Estudio y edición de la ´Valeriana`: (´Crónica abreviada de España` de mosén Diego de Valera)

por Eduardo Torres Corominas

Cristina Moya García. Estudio y edición de la ´Valeriana`: (´Crónica abreviada de España` de mosén Diego de Valera), Madrid: Fundación Universitaria Española, 2009.
Cristina Moya García. Estudio y edición de la ´Valeriana`: (´Crónica abreviada de España` de mosén Diego de Valera), Madrid: Fundación Universitaria Española, 2009.

Con el presente estudio y edición de la Valeriana o Crónica abreviada de España de mosén Diego de Valera (Cuenca, 1412- Puerto de Santa María, 1488) queda saldada una vieja deuda contraída desde hace décadas por el hispanismo con la historiografía castellana, pues hasta la fecha no se contaba con una edición crítica –y aun moderna- de la que sin duda constituye una de las más importantes crónicas peninsulares del Cuatrocientos. Gracias a la labor de Cristina Moya García, en efecto, tanto los historiadores como los estudiosos de la cultura hispánica de la Baja Edad Media disponen ya de un texto fiable de la Valeriana elaborado a partir del exhaustivo cotejo de once de los doce ejemplares conservados de la editio princeps (Sevilla, Alonso del Puerto, 1482), cuyo curso, adicionalmente, ha sido enmendado o completado en sus pasajes defectuosos empleando como apoyo dos ejemplares más de la segunda edición (1487), así como el valiosísimo referente de las fuentes manuscritas, cuya precisa localización representa, por otra parte, una de las más meritorias aportaciones del trabajo.

Tal y como la autora explica en las páginas de su estudio, la trascendencia de la Valeriana se debe tanto al hecho de que fuese Isabel la Católica quien, una vez concluida la guerra de Sucesión y pacificado el reino, encargase al humanista conquense la redacción de la crónica, como a la profunda repercusión alcanzada en su tiempo por la obra gracias a una prolongada difusión impresa –contó con veinte ediciones entre 1482 y 1567- que, desde un principio, resultó pionera en la historiografía castellana. No es de extrañar, por consiguiente, que, como producto ideológico al servicio de la Corona –y en particular, de la reina Católica-, Diego de Valera reescribiese en la Crónica Abreviada la historia de España tratando de ponderar y apuntalar –al calor del momento presente, esto es, de la particular encrucijada política vivida en la Península entre 1479 y 1481, período de redacción de la crónica-, la supremacía de Castilla frente a Francia, el entronque de los monarcas españoles con los antiguos reyes godos o la legitimidad dinástica de los Trastámara. De ahí que, sustentada en principios como el goticismo y sometida en gran medida al discurso mantenido por sus fuentes, la Crónica abreviada de España se adhiera a la tradición historiográfica fundada por Alfonso X el Sabio y se erija, a su vez, un jalón indispensable para comprender la labor emprendida por cronistas tan señalados como Ambrosio de Morales, quien, ya bajo el dominio de los Austrias, se sirvió de idénticos argumentos para legitimar la particular concepción de España defendida –frente a ciertos sectores moriscos y judeoconversos- por la Monarquía de Felipe II

No obstante, y conforme se detalla en el capítulo dedicado a la biografía del cronista, la preparación de la Valeriana no representó sino uno más de los numerosos servicios que Diego de Valera ofreció a la Monarquía a lo largo de su vida, pues a la temprana edad de quince años había ingresado ya en la Corte de Castilla como doncel, y vinculado a la misma permanecería –con desigual fortuna y grado de relación- hasta el fin de sus días. Este hecho resultaría a la postre decisivo, pues en el ámbito cortesano encontró el conquense un excelente entorno para completar su formación humanística, lo que le permitiría, andados los años, medrar a la sombra del rey y desarrollar importantes labores bajo su mandato. De este modo, puede afirmarse que Valera encarnó desde su juventud el arquetipo de caballero letrado que, auspiciado por sus conocimientos y no por el manejo de las armas, fue abriéndose paso a lo largo del siglo XV –frente a la clásica nobleza guerrera- en las distintas cortes europeas, donde se demandaban oficiales altamente cualificados para desempeñar las nuevas funciones gubernativas, legislativas, judiciales, diplomáticas o administrativas aparejadas a la expansión de la jurisdicción real y al desarrollo institucional de la Monarquía. Diego de Valera, en efecto, tras haber sido armado caballero en 1435, realizó muy pronto importantes viajes diplomáticos a Francia y Austria, primero (1437); y a Dacia, Inglaterra y Borgoña, después (1443); para culminar poco tiempo más tarde su trayectoria intercediendo en la Corte de Carlos VII de Francia, entre 1444 y 1445, por la liberación del conde de Armagnac, quien a la sazón se hallaba preso en Carcasona. Fue precisamente en el fragor de esta empresa cuando la figura de Álvaro de Luna se cruzó en su camino al intrigar para que Valera fuese apartado de la misión. Desde entonces, el humanista se posicionaría sistemáticamente al lado de los potentados y ricoshombres que pugnaban por terminar con el ominoso condestable, en cuya caída y ejecución Diego de Valera participó activamente. No hay duda, por tanto, de cuál fue su punto de vista a la hora de narrar los hechos acaecidos durante el reinado de Juan II, materia que constituye, por otra parte, el capítulo más original de la Abreviada.

