Generalidades, reflexiones vagas y una pregunta para el año nuevo
La confianza en el progreso consiste en la peligrosa tendencia a pensar que todo va a mejor. Que antes se vivía peor, se pensaba peor y el hombre era más ignorante. Craso error. Ninguna evidencia y, mucho menos científica, podrá demostrar que las cosas sean así. La confianza en el progreso que nos fue inculcada a los educados a lo largo de la primera parte de la segunda mitad del siglo XX conlleva la noción de que el conocimiento de las cosas es un valor creciente en la historia y que la ciencia es el factor que asegura positivamente su aumento. En aquellos lejanos tiempos del anuncio de cigarrillos para médicos, las cosas eran diferentes a lo que son hoy.
Acertadamente, se nos decía que la biología sería la ciencia del futuro, y así, la confianza en el progreso se asoció peligrosamente con la creencia en una biología redentora. Pero eran, como digo, otros tiempos, no carentes de contradicción y dificultad.
Pero no es sólo la ciencia quien asegura la confianza en el progreso, sino que también ocurre lo contrario, es decir que la propia sensación de progreso alimenta la confianza en la ciencia. Viendo eso, es decir que la confianza en el progreso está basada en un mecanismo circular y auto-alimentado, filósofos de todas las épocas han encontrado esta manera de interpretar las cosas, errónea. Entre los autores latinos en general y en particular en Séneca, es frecuente encontrar elogios a la antigüedad y a los modos de vida antiguos. El vallisoletano Mauricio Jalón podría muy bien representar esta tendencia «arcaizante» en el presente, que, si hubiese de ser resumida en una línea podría ser quedar algo así como «Todo se deteriora».
Sin tomar postura en favor del progresismo ni del arcaicismo y buscando una pretendida neutralidad podemos también reconocer que aunque las cosas, obviamente cambian con el tiempo, en lo esencial no lo hacen tanto. Además, el pasado ya no existe y por lo tanto es ridículo establecer comparaciones entre algo que existe y algo que no existe. Por otra parte, además de no existir, queda la duda acerca de si el pasado, sea esto lo que sea puesto que no existe, ya ha, o todavía no ha, pasado. Ciertamente, si no lo entendemos (puesto que no existe), no podemos saber a ciencia cierta si ha pasado o no. Por otra parte y poniéndonos puristas, tampoco existe nada parecido a una definición exacta del pasado ni demostración científica alguna que lo pueda distinguir del presente. Si algo ha pasado, ha ocurrido de forma irrepetible y, por lo tanto, de manera a-científica, puesto que la ciencia exige repetibilidad. De nuevo la vida ha vuelto a eludir su análisis.
Razonamientos éstos algo dificiles, pero que nos pueden llevar a conclusiones originales. Por ejemplo: Ninguna evidencia científica hay a favor de que el pasado exista o de que haya pasado. Pruebas de lo contrario no faltan: La advertencia de los pretendidos males de la personificación (antropomorfismo) que hacía en su libro Principios de Ciencia Nueva Gianbattista Vico (1668-1744), podríamos perfectamente hacerla hoy con similares ejemplos. Vico no era ni más ni menos estúpido o sagaz que los filósofos de hoy. Casi contemporáneos suyos (algo más jóvenes) son los cerebros privilegiados de Voltaire (1694-1778), Rousseau (1712-1778), y Diderot (1713-1784), quien estuvo en la cárcel mientras redactaba la Enciclopedia. Todos ellos humanistas, es decir que daban importancia al conocimiento, al que podían dirigir. De ellos debemos hoy aprender este principio fundamental (es posible dirigir el conocimiento). Leyendo hoy sus obras, uno tendería a ser un poco arcaicista y decir: ¿Cómo es posible que si no había biología, hubiese entonces tanto humanismo?. ¿Acaso el humanismo se contradice con la biología?. No debería ser así. La respuesta a esta pregunta habrá que madurarla cuidadosamente a lo largo del año, porque la biología, como la ciencia están para servir al hombre y no al revés.