¿En qué consiste el genio? I Aproximación con ejemplos variados
Se oyen a menudo las palabras genio, genial, genialidad. ¿Pero en qué consiste el genio?. ¿Se puede explicar desde una perspectiva biológica?. Vamos por partes.
En general, entendemos que alguien es un genio cuando destaca excepcionalmente en una actividad, por lo general científica o artística. Hay que subrayar aquí el término «excepcionalmente», porque una capacidad notable o excelente puede no ser suficiente. El genio tiene que ser excepcional y esto contribuye a rodearlo de una aureola de misterio separándolo de todo aquello que la ciencia suele analizar. Simplemente porque, por definición, la ciencia huye de lo excepcional y busca lo reproducible.
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Así, si pensamos en una actividad, podemos asociarla con un número muy limitado de personas que serán los genios que en ella han destacado. Por ejemplo, Cervantes es un genio de la literatura, Velázquez y el Greco ( la imagen contiene su autorretrato) son genios de la pintura, y Mozart lo es de la música; de tal manera que resulta inadecuado construir un relato que pretenda describir la historia de dichas actividades (literatura, pintura, música) excluyendo a quienes han sido sus genios.
El genio en la ciencia es una figura paradójica. Por una parte es su principal motor y está en su origen; por otra, a menudo suele resultar incómodo porque plantea puntos de vista novedosos que chocan con la visión admitida de las cosas. Si hasta aquí estamos de acuerdo, ahora habrá que intentar encontrar un criterio que nos permita definir más precisamente al genio y distinguirlo de quien no lo es.
El concepto de genio se vincula con un estilo; es decir, no puede haber genialidad sin una personalidad propia, sin una impronta o huella característica y personal. Una pregunta impertinente, sobre todo en un entorno de biólogos, pero que necesariamente hay que plantear aquí sería: ¿de dónde procede el genio?. Antiguamente, la respuesta sería contundente: el genio es un don (y generalmente se diría un don de Dios). Pero claro, hoy esto va escuchándose cada vez menos. Esto de tener uno un «don» no se entiende; no cae bien. En parte, porque no hay manera de explicarlo en términos biológicos. No hay genes ni fragmentos de DNA que puedan asociarse con la genialidad literaria o musical. Ni Mozart se caracterizaba por un alelo propio en un gen determinado ni existe un QTL que defina a Velázquez, ni Cervantes debía su pluma a una afortunada combinación de transposones. No faltaría, no obstante, quien iría a buscar, si pudiese, dichas secuencias en sus inmortales genomas, pero sospecho que dicha empresa estaría llamada al fracaso. Además, si la Biología sigue en su empeño de hacernos ver al hombre como el producto de la acción molecular, seguramente los genios desaparecerán pronto del Planeta con lo que quedarán rápidamente zanjadas este tipo de cuestiones; pero este es un tema que habrá que tratar en otra ocasión, cuando hayamos visto más ejemplos.