Nada sabemos acerca de nuestro poder. Nada sé acerca de mi propio poder. Cada cual tiene un poder que es su poder. Y cada cual no es, desde luego, una Persona, un Sujeto, un Alma. Del mismo modo como las cosas no son objetos, tampoco las personas son sujetos. De usar estas terminologías – cosa que se justifica sólo con fines expresivos o poéticos- podríamos decir que también las cosas tienen alma, o por decirlo en términos primitivos, mágicos, también las cosas tienen maná. O que son, a la vez que objetos, también sujetos: de ahí que puedan lanzarnos miradas familiares o exista, como decía Baudelaire, un lenguaje propio de las flores y de todas las cosas mudas. La general devaluación que hoy nos afecta, como peligro y probabilidad, no debe entenderse tanto como deshumanización producto de que la propia obra del hombre, ciencia, tecnología, industria, domina al antiguo dominador, cuanto como una desanimación general de las cosas mismas, sean estas hombres o propiamente cosas, de manera que unos y otros terminan por ser “objetos” de una subjetividad ajena que, a modo de un poder extraño, les domina. Y hasta les da el ser, les produce y les reproduce. A ese Poder llamamos con propiedad Estado y Capital. O síntesis, presentida y terminada, si no cristalizada ya, entre el Estado y el Capital. En esencia, pues, no hay ni sujetos ni objetos, aunque sí los haya en nuestra desconsolada facticidad. Hay sí, cuerpos y almas. Cuerpos fluidos y dispersos en justa correspondencia con sus almas. Estas son su esencia correspondiente. O para decirlo en términos de Spinoza: La idea que les es adecuada. Almas plurales que sólo afloran si se las deja en libertad; y que por consiguiente se desvirtúan toda vez que se las subsume en el concepto genérico, Uno en la diversidad, del Alma subjetiva Personal.

Eugenio Trías. Meditación sobre el poder. Anagrama. 1977.

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