1859-1868: La selección natural y el fusilamiento del emperador

 
         

La cuestión que hoy nos ocupa no es si la publicación de “El Origen de las Especies” en 1859 supuso una revolución, que, sin lugar a dudas, es cosa cierta. La duda que permanece flotando en el aire y sin responder es si ambas, la publicación y su consiguiente revolución, fueron acontecimientos científicos o si, por el contrario, fueron ya en su origen fenómenos más sociales que científicos. Teniendo pruebas más que suficientes para inclinarnos por la segunda opción, algunos pensamos no sólo que las versiones que se vienen presentando se parecen más a historietas que a la Historia, sino también que entre la trama de las celebraciones se va perdiendo la ocasión para hacer un merecido análisis del contexto en el que ocurrió dicha revolución.

Puesto que en dichas celebraciones no se nos vienen presentando argumentos en favor de la Selección Natural como aportación fundamental a la ciencia, al menos en algunas de ellas podría tratarse a fondo su contexto histórico. Pero no:  ni lo uno ni lo otro. Ni ciencia ni historia, sino historieta y confusión. El contenido de toda la locuacidad generada por estos aniversarios se refiere más a la evolución que a la Selección Natural y esto conduce a error. No corresponde a quienes celebran los aniversarios de Darwin defender la transformación de las especies, idea que es muy anterior a su autor predilecto, sino la importancia de la teoría de la Selección Natural para la comprensión de sus mecanismos. Cuando equívocamente, en lugar de explicar los méritos científicos de la Selección Natural, se presenta una revisión deficiente de la evolución, nos vemos inclinados a pensar que la revolución darwinista no fue verdaderamente científica, sino que, por el contrario, constituyó parte importante de una revolución social. La obra de Darwin fue parte notable, pero una más, en medio de una época pródiga en revoluciones. Su explicación resulta así confusa e insuficiente cuando se pretende hacer sin la debida consideración de el contexto histórico de su época.

El auténtico enigma que permanece no ya sin resolverse, sino tan siquiera sin plantearse es el siguiente: ¿por qué son tan escasos los intentos de explicar el darwinismo desde su contexto histórico? Su aclaración tiene que ver tanto con la propia naturaleza del cambio como con un miedo ancestral al mismo que añade dificultad a su descripción. Todo cambia; pero sólo en ocasiones excepcionales, el mismo cambio se alza por encima de los objetos y adquiere un protagonismo inusitado. Para algunos historiadores, como por ejemplo Carlos Seco Serrano, el año de mil ochocientos sesenta y ocho supone el comienzo de la “baja edad contemporánea”, y señala una época caracterizada a nivel mundial por acontecimientos convulsivos: La guerra de secesión norteamericana (1861-1865), las unificaciones de Italia (1861) y Alemania (1871), la Caída del Segundo Imperio Francés, la reforma electoral británica (1867) y la era Meiji en el Japón (1868). En México, Benito Juárez se establece como Presidente de la República tras derrocar al emperador Maximiliano (1867). En España tiene lugar la Revolución que destronaría a Isabel II y que se conoce como “La Gloriosa” (1868).

Quienes vivieron entonces, bien podrían presumir de haber estado en dos mundos diferentes: el de antes y el de después del cambio. Tal es el caso por ejemplo, el pintor Édouard Manet (1832-1883), quien partiendo del realismo fue uno de los principales representantes del movimiento impresionista. El intento de analizar algunas de sus obras sin tener en cuenta el torbellino de su contexto histórico resultaría absurdo. No sólo porque sus obras narran los acontecimientos de dicho contexto sino porque se encuentran imbricadas con ellos en una misma trama, que también incluye a la obra de los naturalistas aunque éstas no sean relato de acontecimientos históricos.

En cinco cuadros diferentes, pintados entre 1867 y 1869, Manet representó el fusilamiento de Maximiliano, emperador de México. Se trata de cuatro óleos y una litografía que se conservan dispersos en distintos museos y pinacotecas (los óleos en Boston, Londres, Copenhague y Mannheim; la litografía en París). No sólo es imposible explicar estos cuadros de Manet fuera de su contexto histórico sino que su propio autor tuvo dificultades para entender lo que estaba pintando: un acontecimiento que conocía sólo por la prensa y que había tenido lugar en otro continente.

John Enderfield, escribiendo para The Guardian, nos da una jugosa descripción de cómo se las ingeniaba Manet para pintar estos cuadros. Entre otras cosas, dice:


Truly political art, in contrast, does not reduce human affairs to slogans; it complicates rather than simplifies

 
Algunos de sus comentaristas dicen que para pintar estas obras, Manet pudo haberse inspirado en el cuadro titulado “El 3 de mayo de 1808 en Madrid: los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío” de Francisco de Goya. Pero de la obra de Goya emana una intensidad incomparable que no posee ninguna de las de Manet. Goya pintaba con la decisión y la fuerza que da la proximidad a los acontecimientos; Manet, desde la referencia indirecta. La relación entre Goya y Manet nos recuerda a la de dos contemporáneos respectivos. Goya sería el precursor original que viene a significar aquí para Manet algo así como Lamarck para Darwin.

En el trasfondo de la Revolución Industrial, otra revolución dió lugar a la separación entre la realidad y su interpretación. De tal desdoblamiento habrían surgido el impresionismo y la novela moderna. Como una reacción al siempre temido cambio y ante la necesidad de protegerse de él,  el Método Científico habría salido reforzado. En 1869 se publicó el primer número de la revista Nature. En el mismo, dos artículos de Thomas Huxley. 

Resulta curioso cómo se interpretan obras de arte desde puntos de vista históricos mientras que este tipo de análisis ha quedado completamente excluido en la celebración de los centenarios de Darwin. Parafraseando a Enderfield podríamos concluir que (el análisis de) la ciencia no debería consistir en reducir sus asuntos a eslóganes; sino en complicar más que simplificar.

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2 comentarios

  1. Curioso como los fusilan a bocajarro. Sacando una reflexión de la escena, es lógico que los tontos, los ciegos, los mudos, los iletrados, los subnormales, habrían salido indemnes de la pena de fusilamiento y habrían SOBREVIVIDO, puesto que la cosa es clara: solo fusilan a quienes pueden ocasionar problema porque son muy listos. La teoría de la supervivencia de los mejores en según que casos no funciona.

  2. Elemental,querido Silveri. Por ejemplo en politica donde sobreviven mejor los ineptos. Otro dia le cuento quien expreso esta opinion……

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