La muerte feliz

I hurt myself today
To see if I still feel
I focus on the pain
The only thing that’s real

The needle tears a hole
The old familiar sting
Try to kill it all away
But I remember everything

Hurt, por Johnny Cash

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«No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, pero agota el ámbito de lo posible»

Píndaro, poeta griego clásico.

Así comienza «El mito de Sísifo» de Albert Camus, un ensayo filosófico dedicado al suicidio. En este pequeño librito, se discute el valor de la vida comparando ésta al mito de Sísifo, una metáfora del sufrimiento y hastío vital: elevar una piedra hasta la cima de una montaña, y antes de llegar, ver como la piedra rueda ladera abajo, repitiendo una y otra vez el frustrante proceso.

El mito de Sísifo, por Tiziano

El transfondo filosófico de este libro es realmente serio: ¿qué alternativa hay al suicidio? El absurdo de la vida ha sido ampliamente debatido por hombres de ciencias y letras, artistas y hombres de cualquier condición. La inutilidad de la vida probablemente se haya cruzado por nuestra mente, en algún momento, en algún lugar.

Nos centraremos en suicidios en el ámbito científico. Ya hablamos de este tema en una entrada centrándonos entonces en algunos personajes matemáticos. Aquí continuamos enumerando otros grandes genios (también del ámbito de la Física) que no superaron la búsqueda del sentido o transcendencia en la vida; para muchos, en sus propias investigaciones.

Por ejemplo, Paul Ehrenfest. Nació en 1880 en Viena. Fue discípulo de Boltzmann y tuvo como maestros a Hilbert, Klein, Nernst, Stark y Schwarzschild. Se doctoró por la Universidad de Viena en 1904 con una tesis sobre el fenómeno de la difusión, mediante interpretaciones estadísticas en la segunda ley de la termodinámica. Así comenzó el planteamiento de teorías no lineales de sistemas termodinámicos fuera del equilibrio.  Además trató los regímenes cuánticos, incluyendo el estudio de las transiciones de fase en termodinámica. Su mayor contribución fue el denominado «Teorema de Ehrenfest». De manera muy resumida, el teorema  «los valores esperados de los observables en un sistema mecánico cuántico obedecen las leyes clásicas de Newton».

Paul Ehrenfest

Mantuvo una carrera académica prolija, y en palabras de Albert Einstein:

«No sólo fue el mejor profesor que he conocido; también estaba preocupado por el desarrollo y destino de los hombres, especialmente el de sus estudiantes. Para entender a los demás, para ganar su amistad y su confianza, para ayudar a todos los que sufrían y apoyar a los jóvenes talentos, estas eran sus preocupaciones más reales, incluso más que su inmersión en los problemas científicos».

Entre sus estudiantes se formaron grandes físicos y matemáticos: como Paul Dirac, Hendrik Casimir, Werner Heisenberg.

El exceso de trabajo y las persecuciones nazis por su origen judío, le ocasionaron depresiones insostenibles que dejaba entrever en su correspondencia con Albert Einstein. Einstein se preocupó tanto por sus palabras que se dirigió a la misma Universidad de Leiden para que redujeran las tareas de Paul; sin embargo, esto no frenó su ímpetu suicida que acabó con su vida y la de su hijo, que sufría síndrome de Down y al que se llevó consigo, con sendos disparos, en 1933.

Sorprendentemente, uno de sus colegas y mentores, también científico del ámbito físico termoestadístico, murió en circunstancias parecidas, fruto de un suicidio. Fue Ludwig Boltzmann, otro filósofo austriaco de la mecánica estadística, quien predijo cómo propiedades atómicas (carga, masa) determinan las propiedades físicas de la materia (conductividad términa, difusión…)

En 1884, Boltzmann dedujo, a partir de los principios de la termodinámica, la ley empírica de Stefan, formulada en 1879, según la cual la pérdida de energía de un cuerpo radiante es proporcional a la cuarta potencia de su temperatura superficial, y demostró que ésta sólo se cumplía si el cuerpo radiante era un cuerpo negro.

