Entrega de los Premios Nacionales de Investigación

El pasado jueves, 3 de noviembre de 2011, tuvo lugar en el Palacio Real de Madrid, la entrega de los Premios Nacionales de Investigación. Don Juan Carlos y Doña Sofía presidieron la entrega, acompañados de la ministra de Ciencia e Innovación, Cristina Garmendia, y el secretario de estado de Investigación, Felipe Pétriz. Su Majestad el Rey destacó “la gran contribución que la actividad científica ha realizado al progreso general de España en los últimos decenios”.

 

 

Este año las matemáticas han tenido un protagonismo especial en la entrega: por la concesión del Premio “Julio Rey Pastor” en el área de Matemáticas y Tecnologías de la Información y las Comunicaciones a nuestro compañero Antonio Córdoba, Catedrático de Análisis Matemático de la UAM e investigador del Instituto de Ciencias Matemáticas (ICMAT), y también por la celebración del centenario de la Real Sociedad Matemática Española. Se unía además a esto el hito de la obtención por parte del ICMAT del galardón de Centro de Excelencia Severo Ochoa.

 

Por ello, el discurso de la ministra de Ciencia e Innovación estuvo impregnado de referencias matemáticas. Fue un discurso donde la ministra reiteró su compromiso con la ciencia y dejó un mensaje de esperanza para los jóvenes que quieren acercarse a la investigación. Por su enorme interés, lo reproducimos a continuación, con la esperanza de que el nuevo gobierno que salga de las urnas el día 20 de noviembre continúe el apoyo a la ciencia y la innovación, motores esenciales para que España pueda salir de esta crisis que nos agobia.

Discurso de la Ministra de Ciencia e Innovación, Cristina Garmendia, en la entrega de los Premios Nacionales de Investigación 2011

Majestades:

La dramática historia del matemático francés Évariste Galois es, seguramente, bien conocida por esta audiencia.

Tras una corta vida marcada por sus inquietudes políticas revolucionarias y su pasión desmedida por las matemáticas, el joven Galois encontró la muerte al amanecer del 30 de mayo de 1832, con solo 20 años, en un duelo desigual que nunca debió haberse producido.

Su vida no solo fue corta, sino que también estuvo llena de frustraciones. L’École Polytechnique le denegó el acceso en dos ocasiones y la Académie des sciences rechazó, también por dos veces, publicar sus trabajos. El que fuera uno de los mayores matemáticos de la historia murió sin reconocimiento público alguno; hubo que esperar 14 años para que sus pioneras contribuciones a la teoría de números y la geometría algebraica vieran la luz.

Queda para la historia, eso sí, la noche anterior al duelo que acabaría con su vida. Consciente de que la suerte estaba echada y por lo tanto del destino que le esperaba, el joven matemático consumió sus últimas horas escribiendo apresuradamente un testamento matemático, en forma de carta, en el que recogía lo esencial de sus últimas investigaciones. Fue su legado póstumo y la última muestra de su rebeldía juvenil.

Hay muchas razones para recordar a Galois en un día como hoy:

  • Lo hacemos porque estos días, concretamente el pasado 25 de octubre, celebramos el bicentenario de su nacimiento.
  • Lo hacemos porque su historia, teñida de romanticismo, nos permite reivindicar para la ciencia dos valores —el apasionamiento y la aventura— a los que la profesión investigadora no debe renunciar.
  • Y lo hacemos, Majestades, porque en las postrimerías de esta legislatura es fácil compartir la angustia del matemático francés ante la cercanía del fin y la magnitud de la obra inacabada; y es inevitable suscribir las palabras que anotó, aquella última noche, en el margen de su testamento científico: “no tengo tiempo”; “no tengo tiempo”.

 

El aniversario de Evariste Galois conecta con otro más cercano que celebramos también en 2011 —el centenario de la Real Sociedad Matemática Española— y nos conduce a uno de los nombres más grandes de nuestra ciencia: el de Julio Rey Pastor.

