En 1831 la población de Londres era de un millón y medio de habitantes. En 1897, cuando se celebraron los sesenta años de la reina Victoria en el trono (diamond jubilee), superaba los cinco millones. Esas décadas aportaron a la City cambios sin precedentes. A partir de un incendio ocurrido en 1834 se reconstruyó el edificio del parlamento en un estilo neogótico que recuerda inquietantemente al de algunas catedrales. Poco después, se levantaron todos los edificios del gobierno en Whitehall.
La primera estación de ferrocarril se construyó en 1836 (London Bridge) el año anterior a que Victoria fuese proclamada reina. Desde ese momento en adelante, el panorama de la City es testigo de grandes cambios: estaciones,embarcaderos, puentes,… todo ello resultado de una actividad comercial e industrial sin precedentes. Tomemos como ejemplo los puentes:
En 1863 se inauguró el primer Metro entre Paddington y Farringdon Road. Otras líneas seguirían al éxito de ésta primera, con locomotoras de vapor a la vez que aumentaban los tranvías guiados por caballos en los -60. En 1867 se añadieron los leones en la base de la columna de Nelson en la plaza de Trafalgar y en 1872 se levantó el Albert Memorial en Kensington Gardens.
Este crecimiento urbano pone de relieve una inusitada actividad comercial. ¿Podría la Historia Natural permanecer ajena a todo ello?, o por el contrario ¿contribuiría al mismo con alguna de sus especialidades?,……… ¿tal vez una teoría?
Por una de esas casualidades inolvidables de la historia, Big Ben, el reloj de la torre del parlamento, entró en funcionamiento el siete de Septiembre de 1859, mientras que la obra cumbre de Darwin “On the Origin of Species By Means of Natural Selection, or, the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life”, se publicó diez semanas después, el 24 de Noviembre del mismo año. Frutos del mismo árbol. El reloj coronando la enorme torre del edificio estilo gótico del Parlamento marcaría el tiempo. Su hermana, la selección natural, aportaría la melodía en el ritmo de los acontecimientos. ¿Cómo? Suministrando ese fondo filosófico, moral, que subyace en toda acción colectiva y que en este caso fundamenta la competición, la lucha por la existencia, porque,….toda la vida fue así.
Vayamos a documentarnos en un texto sencillo. En la escasa página (p 85) que la guía de viajes de Lonely Planet dedicada a Londres, trata del Londres victoriano se mencionan dos autores, ambos con el nombre de Charles:
Dickens en cuyas novelas se describe la pobreza en el Londres victoriano y Darwin cuyo libro “On the Origin of Species By Means of Natural Selection, or, the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life” representa la parte intelectual, la invisible, pero no por ello oculta del Londres victoriano, la metafísica, hermana pobre del imponente Big Ben.
La obra de Darwin, fruto de una compleja elaboración que todavía reserva sorpresas a sus historiadores surge así en plena pujanza del Imperio Británico. Más que su contenido teórico que hoy ya puede aportar poco, interesan los detalles de su origen, así como sus vinculaciones y nexos sociales. De todo ello trataremos en las siguientes entradas….
A pesar de su pobre contenido, su eco ha sido enorme. Su popularidad también. Su suerte ha consistido en que las teorías científicas, a diferencia de los puentes, no tienen que soportar el paso de camiones pesados. Una vez sometida a crítica desde una perspectiva moderna, la obra de Darwin nos recordaría la frase en latín que rezasu contemporáneo y hermano Big Ben (Domine salvam fac reginam nostram Victoriam Primam) y nos permitiríamos, parodiándola exclamar:
Domine salvam fac teoriam nostram primam
Bibliografía
London City Guide. Lonely Planet. Sarah Johnstone and Tom Masters. Fifth ed. 2006