficos (miembros de la misma especie) se consigue de un modo holístico en cierto sentido, es decir, procesando el rostro como un todo perceptual y no como una serie de características independientes. No obstante, rasgos faciales como la boca, la nariz y los ojos así como la proporción de la cara siguen siendo importantes. «A pesar de que en primer lugar nos fijamos en los ojos, nuestras funciones neuronales asimilan el rostro al completo», indicó el Dr. Dahl.

En el estudio referido, los científicos utilizaron el llamado efecto Thatcher para estudiar los mecanismos del reconocimiento facial en macacos y humanos. El efecto Thatcher consiste en invertir los ojos y la boca en un retrato. La alteración de los rostros es obvia si se observa la imagen del derecho, pero apenas es distinguible si el rostro se invierte.

«Los rostros en los que se han rotado 180 grados los ojos y la boca son grotescos sólo si se observan del derecho. Del revés es difícil reconocer las diferencias entre una cara normal y una con ojos y boca invertidas», explicó el Dr. Christian Wallraven de la Universidad de Corea, otro de los autores del estudio.

En el experimento se mostraron a 22 humanos y 3 macacos rhesus 40 fotos digitales a color de rostros neutros de humanos y macacos rhesus. Estas caras se recortaron y se situaron sobre un fondo gris. Los estímulos habían sufrido dos manipulaciones: una foto con ojos y boca girados y puesta del derecho y otra simplemente puesta del derecho. Después ambas imágenes se giraron 180 grados.

Los mecanismos de procesamiento holístico que poseen humanos y primates les permitieron detectar incluso los cambios más leves en las características faciales cuando los rostros se presentaron del derecho. Sin embargo, esta capacidad se vio considerablemente mermada cuando los rostros se mostraron del revés. Los científicos también descubrieron que los mecanismos no son completamente efectivos si se trata de rostros de otras especies, pues ni los humanos ni los macacos participantes en el estudio prestaron mucha atención a los rostros extremadamente grotescos de la otra especie.

«Ha debido ser una ventaja evolutiva muy grande tanto para nosotros como para nuestros semejantes los monos el ser capaces de reconocer en concreto los rostros de nuestra especie y también desarrollar mecanismos de procesamiento similares», concluyó el Dr. Wallraven.

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