De las páginas 23, 24 y 25 del libro de José Antonio Zamora titulado “ Th W Adorno. Pensar contra la Barbarie” copio los siguientes párrafos:

Los horrores del proceso colonizador, los costes humanos y sociales de la industrialización, las guerras de los últimos siglos, las formas de embrutecimiento que impone a los individuos el capitalismo salvaje, los múltiples genocidios de la Era Moderna, etc..no permiten albergar dudas sobre la existencia de un vínculo entre Modernidad y barbarie, incluso sobre la existencia de una barbarie específicamente moderna. A quienes se sorprendan de este vínculo quizás habría que recordarles las palabras de W Benjamin en su tesis VIII sobre el concepto de historia, que denunciaba el asombro de muchos ante el hecho de que la barbarie nacionalsocialista todavía fuera posible en pleno siglo XX, afirmando que dicho asombro “no se encuentra en el origen de ningún conocimiento, a no ser el de que no se puede mantener la idea histórica del que procede”.

El modo más radical de realizar una indagación sobre los vínculos entre Modernidad y barbarie es enfrentarse a la forma más brutal de barbarie que ha tenido lugar en su seno: el genocidio. Frente a estrategias relativizadotas del sufrimiento y del dolor humano padecidos por los individuos bajo las diferentes formas de violencia conocidas, el genocidio deja pocas escapatorias discursivas, nos pone al límite. No hablamos, pues, de cualquier forma de barbarie, sino de la más extrema y de su relación con una época que, bajo el signo de la ilustración, se identifica con la promesa de quebrar la historia natural de la muerte violenta, pero que puede pasar a la historia como la “época de los genocidios”.

Sin embargo, una vez precisado el fenómeno en el que fijamos nuestra mirada, es necesario añadir que la mirada que resulta pertinente de cara a esclarecer su vínculo con la Modernidad se interesa ante todo por el sistema de estructuras, instituciones y comportamientos que han originado y dado cumplimiento a una violencia mortífera y aniquiladora que busca algo más que el mero asesinato de seres humanos: la total liquidación y destrucción de las víctimas sin dejar huella ni eco de ellas. Así pues, sin despreciar las características singulares de los actores implicados, los rasgos que aquí resultan especialmente relevantes tienen que ver con el carácter colectivo de la barbarie, con el orden social, político y cultural con el que está imbricada, con las tendencias sociales dominantes y hegemónicas que la hicieron posible. Y, si está permitida la expresión, con la “normalidad” de la vida cotidiana.

Al mismo tiempo, no se trata sólo ni primariamente de un enfoque cuantitativo, del número de víctimas o del número de genocidios que se acumulan en la Época Moderna, sino de un enfoque cualitativo que tiene que ver con la pregunta por aquello que en la Modernidad ha posibilitado dichos genocidios y, en este sentido, con una cuestión que afecta e implica a quien la plantea, al menos en la medida en que es heredero, más o menos crítico con la herencia, de dicha Modernidad. No estamos hablando de una época histórica remota, de un pasado clausurado, si es que existe algún pasado que lo esté, al que nos enfrentemos desde la distancia tranquilizadora de la historización, sino de una herida abierta y quizás no cicatrizable.

Conviene, pues, hacer justicia a la singularidad histórica de cada genocidio, singularidad que tiene que ver en primer lugar con las víctimas de la aniquilación, pero también con las formas específicas que dicha aniquilación adopta, con sus elementos de contingencia irreducible a partir de elementos previamente existentes –y no sólo allí donde se perpetra el asesinato masivo-, su singular resistencia a una explicación exahustiva de carácter racional, etc. ..Sin embargo, tampoco conviene pasar por alto los rasgos estructurales comunes y las condiciones sociales de posibilidad que traspasan la frontera temporal de su supuesta superación histórica. Si la búsqueda de una racionalidad económica, demográfica, ideológica, etc., en la perpetración del crimen puede llevar aparejada una cierta racionalización del mismo, que lleve implícitamente a su justificación, el rechazo de toda vinculación entre las “racionalidades” dominantes en el proceso de modernización y el genocidio puede conducir a una especie de vacío interpretativo que anule toda crítica de la sociedad y la cultura que, cuando menos, fracasó a la hora de capacitar a sus miembros para resistir y enfrentarse al crimen masivo. Pero este enfoque de la cuestión corre un peligro que conviene tener presente. Es importante no sucumbir a la trampa de una explicación causal determinista. Si buscamos nexos entre, por un lado, el desarrollo tecnológico y su aplicación en el terror genocida, la universalización de la organización burocrática de la vida social, el sesgo autoritario de los Estados-nación, el darwinismo social como ideología popular, la sustracción de los procesos administrativos a la determinación moral y a la acción de los sujetos implicados en el funcionamiento, etc.., en la Época Moderna, y, por otro, los genocidios que la pueblan, se puede caer en una especie de fatalización de la historia que convertiría todo intento de crítica en una empresa absurda. Ya lo advertían Th W Adorno y M Horkheimer en relación con el genocidio judio: “Ciertamente, desde el punto de vista retrospectivo, todo parece haber sucedido tal y como tenía que ocurrir y no de otra manera. (….) pero al repetir una y otra vez en el concepto la fatalidad del acontecimiento, uno se la apropia en cierto sentido”. Esto no impide que para una mirada retrospectiva, crítica frente a supuestas teleologías fatales o necesidades causales, muchos de los elementos emblemáticos de la Modernidad aparezcan bajo una nueva luz y manifiesten una responsabilidad en relación con la catástrofe.

Referencia
José Antonio Zamora. Th W Adorno. Pensar contra la Barbarie. Editorial Trotta. 2004. Madrid

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