La obra de Darwin y la idea de progreso

La idea de progreso, verdadero supuesto básico de la moderna cultura europea y motivo de continua satisfacción para el hombre decimonónico, se encontraba por fin confirmada científicamente. [. . .] Es como si todo un ambiente cultural, lleno de ingredientes historicistas y cientistas, necesitara, para su completa autoafirmación, la obra de Darwin.

Diego Núñez, El darwinismo en España (Madrid: Castalia, 1969), pp. 7–8.

 

Citado en Galdós and Darwin. T E Bell. Colección Támesis. Serie A Monografías.

 

Los cincuenta últimos años del siglo XIX constituyen el apogeo de la cosmovisión progresista y de su consecuencia, el liberalismo político y económico. Es lo que reconoce Bury al afirmar que “hacia 1870 y 1880 la idea del progreso se convirtió en un artículo de fe para la humanidad. Algunos la defendían en la forma fatalista de que la humanidad se mueve en la dirección deseada, aun en contra de todo lo que los hombres hagan o dejen de hacer; otros creían que el futuro depende en gran medida de nuestros propios esfuerzos y que no hay nada en la naturaleza de las cosas que impida un avance seguro e indefinido. La mayoría no se problematizaba con estos temas y los admitía con la vaga sensación de que constituían una afirmación de sus convicciones. Pero la idea del progreso se convirtió en una parte de la estructura mental genérica de las gentes cultivadas”12.
El párrafo de Bury es exacto, con la sola salvedad de que no se trataba de la humanidad sino de la clase dirigente de Occidente y de una parte de las clases dirigentes del resto del mundo, que en esta época le estaba subordinado directa e indirectamente.
Lo que lo prueba con más claridad que ninguna otra cosa es la aceptación que esas clases dirigentes hicieron de las reglas del juego de la democracia liberal, con sus leyes básicas: la de la discusión racional del conflicto político (que implicaba llevarlo a la caja de resonancia del Parlamento) y la de la decisión mayoritaria (que suponía aceptar sin limitaciones ni reservas la decisión de la mitad más uno).
Lo importante es hacer notar que en esta etapa no son sólo los epígonos del progresismo los que aceptan tales “reglas del juego” sino que lo hacen inclusive aquellos grupos que mantenían una actitud globalmente crítica hacia el conjunto del sistema: unos por reaccionarios —los católicos—, otros por sentirse representantes de una interpretación aún más progresista de la ideología en cuestión: los marxistas.
Unos y otros, sin declinar la crítica principista, admiten integrarse en el sistema y si piensan en modificarlo es, en todo caso, por la vía evolutiva que el mismo sistema admite. Sólo quedan al margen los grupos anarquistas que son en todo caso minoritarios y aislados, aunque sus bombas hagan mucho ruido… y víctimas. Es en este ambiente de certeza y plenitud en el que un científico inglés va a publicar una obra erudita que tendrá una curiosa historia posterior. Como dice Etienne Gilson, “si el interesado por la historia emprende la lectura de El origen de las especies para buscar qué dice Darwin en tal obra sobre la evolución, comprobará con sorpresa que la palabra no aparece en ningún sitio, ni en la primera edición (1859), ni en ninguna de las siguientes, hasta la sexta, aparecida diez años después de la primera… El hecho (es) que el mismo Darwin no tuvo, en principio, la intención principal de promover una doctrina de la evolución, pues pudo exponer completamente su pensamiento sin emplear la palabra, cuya existencia, sin embargo, conocía. En resumen, si hubo un inventor de la teoría de la evolución, no pudo ser él”13.

Y concluye Gilson con lo que constituye la tesis central de su importante obra: “Spencer está verdaderamente en su sitio entre los filósofos; el evolucionismo es, verdaderamente, una doctrina filosófica amparada por las plumas de la ciencia, pero es auténticamente una filosofía y Spencer, no Darwin, es su autor”14.

X. Spencer y Darwin: progresismo y evolucionismo
Bury, analista en este aspecto menos sagaz que Gilson, supone que “El origen de las especies condujo al tercer estadio en los avatares de la idea del progreso… La astronomía heliocéntrica, al destronar al hombre de su posición privilegiada en el universo espacial y dejarle abandonado a sus propios esfuerzos, había ayudado a que esta idea compitiese con la de una providencia operante. El hombre sufre ahora una nueva degradación en el marco de su propio planeta. La evolución, al despojarle de su gloria como ser racional espscialmente creado para ser el señor de la Tierra, le da un flojo árbol genealógico. Esta segunda degradación fue el factor decisivo para el afianzamiento del reinado de la idea del progreso”15.
Pero el mismo Bury reconoce, a renglón seguido, que “la prolongación más hábil y más influyente del argumento de la evolución hacia el progreso fue la obra de Spencer. Extendió el principio de la evolución a la sociología y a la ética y fue su más conspicuo intérprete en sentido optimista”, y añade una frase decisiva para quien conozca la obra de Gilson: “Spencer había sido evolucionista desde bastante antes de la intervención decisiva de Darwin”, con lo que queda en claro que la teoría de la evolución fue expuesta por el filósofo inglés a mediados de siglo y encontró en la tesis de Darwin de la supervivencia del más apto simplemente el argumento científico que le permitió amparar su filosofía con “las plumas de la ciencia”.
Anotemos al pasar —pues la dilucidación de ese aspecto crucial de la cuestión no entra en el propósito de estas líneas— que la teoría de Spencer es profundamente finalista, pues “el propósito último de la creación… es la producción de la mayor cantidad de felicidad”16 y ésa es la ley interna del progreso. Grave dificultad que los evolucionistas más recientes resuelven cambiando pudorosamente las palabras, a falta de poder cambiar los hechos17.
De todos modos, hacia fines del siglo XIX la doctrina de Darwin-Spencer es recibida como una confirmación decisiva de las promesas iniciales de la ideología del progreso, la que —como hemos dicho— contenía la certeza de que la ciencia terminaría por revelar todos los enigmas que al hombre preocupan. Ahora ya se sabía quién era el hombre y de dónde venía, y su procedencia, “natural” no hacía sino embarcarlo en la gloriosa singladura hacia el progreso. “Un poderoso movimiento—escribe Spencer— se dirige siempre hacia la perfección, hacia un completo desarrollo y un mayor bien sin mezcla; subordinando en su universalidad todas las pequeñas irregularidades y retrasos al modo en que la curvatura de la Tierra se subordina a las montañas y los valles. Incluso en el mal, el estudioso aprende a reconocer tan sólo una forma del bien en lucha”18. Difícilmente se podría encontrar una síntesis tan ajustada y representativa de la concepción del progreso en su etapa de optimista apogeo.

Fragmento de Evolucionismo y Progresismo. Aníbal D’Angelo Rodríguez.  Tomado de Evolución y Evolucionismo Ediciones Oikos, 1982

 

 Pero después de esta interesante lectura del texto de Aníbal D’Angelo Rodríguez, sigamos leyendo  en la obra de Bell mencionada arriba……..

 

 

 

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