La Corte de los Borbones

CONGRESO INTERNACIONAL:

LA CORTE DE LOS BORBONES. La crisis del modelo cortesano

Madrid, 14-16 diciembre 2011

 

Durante el siglo XVIII, el término de “civilización” estuvo estrechamente unido al de progreso. Esta noble y optimista doctrina arranca del Renacimiento y llega hasta la Revolución francesa e incluso la traspasa hasta nuestros días. Ambos términos (“progreso” y “civilización”) reflejaban la conciencia de un cometido particular de Europa en la evolución de la humanidad, cometido al que habría llegado gracias a los adelantos del comercio, la industria, la imprenta y, en definitiva, al avance de las ciencias y de las artes. Este progreso aún se pensaba dentro de un modelo cortesano de Monarquía en el que la filosofía práctica clásica aún tenía clara influencia. La organización política de las Monarquías europeas seguía siendo el despotismo o absolutismo ilustrado. En la Enciclopedia, Diderot aún defendía que el orden político tiende “al mayor bien del cuerpo social”. El honnête homme, que había sustituido al cortesano italiano como modelo, aún vivía en un mundo cortesano. Paul Hazard afirma que este personaje, modelo del tiempo de la Ilustración: “Enseñaba la cortesía, virtud difícil, que consiste en agradar a los demás para agradarse a sí mismo; decía que había que evitar los excesos, incluso en el bien, y no blasonar de nada, salvo del honor. Se formaba por una continua disciplina, por una voluntad vigilante; es una empresa difícil impedir al Yo que se desborde, obligarlo a n valer más que como componente de un valor común- tal obligación requiere un heroísmo discreto; el honnête homme sólo parece todo gracia porque regula su fuerza interior y la gasta en armonías”.

En su Discour sur les sciencies et les arts, Rousseau afirmó que existe relación entre la vida moral del hombre y el desarrollo de la cultura. Esta inversión de los valores naturales en la sociedad ha provocado la sustitución de la realidad por la apariencia. Al hombre moderno no le importa lo que es, sino lo que parece ser. La apariencia no nos muestra lo que el hombre es, sino encubre su naturaleza original. El hombre se ha alienado de su propio ser y ha adquirido un ser artificial. El hombre moderno vive fuera de sí y basa su vida en la opinión más que en la naturaleza. Las artes y las ciencias necesitan para florecer una atmósfera de lujo y de ocio; surgen, en realidad, de vicios del alma. La sociedad dominada por las artes y ciencias está llena de desigualdad.

De esta manera, el lenguaje también dejó de ser un medio válido de comunicación para convertirse únicamente en instrumento de jerga social carente de sentido. La polémica podría ser superficial mientras la retórica fuese el arma decisiva, pero el objetivo de Rousseau era distinto: “Había visto que todo depende radicalmente de la política y que como quiera que se tome, ningún pueblo será jamás otra cosa que lo que su gobierno quiera ser”. Esto es, el problema de la moral llevaba al problema de la política: “Mientras que el gobierno y las leyes persiguen la seguridad y el bienestar de los hombres reunidos, las ciencias, las letras y las artes, menos despóticas y quizás más poderosas, extienden guirnaldas de flores sobre las cadenas de hierro con que aquellos hombres están cargados, ahogan en ellos el sentimiento de esa libertad originaria para la que parecían haber nacido, les hacen amar la esclavitud y forman lo que se llama pueblos civilizados”. Rousseau ponía en crítica el modelo político en el que vivía, que no era otro que el sistema de “corte”: el modelo (paradigma) cortesano de Monarquía en el que la filosofía práctica clásica aún tenía clara influencia. No se debe olvidar que la organización política de las Monarquías europeas seguía siendo el absolutismo ilustrado.

Para Rousseau, el hombre natural sería el verdadero hombre una vez que se le despoja de los adornos de la cultura sirviendo de norma ideal para juzgar las organizaciones de la vida humana. El filósofo ginebrino sabía muy bien que la sociedad era un hecho irreversible, pero lo que pretendía era hallar una organización social que potenciase la naturaleza humana. Por consiguiente, la organización política era el objetivo de su escrito. La civilización era la culpable por encubrir la fuente de los males sociales. Por consiguiente, lo que ponía en crítica Rousseau en su discurso era la imagen antropológica que era comúnmente aceptada por la Ilustración. Esta imagen correspondía con la del cortesano del siglo XVIII. En la contestación que el filósofo ginebrino escribió al memorial crítico que Charles Bordes dedicó al Discour sur les sciencies et les arts, aparece con claridad esta crítica al mundo cortesano, organización política de la época: “Cuanto más se corrompe el interior, más se compone el exterior; es así como el cultivo de las letras engendra insensiblemente el civismo. El gusto también nace de la misma fuente. Siendo la aprobación pública el primer premio de los trabajos literarios, es natural que los que se ocupan de ellos reflexionen sobre los medios de agradar; son reflexiones que a la larga forman el estilo, depuran el gusto y extienden por todas partes el gusto de la urbanidad. Todas las cosas serán, si se quiere, el suplemento de la virtud, pero nunca se podrá decir que sean la virtud y rara vez se asociarán a ella. Siempre habrá esta diferencia: el que se vuelve útil trabaja por los demás, pero el que solo piensa en volverse agradable solo trabaja para sí”. Esta aguda reflexión era rematada con el siguiente epitafio que, a nuestro juicio, descalifica el modelo cortesano que Rousseau contemplaba: “El adulador, por ejemplo, no ahorra ningún trabajo para agradar y, sin embargo, solo hace daño”.

MEMORIA FOTOGRÁFICA DEL CONGRESO.

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