La ciencia estudia la vida. De esto no cabe duda. Pero al mismo tiempo, influye en ella y la modifica de manera a veces imprevista, desconocida. Si bien es cierto que, a corto plazo, los puntos de vista más generales de la ciencia van siendo admitidos e incorporados; a medio y largo plazo, la sociedad puede poseer filtros mediante los cuales aprueba o suspende, admite e integra; o por el contrario, rechaza unos u otros puntos de vista de los científicos según criterios o leyes que la historia podría ir analizando.

La literatura constituye una parte importante de dichos filtros. Algunos autores han mostrado abiertamente su simpatía con la tarea de ciertos científicos; no tanto con la de otros. Por ejemplo, el blog «Evolución, la miseria del darwinismo» nos proporciona dos casos de escritores abiertamente hostiles con el darwinismo, el del lepidopterólogo Vladimir Nabokov:

La»selección natural», en el sentido darwiniano de la expresión, no basta para explicar la milagrosa coincidencia de la apariencia y el comportamiento imitativo; tampoco me parecía suficiente apelar a la teoría de la «lucha por la vida» cuando comprobaba hasta qué extremos de sutileza, exuberancia y y lujos miméticos podía ser llevado un mecanismo defensivo, que en cualquier caso va muchísimo más lejos de lo que pueda apreciar ningún depredador. Descubrí así en la naturaleza los placeres no utilitarios que buscaba en el arte. En ambos casos se trataba de una forma de magia, ambos eran un juego de hechizos y engaños complicadísimos.

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cuando se predicaba la doctrina neodarwiniana yo no intentaba ocultar mi desdén intelectual hacia su ciega tosquedad y su superficialidad lógica, ni mi natural aborrecimiento de lo que tiene de asqueantemente inhumana/ …/porque la selección natural carece de significación moral: trata de la parte de la evolución que carece de propósito y de inteligencia y a la que mejor se le podría llamar selección accidental y, aún mejor, Selección No Natural, pues nada hay menos natural que un accidente. Si se pudiera demostrar que todo el Universo es producto de una selección así, sólo los tontos y los granujas podrían soportar la vida”.

Por mi parte, no conozco, ni creo que sea fácil encontrar textos literarios en los que autor alguno muestre simpatía por el darwinismo. A cambio, sí que puedo proporcionar ejemplos de naturalistas, cuya obra ha sido bien acogida por autores  literarios. Veamos dos ejemplos de la huella de Cuvier.

El primero corresponde a Balzac quien dedicó su obra «Le Pére Goriot» a Etienne Geoffroy Saint-HiIaire, el rival eterno de Cuvier. No obstante, en la primera página de su obra “La Recherche de l’Absolu” deja bien patente la marca de Cuvier, aunque su nombre no esté indicado. Se lee:

La arqueología es a la naturaleza social lo que la anatomía comparada es a la naturaleza organizada. Un mosaico revela toda una sociedad como un esqueleto de ictiosaurio subyace a toda una creación. De una parte y de otra, todo se deduce, todo se encadena.

Algo más de ciento cincuenta años después, el naturalista francés fundador de la Paleontología de Vertebrados aparece de nuevo, ahora de forma explícita en la obra “Memoria de Elefante” de Antonio Lobo Antunes:

“Era en momentos así, cuando la vida se vuelve obsoleta y frágil como los bibelots que las tías abuelas distribuyen en salitas impregnadas del olor mezcla de orina de gato y de jarabe reconstituyente, y a partir de los cuales rehacen la minúscula monumentalidad del pasado familiar a la manera de Cuvier creando pavorosos dinosaurios con astillas insignificantes de falangetas, que el recuerdo de sus hijas le volvía a la memoria con la insistencia de un estribillo del que no lograba desembarazarse, agarrado a él como una tirita al dedo, y le producía en el vientre el tumulto intestinal de retortijón de tripas en el que la nostalgia encuentra en escape extraño de un mensaje de gases. Las hijas y el remordimiento de haberse escapado una noche, con la maleta en la mano, al bajar las escaleras de la casa en la que había vivido durante tanto tiempo, tomando conciencia peldaño a peldaño de que abandonaba mucho más que una mujer, dos niñas y una complicada tela de sentimientos tempestuosos pero agradables, pacientemente segregados.”

Ya vimos la famosa disputa entre Geoffoy y Cuvier, el debate en la Sociedad de Ciencia en 1830 y cómo la biología moderna parece tomar partido a favor de Geoffroy. Esto no significa, ni mucho menos que Geoffroy tuviese toda la razón o que Cuvier estuviese equivocado. Así como la moda a lo largo del siglo XIX favoreció a Cuvier, la tendencia a lo largo del XX ha favorecido a Geoffroy. Pero ya decíamos que el debate no está ni mucho menos cerrado. Ningún experimento ha demostrado que todos los animales procedan de un antecesor común y puede que los planes de desarrollo entre los principales grupos sean diferentes, tal y como los veía Cuvier.

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Un comentario

  1. En los tiempos actuales quizás más que en los años 30, los intelectuales que escriben artículos en la prensa estan comprados por el Poder, e igualmente los escritores que triunfan con sus obras literarias, y por poner un ejemplo en Cataluña se promociona sobretodo a quienes vierten en sus libros ideas catalanistas. Los intelectuales que escriben aparecen delante de su público como los sabios por antonomasia, y no es extraño que determinadas maneras de ver la ciencia y el mundo sean influïdas por estos intelectuales. Pero hoy pasa un fenómeno extraño, cualquiera puede escribir y publicar un libro y alcanzan más alta fama y número de ventas los personajes famosos antes que los personajes intelectuales, así que a la hora de querer evaluar el impacto de los escritores tendremos que fijarnos en las novelas como por ejemplo EL JUEGO DE ANGEL de Zafón, y otros similares. A bien seguro cuando un autor de tantas ventas enciende la mecha de opinar contra ciertas teorias, moverà las masas con más fuerza, que no, el más concentrado intelectual que en la nación tuvíeramos.

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