Posteriormente, recibió una cátedra en Graz, Austria, donde fue profesor de Física Teórica y se relacionó con Kirchoff y Helmholtz. Sus primeros atisbos de enfermedad mental se remontan a 1900, comenzando con acaloradas discusiones con colegas de la Universidad de Leipzig, que acababan en abuso verbal e intento de suicidio de Boltzmann. Dos años después, abandona la cátedra de Graz y se marcha a la Universidad de Viena, donde ocupa la cátedra de Ernst Mach, su enemigo acérrimo, al que consideraba una dura competencia.

Su salud mental se iba agravando poco a poco, debido a los continuos ataques de otros científicos en la lucha constante entre atomistas y opositores. No obstante, en su viaje a EEUU, sus teorías se probaron correctas aunque por su carácter irascible, y extremadamente sensible, nunca pudo olvidar las críticas. Así, los  grandes reconocimientos por parte de la Academia de las Ciencias de París y su nobramiento como doctor Honoris Causa en la Universidad de Oxford, no fueron suficientes para evitar su suicidio. Durante unas vacaciones en la bahía de Decino, en Trieste, mientras su mujer y su hija disfrutaban del mar, Boltzmann decidió dejar la vida, poco antes de que sus teorías fueran corroboradas y aceptadas de forma generalizada entre sus detractores.

Planck reescribió la relación de proporcionalidad que Boltzmann había establecido entre la entropía de un sistema y el número de formas de ordenación posibles de sus átomos constituyentes: S = K Ln W, donde K es la constante de Boltzmann, W el número de formas de ordenación posibles y S la entropía del sistema. Esta fórmula forma parte del epitafio en su tumba.

Tumba de Bolztman
Tumba de Ludwig Boltzmann

Otro coetáneo influyente en estos dos científicos fue Paul Epstein. Vivió en la misma época y asistía a los mismos eventos y discusiones. Sin embargo, sus investigaciones fueron más matemáticas que físicas y pertenece a la escuela alemana, en vez de a la austriaca. Sus contribuciones fueron al área de la teoría de números principalmente, en particular, a la llamada función zeta de Epstein, una función de dos variables, utilizada en teoría de representaciones del grupo SL(2,R).

También de orígen judío, como muchos de los científicos de renombre del siglo XX, tuvo que huir de las continuas persecuciones de la Gestapo. Las historias de tortura y mutilación a otros judíos, le llevó a tomar la resolución de suicidarse antes de que eso ocurriera, con una sobredosis de barbitúricos.

Después de su suicidio, la Gestapo alegó que sólo intentaba contactar con él para poner unos papeles en regla. Sin embargo, la llamada «la solución final» de Hitler, dedicada al barrido judío, comenzaría sólo unas semanas más tarde. No sabemos si la actuación de Epstein fue apresurada o podría haberse exiliado, como muchos otros científicos, o si había otras causas para su muerte prematura.

En estos casos expuestos, las causas del suicidio se debieron a las persecuciones nazis y a las presiones científicas. La competitividad en el trabajo es una de las grandes causas de frustración y depresión en el mundo moderno. En entradas venideras, con más suicidios científicos, veremos otras causas, como el alcoholismo, esquizofrenia o el trastorno límite de la personalidad, que también son patrones recurrentes en personas sometidas al estrés continuo de la investigación, la lucha por el liderazgo y la aportación científica, pasando la vida no en vano, sino aportando grandes contribuciones científicas, con muchos sufrimientos y a veces a costa de la vida.

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Manuel de León (CSIC, Fundador del ICMAT, Real Academia de Ciencias, Real Academia Canaria de Ciencias, ICSU) y Cristina Sardón (ICMAT-CSIC).

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2 comentarios

  1. Conmovedora la narraciòn de la triste realidad del hombre que labora incansablemente sin considerar a Dios. Eclesiastès 1:8 «Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede expresar;…».Mateo 11:28 «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.»

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