Para los estudios sobre la Corte, la experiencia vital del conquense resulta del máximo interés, toda vez que su larga trayectoria cortesana –fue, además de cronista, diplomático, procurador en cortes por Cuenca, miembro del Consejo real y maestresala- inspiró la redacción de distintas obras que, a pesar de su naturaleza diversa, pueden encuadrarse dentro de un incipiente “discurso cortesano» español. Son, junto a las célebres Epístolas dirigidas a los reyes de Castilla, el Ceremonial de Príncipes, el Doctrinal de Príncipes, el Espejo de verdadera nobleza y el Tratado de las armas, textos en los que Diego de Valera despliega su particular concepción de la monarquía, el ceremonial regio –la puesta en escena de su poder-, la nobleza, la caballería o el ejercicio de las armas, cuestiones todas ellas de máxima importancia para conocer el humus intelectual en el que surgió, siempre en el ámbito peninsular, tanto el sistema político de Corte como la nueva nobleza cortesana. A este variado corpus, en todo caso, podría añadirse sin demasiado esfuerzo su producción historiográfica, de la que forman parte el Memorial de diversas hazañas (sobre el reinado de Enrique IV) y su continuación, la Crónica de los Reyes Católicos (circunscrita al período 1474-1488), así como la misma Valeriana, que fue concebida desde su génesis como speculum principis –la experienia histórica al servicio del buen gobierno- abundante en ejemplos y sentencias de intención didáctica.

Al modo de composición y la estructura de la Crónica abreviada de España dedica Cristina Moya algunas de las páginas más interesantes de su estudio, donde se muestra –al indagar en la génesis de la obra- cuáles fueron los vínculos que unieron, ya desde época temprana, a la princesa Isabel y a Diego de Valera, quien, tras pasar la mayor parte del reinado de Enrique IV alejado de la Corte, a la altura de 1468 se mostraba ya abiertamente partidario de la causa isabelina. Fruto de aquella relación surgiría, una década más tarde, el encargo de redactar la crónica, que por esta razón pasó a formar parte del discurso ideológico “oficial” promovido por los Reyes Católicos al comienzo de su reinado, cuando más necesario se hacía defender su legitimidad dinástica y el ambicioso proyecto político que los jóvenes monarcas encabezaban. De ahí que Diego de Valera, imbuido del mesianismo propio del momento, reinterprete los hechos del pasado en función del contexto contemporáneo y que, por tanto, conciba la historia de España como un largo proceso –de pacificación y unificación dinástica y territorial- cuya consumación sólo se alcanzaría con la subida al trono de Isabel y Fernando. Fueron éstos los presupuestos que inclinaron al cronista a dividir la materia narrativa en cuatro partes dedicadas, respectivamente, a la descripción del mundo conocido a finales de la Edad Media –Valera dibuja una completa cosmografía de Asia, África y Europa-, a la historia antigua de España, a la historia de los godos y, finalmente, a la historia de los reinos peninsulares desde Pelayo a Juan II. Es precisamente en esta cuarta parte, la más extensa y decisiva de la crónica, donde Valera aborda el asunto de la continuidad y legitimidad dinástica en episodios tan controvertidos como los dedicados a Pedro I el Cruel y Enrique II de Trastámara, o donde consagra –ante la inminente guerra de Granada- la figura del Cid como ejemplo paradigmático de caballero cristiano en armas contra el infiel.

Como la autora pone de manifiesto, la preparación de una crónica donde se aprecia una cesura tan marcada entre la primera parte –una cosmografía universal- y las tres siguientes –un recorrido diacrónico por la historia de España- tuvo su particular correlato en las fuentes empleadas por el conquense, múltiples en el primer caso –entre las que se hallaba la misteriosa Historia teutónica– y más localizadas en el resto de la obra, que se nutre fundamentalmente de la Estoria del fecho de los godos (en sus versiones breve y amplia) y la Crónica de 1344 (en su segunda redacción castellana). A partir de aquel manantial de descripciones y noticias diversas –además de su propia experiencia como testigo- Valera llevó a cabo, pues, la tarea de reescritura empleando diversos procedimientos –tales como la selección y copia, el resumen o la combinación de fuentes- que pueden ser perfectamente reconstruidos en la actualidad gracias a la localización de fuentes de la que la presente edición da cuenta, capítulo a capítulo, en la que sin duda constituye una de las mayores aportaciones debidas al trabajo de Cristina Moya. Dicho rastreo, en todo caso, aparte de desvelar el modo de composición llevado a cabo por Diego de Valera, ha servido eficazmente para enmendar diversas deficiencias textuales que no habrían podido ser corregidas sólo con el apoyo de las ediciones impresas. Detalles como éste, en fin, sirvan como muestra de la cuidadosa labor de edición que subyace tras el texto de la Valeriana ofrecido en el presente volumen.

En conclusión, la edición y estudio de la Crónica abreviada de España de Diego de Valera, preparada por Cristina Moya García, salda con generosidad una vieja deuda contraída por el hispanismo, que disfruta desde este momento de un texto trabajado y bien pulido de la Valeriana; un texto que, a la luz de la historia, ejemplifica como pocos la labor cultural y propogandística –se trata de una crónica convertida en discurso ideológico al servicio de la Corona– promovida por Isabel la Católica al comienzo de su reinado. Tras un largo período en el ostracismo bibliográfico, pues, ha llegado la hora de recuperarla por medio de este excelente instrumento, que sin duda contribuirá en años venideros al progreso del conocimiento sobre la historiografía castellana del siglo XV y, más en concreto, sobre la obra de Diego de Valera, arquetipo de caballero letrado al servicio del rey, que tantos alicientes y secretos conserva todavía para quienes, desde los estudios sobre la Corte, traten de aclarar los orígenes del “discurso cortesano” en la tradición española.

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Cómo citar esta reseña:

TORRES COROMINAS, Eduardo: “Estudio y edición de la ´Valeriana`: (´Crónica abreviada de España` de mosén Diego de Valera)”, en Librosdelacorte.es, Núm. 2, Año 2, otoño-invierno, 2010, ISSN: 1989-6425 (edición impresa, p. 87).

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