Los objetivos más generales de la biología
La ciencia florece a partir de la Edad Moderna y su floración ocurre en un mundo religioso en el que se cree en la existencia de un orden establecido por Dios. La ciencia intenta buscar las leyes que gobiernan dicho orden partiendo de la base de que ha de existir una correspondencia entre pensamiento y realidad que permita a aquel descubrir los secretos de ésta. El pensamiento, ese quehacer, rige la ciencia y se encarga de buscar, establecer y describir las relaciones entre los elementos de dicho orden.
Por lo tanto, en primer lugar, toda la ciencia tiene su origen en el pensamiento y tanto su historia como sus principios, sus objetivos y resultados pueden expresarse verbalmente. Esto tiene una consecuencia importante: Todos estos aspectos deben ser expuestos al público, discutidos y cuestionados libremente.
Pero además, nos guste o no, el origen de la ciencia es, en buena medida, religioso. En primer lugar y simplemente, porque históricamente ha sido así. En segundo lugar, y no menos importante, también porque orgánicamente es así; es decir, que, como decía Ortega, la función vital que inspira y moviliza a la ciencia es la creencia; que el conocimiento se asienta sobre la creencia.
En el origen de cada una de las disciplinas científicas hay preguntas concretas: ¿Cómo están estructurados los seres vivos?. ¿Cómo funcionan?. ¿Cómo se relacionan entre sí?. ¿Cómo se desarrollan?. ¿Cómo evolucionan?. ¿Cómo se heredan sus caracteres?. La biología surge como consecuencia del intento para dar respuestas a estas cuestiones. La bioquímica responde a las dos primeras. La ecología a la tercera. La genética a la sexta. Para continuar con respuestas a estas cuestiones que explican el viejo orden del mundo, se aplica en biología el Método Científico que proporciona a menudo resultados indiscutibles sentando la base de nuevas preguntas. Aunque algunos resultados importantes (y más bien antiguos) se basan en la pura observación (los seres vivos están formados por células), más adelante, los principales se basan en la experimentación. Los seres vivos pueden aislarse, mantenerse y reproducirse en el laboratorio y sus componentes mantienen la actividad de forma independiente del organismo (enzimas). El mundo y la vida pueden someterse a experimentación con grandes resultados: se identifican elementos y estructuras con determinadas funciones-clave (DNA, RNA, proteínas). Pero, en el curso de este proceso ocurren cambios profundos, es decir, que la moneda tiene otra cara. Mirémosla.
Dice Ortega que la generación que florecía en torno a 1900 fue la última de un amplísimo ciclo que se caracterizó porque sus hombres vivieron de la fe en la razón, pero dice también cuando aquello escribe que esa fe se ha ido ya perdiendo. Y bien, la pregunta es ¿Qué ha ocurrido hoy?. Es decir, ya casi en 2008, ¿se ha recuperado la fe en la razón que se había perdido? o, por el contrario, ¿se ha seguido perdiendo?. Antes de responder veamos como Ortega, ve ya claramente estas dos facetas de la ciencia. En su libro Historia como Sistema (1941) se lee:
La ciencia está en peligro. Con lo cual no creo exagerar-porque no digo con ello que la colectividad europea haya dejado de creer en la Ciencia-, pero sí que su fe ha pasado, en nuestros días, de ser fe viva a ser fe inerte. Y esto basta para que la ciencia esté en peligro y no pueda el científico seguir viviendo como hasta aquí, sonámbulo dentro de su trabajo, creyendo que el contorno social sigue apoyándole y sosteniéndole y venerándole. ¿Qué es lo que ha pasado para que tal situación se produzca? La ciencia sabe hoy muchas cosas con fabulosa precisión sobre lo que está aconteciendo en remotísimas estrellas y galaxias. La ciencia, con razón, está orgullosa de ello, y por ello, aunque con menos razón, en sus reuniones académicas hace la rueda con cola de pavo real. Pero entre tanto ha ocurrido que esa misma ciencia ha pasado de ser fe viva social a ser casi despreciada por la colectividad. No porque este hecho no haya acontecido en Sirio sino en la tierra, deja de tener alguna importancia-¡pienso! La ciencia no puede ser sólo la ciencia sobre Sirio, sino que pretende ser la ciencia sobre el hombre. Pues bien: ¿qué es lo que la ciencia, la razón, tiene que decir hoy con alguna precisión sobre ese hecho tan urgente, hecho que tan a su carne le va? ¡Ah! Pues nada. La ciencia no sabe nada claro sobre este asunto. ¿No se advierte la enormidad del caso? ¿No es esto vergonzoso? Resulta que sobre los grandes cambios humanos, la ciencia propiamente tal no tiene nada preciso que decir. La cosa es tan enorme que, sin más, nos descubre su porqué. Pues ello nos hace reparar en que la ciencia, la razón a que puso su fe social el hombre moderno, es, hablando rigurosamente, solo la ciencia físico matemática y apoyada inmediatamente en ella, más débil pero beneficiando de su prestigio, la ciencia biológica. En resumen, reuniendo ambas, lo que se llama ciencia o razón naturalista. La situación actual de la ciencia o razón física resulta bastante paradójica. Si algo no ha fracasado en el repertorio de las actividades y ocupaciones humanas, es precisamente ella cuando se la considera circunscrita a su genuino territorio, la naturaleza. En este orden y recinto, lejos de haber fracasado, ha trascendido todas las esperanzas y, por primera vez en la historia, las potencias de realización, de logro, han ido más lejos que las de la mera fantasía. La ciencia ha conseguido cosas que la irresponsable imaginación no había siquiera soñado. El hecho es tan incuestionable, que no se comprende, al pronto, como el hombre no está hoy arrodillado ante la ciencia como ante una entidad mágica. Pero el caso es que no lo está, sino, más bien al contrario, comienza a volverle la espalda. No niega ni desconoce su maravilloso poder, su triunfo sobre la naturaleza, pero al mismo tiempo, cae en la cuenta de que la naturaleza es sólo una dimensión de la vida humana, y el glorioso éxito con respecto a ella no excluye su fracaso con respecto a la totalidad de nuestra existencia. En el balance inexorable que es en cada instante el vivir, la razón física, con todo su parcial esplendor, no impide un resultado terriblemente deficitario. Es más: el desequilibrio entre la perfección de su eficiencia parcial y su falla para los efectos de totalidad, los definitivos, es tal que, a mi juicio, a contribuido a exasperar la desazón universal.
O sea, que, para Ortega, en 1941, y según mi libre interpretación, por un lado la ciencia comenzaba a limar la paciencia del hombre. Por otro lado, la biología estaba a punto de dar sus principales frutos. ¿Nos encontramos, acaso, ante una disyuntiva en la que los resultados de la ciencia no satisfacen las expectativas humanas?. Hoy es necesario expresar estas preocupaciones, porque la biología no sólo ha de servir para proporcionar patentes, sino que también ha de responder preguntas antiguas: ¿Qué es el hombre?. ¿Cuál ha de ser su relación con la naturaleza?.