Fundamentos de la biología anteriores al siglo XIX. Personajes de la Ilustración: La chaîne des êtres y un precursor de Einstein
Contemporáneos de aquellos amigos y sufridos intelectuales de los que hablabamos (Voltaire, Rousseau, Diderot) son, en el ámbito de la ciencia natural, Linneo (1707-1778) y Buffon (1707-1788) y ya algo posterior y en otro ámbito literario el Marqués de Sade (1740-1814) a quien Michel Foucault compara con Georges Cuvier (1769-1832) y yo me he permitido comparar también con Linneo.
Entre todos ellos, ninguno era tonto y cuando pasaban por un mercado, frente a una carnicería, o veían en sus platos asados suculentos, bien se daban cuenta de que lo que allí colgaba o humeaba era parecido entre sí y parecido a las piezas de su propia anatomía. Si no hablaban de evolución, era porque esa palabra no existía. No estaba en su lenguaje y el concepto correspondiente tampoco encajaba bien en su episteme. No obstante, otras palabras venían a expresar los pensamientos, parecidos a evolución, que sin duda tenían.
La Chaîne des êtres, la cadena de los seres, en Voltaire, es eso, una cadena. La palabra es bastante explícita: los seres vivos somos eslabones de un continuo. Implícita en la cadena va, si no la propia idea de evolución cómo hoy la entendemos (si es que hoy la entendemos de alguna manera), sí algo parecido, que tal vez no pueda salir a la luz con todo su contenido, no porque sea absolutamente contrario a la interpretación de la Biblia ni de ningún otro texto religioso, que no lo es; sino más bien porque es contrario a la interpretación colectiva al uso, a la manera de entender el mundo según la cual los objetos de la naturaleza pueden ser netamente distinguidos, sobretodo si para su distinción contamos con características notables.
Para distinguir al hombre del animal, hay que tener un concepto claro de ambos, con una diferencia de por medio. El hombre tiene un lenguaje, una voluntad y por lo tanto es algo cualitativamente diferente a los animales. Diderot nos lo explica claramente. En sus obras filosóficas (De l’Interpretation de la Nature, 1754) leemos:
L’homme, dit Linnaeus, (Fauna suecica, 1746) n’est ni une pierre, ni une plante; c’est donc un animal. Il n’a pas un seul pied ; ce n’est donc pas un ver. Ce n’est pas un insecte puisqu’il n’a point d’antennes. Il n’a point de nageoires ; ce n’est donc pas un poisson. Ce n’est pas un oiseau, puisqu’il n’a pas de plumes. Qu’est ce-donc que l’homme ? il a la bouche du quadrupède. Il a quatre pieds ; les deux de devant lui servent à l’attouchement, les deux de derrière au marcher. C’est donc un quadrupède. « Il est vrai, continue le méthodiste, qu’en conséquence de mes principes d’histoire naturelle, je n’ai jamais su distinguer l’homme du singe ; car il y a certains singes qui ont moins de poils que certains hommes : ces singes marchent sur deux pieds, et ils se servent de leurs pieds et de leurs mains comme les hommes. D’ailleurs la parole n’est point pur moi un caractère distinctif : je n’admets, selon ma méthode que des caractères qui dépendent du nombre, de la figure, de la proportion et de la situation. » Donc votre méthode est mauvaise, dit la logique. « Donc l’homme est un animal a quatre pieds », dit le naturaliste.
En definitiva, que el hombre será lo que queramos, dependiendo de nuestro punto de vista y de nuestra interpretación. Nada hay en esto que contradiga a la Biblia y no hay motivo para encontrar una oposición entre fe y ciencia porque Dios es, en la episteme entonces vigente, quien dispuso las cosas así; o como escribió Maupertuis (1698-1759) (Système de la nature: Essays sur la formation les corps organisés; 1756): Porque lo que nos parece sucesivo, es, para Dios, simultáneo.