No es casual, Majestades, que Julio Rey Pastor dé nombre al premio nacional de investigación en el área de matemáticas y tecnologías de la información y las comunicaciones que, junto a otros cuatro galardones, entregamos hoy.

Su legado incluye investigaciones científicas relevantes —algunas de ellas en la senda de Galois—; contribuciones imprescindibles para la consolidación de una comunidad matemática en España —a través del Laboratorio Seminario Matemático y de la Real Sociedad Matemática—; y aportaciones significativas a la historia y el pensamiento sobre la ciencia española.

Es refrescante, todavía hoy, releer algunas de sus reflexiones sobre la situación de nuestra ciencia a principios del siglo XX. El que fuera uno de los mejores investigadores de aquella brillante generación puede ofrecernos, todavía hoy, algunas lecciones para abordar debates de nuestra ciencia contemporánea.

Este es el caso de su discurso de 1915 sobre el progreso de las ciencias en España, en el que nos recuerda que el reto no es solo que la ciencia progrese en nuestro país, sino que nuestro país progrese en las ciencias. Es decir, que España ocupe un papel protagonista en el escenario científico internacional.

Para ello, Majestades, no podemos conformarnos con avanzar, sino que debemos aspirar a liderar; no podemos resignarnos a tener buenos centros de investigación, sino que debemos consolidar a algunos centros entre los mejores del mundo.

A ello hemos dedicado desde el Ministerio —y vamos a dedicar hasta el último día— muchos de nuestros esfuerzos. Y a ello hemos consagrado el nuevo programa Severo Ochoa de acreditación de la excelencia

Pero no hay centros de excelencia sin investigadores sobresalientes, como los 5 que hoy reconocemos; sin científicos capaces de abrir nuevas fronteras del conocimiento porque, como diría Rey Pastor: “mucho más difícil que investigar en un punto concreto de la Ciencia, acarreando nuevos materiales quizás utilizables para la construcción del edificio, es alcanzar originalidad en el método; esto es, trazar los planos del edificio mismo o modificar con ventaja los ya trazados”.

Majestades:

Hoy premiamos a cinco investigadores que pertenecen al selecto grupo de los que han sabido abrir esas nuevas fronteras:

  • A Francisco José Guinea López, del Instituto de Ciencia de Materiales del CSIC, le otorgamos el Premio “Blas Cabrera” en el área de Ciencias Físicas, de los Materiales y de la Tierra. Lo hacemos por sus méritos en el campo de la física de la materia condensada y de la física estadística, que tanto están contribuyendo al conocimiento de ese nuevo material que es el grafeno.
  • A Ernest Giralt Lledó, de la Universidad de Barcelona y el IRB, le otorgamos el Premio “Enrique Moles” en el área de Ciencia y Tecnología Químicas. Lo hacemos reconociendo sus aportaciones al estudio de péptidos y proteínas, así como al papel de estas en el desarrollo del Alzheimer y la esquizofrenia.
  • A Jordi Bascompte Sacrest, de la Estación Biológica de Doñana del CSIC, le otorgamos el Premio Alejandro Malaspina en el área de Ciencias y Tecnologías de los Recursos Naturales. Lo hacemos por identificar leyes generales que explican como se ve condicionada la biodiversidad por las interacciones entre especies, utilizando para ello sofisticados desarrollos de teoría de redes.
  • A Antonio Hernando Grande, del Instituto de Magnetismo Aplicado de la Universidad Complutense de Madrid, le otorgamos el Premio “Juan de la Cierva” en el área de Transferencia de Tecnología. Lo hacemos reconociendo su capacidad ejemplar para combinar la actividad investigadora y emprendedora, que le ha llevado a crear tanto el Instituto de Magnetismo Aplicado como una empresa desde la que valorizar los trabajos y las patentes de su grupo de investigación.
  • Por último, a Antonio Córdoba Barba, de la Universidad Autónoma de Madrid y el Instituto de Ciencias Matemáticas del CSIC, le otorgamos el Premio “Julio Rey Pastor” en el área de Matemáticas y Tecnologías de la Información y las Comunicaciones. Lo hacemos por sus contribuciones en diferentes campos de las Matemáticas —como el análisis de Fourier y las ecuaciones en derivadas parciales y sus aplicaciones en mecánica de fluidos—; pero también por su compromiso con la vertebración de las matemáticas en España y con su divulgación al gran público.

Afortunadamente, la vocación divulgadora del profesor Córdoba no es ya una excepción dentro de nuestra comunidad científica.

Puede que en su caso sea más evidente por la inevitable herencia de Julio Rey Pastor, que se mantuvo en España de la mano de Miguel de Guzman y de su maestro Alberto Calderón, quien estudió con Rey Pastor en Buenos Aires.

Pero sin duda podemos considerar a nuestros cinco premiados, cada uno en su campo, como promotores de la cultura científica en España; como trabajadores activos por una ciencia más implicada con nuestra vida pública.

Todos ellos —todos los aquí presentes, de hecho— suscribirían hoy las palabras de Rey Pastor en 1932, cuando afirmaba, empleando una metáfora empresarial, que “los accionistas interesados en nuestra labor científica son todos los contribuyentes españoles”.

Nunca insistiremos suficiente, Majestades, en la necesidad de avanzar en el desarrollo de la perspectiva cívica de la ciencia. Y es que muchos de los cambios que deseamos para nuestra ciencia no pueden entenderse sin una alianza entre la comunidad científica y el conjunto de la ciudadanía; sin una comunión de objetivos e intereses.

Quiero terminar, Majestades, con unas palabras dirigidas a nuestros jóvenes científicos.

Nuestros cinco premios nacionales tienen hoy numerosos jóvenes investigadores a los que enseñan los conocimientos y actitudes que requiere esta profesión y de los que, sin duda alguna, aprenden también cada día.

Estos premios son también para todos ellos. Para los jóvenes que se levantan, cada día, queriendo poner lo mejor de su creatividad al servicio de la investigación en España y de la traslación de sus frutos a la sociedad.

Quiero que sepan que el Ministerio ha trabajado cada día pensando en ellos. La preocupación por su futuro ha guiado las mejoras en la carrera investigadora recogidas en la Ley de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación; y nos ha llevado a preservar la financiación de los programas de formación, movilidad y contratación de investigadores en un contexto de restricción presupuestaria.

Nuestra confianza en su capacidad es total y cada uno de sus éxitos son también nuestro éxito.

Por eso hemos recibido con alegría los resultados de la encuesta que el Ministerio ha realizado a casi 4000 solicitantes y beneficiarios del programa Ramón y Cajal, coincidiendo con el décimo año de su puesta en marcha.

  • Resultados que dicen, por ejemplo, que el 90% de los beneficiarios del programa disfruta hoy de una plaza estable de investigador en España;
  • que un 86% ha podido permanecer en el centro en el que se incorporó con el programa;
  • y que, una mayoría del 10% que no pudo estabilizarse acabado su contrato Ramón y Cajal, disfruta de un contrato temporal en España dedicada a actividades de I+D.

Por todo ello quiero hacer llegar a nuestros jóvenes científicos un mensaje de esperanza, especialmente necesario en este tiempo político tan complejo. Una esperanza que es consecuencia de las fortalezas de nuestro sistema de ciencia y tecnología que, entre todos, hemos podido consolidar en las tres últimas décadas; del consenso político y social que hemos forjado en torno a la investigación como cuestión de Estado.

Hacia el final de su vida, Julio Rey Pastor quiso recordarles lo que había avanzado la ciencia española, tratando de que dejaran atrás sentimientos de inferioridad. Quiso que no tuvieran miedo al futuro.

Sus palabras son muy adecuadas en un día como hoy. Decía:

“El maleficio hispánico ha sido deshecho; muy duradero y cerril habrá de ser un gobierno inculto para que deje perecer en su país esa vegetación intelectual que ya se propaga, y se perpetuará por sí misma si se cuida y estimula.”

Muchas gracias

 

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