Una opinión que, de ser cierta, arruinaría la teoría en el párrafo tricentésimo décimo de El Origen de las Especies

With respect to the belief that organic beings have been created beautiful for the delight of man

En cuanto a la opinión de que los seres orgánicos han sido creados hermosos para deleite del hombre

De manera tan curiosa y extraordinaria comienza este párrafo, traducido al español de nuevo por alquien que quería ayudar al autor ya que no habla de opiniones, sino de creencias. Las creencias, protagonista principales de este libro tan influyente.  La doctrina utilitaria a la que se refería el párrafo anterior, una confusa creencia de los naturalistas del siglo diecisiete, representada por ejemplo en los textos de Bernardin de Saint Pierre que  veremos en la próxima entrada.

La realidad observada, viene a decir el autor, depende de la mente del observador. Es verdad.  Y como cada una de las verdades en esta obra, no es nada nuevo.  Lo cierto de esta obra, es viejo;  lo nuevo, falso.  Cierto que la realidad es como un saco de lona que, sin su relleno, cae amorfo y para sostenerse en pie y mostrar una forma, necesita encontrarse rellena de todo aquello que pueda aportar la mente del observador: teoría. El libro que comentamos es un fantástico ejemplo de ello y ya nos ha demostrado que la realidad que, por sí sola no es nada, vista en el capítulo uno se parecía mucho a una granja, mientras que en el capítulo tres era todo lucha. El capítulo cuatro vino a llenar el saco con la selección natural. Este relleno fantasmagórico hizo del saco su más alta representación formal.

Aunque el autor acierta en su idea de la realidad como saco vacío a rellenar sólo por cada uno y sus ideas, teoría, viene después a errar cuando aplica esta idea a esa extraña teoría que dice que los seres orgánicos han sido creados para deleitación humana (algo que suena hoy en día absurdo y que, me temo, hace doscientos años también sonaba absurdo), con lo cual viene de nuevo a confirmar esta idea de que la realidad depende de la mente que la observa, y que tiene la mente  una gran importancia. Por un lado, quien mira a la naturaleza con la intención de ver lucha, ve lucha;  quien quiere ver competición, la encuentra. De esto no hay duda y como muestra cualquiera de los miles de documentales sobre la naturaleza generados por productores de televisión de mentalidad darwinista. Por otro lado y esto ya en casos más excepcionales, la fe en que algo existe, termina por hacer que ese algo, que al principio era sólo producto de la imaginación, efectivamente exista. La idea de una naturaleza en lucha, genera una naturaleza en lucha.

 

310

 

With respect to the belief that organic beings have been created beautiful for the delight of man—a belief which it has been pronounced is subversive of my whole theory—I may first remark that the sense of beauty obviously depends on the nature of the mind, irrespective of any real quality in the admired object; and that the idea of what is beautiful, is not innate or unalterable. We see this, for instance, in the men of different races admiring an entirely different standard of beauty in their women. If beautiful objects had been created solely for man’s gratification, it ought to be shown that before man appeared there was less beauty on the face of the earth than since he came on the stage. Were the beautiful volute and cone shells of the Eocene epoch, and the gracefully sculptured ammonites of the Secondary period, created that man might ages afterwards admire them in his cabinet? Few objects are more beautiful than the minute siliceous cases of the diatomaceae: were these created that they might be examined and admired under the higher powers of the microscope? The beauty in this latter case, and in many others, is apparently wholly due to symmetry of growth. Flowers rank among the most beautiful productions of nature; but they have been rendered conspicuous in contrast with the green leaves, and in consequence at the same time beautiful, so that they may be easily observed by insects. I have come to this conclusion from finding it an invariable rule that when a flower is fertilised by the wind it never has a gaily-coloured corolla. Several plants habitually produce two kinds of flowers; one kind open and coloured so as to attract insects; the other closed, not coloured, destitute of nectar, and never visited by insects. Hence, we may conclude that, if insects had not been developed on the face of the earth, our plants would not have been decked with beautiful flowers, but would have produced only such poor flowers as we see on our fir, oak, nut and ash trees, on grasses, spinach, docks and nettles, which are all fertilised through the agency of the wind. A similar line of argument holds good with fruits; that a ripe strawberry or cherry is as pleasing to the eye as to the palate—that the gaily-coloured fruit of the spindle-wood tree and the scarlet berries of the holly are beautiful objects—will be admitted by everyone. But this beauty serves merely as a guide to birds and beasts, in order that the fruit may be devoured and the matured seeds disseminated. I infer that this is the case from having as yet found no exception to the rule that seeds are always thus disseminated when embedded within a fruit of any kind (that is within a fleshy or pulpy envelope), if it be coloured of any brilliant tint, or rendered conspicuous by being white or black.

 

En cuanto a la opinión de que los seres orgánicos han sido creados hermosos para deleite del hombre -opinión que, como se ha dicho, es ruinosa para toda mi teoría-, puedo hacer observar, en primer lugar, que el sentido de belleza es evidente que depende de la naturaleza de la mente, con independencia de toda cualidad real en el objeto admirado, y que la idea de qué es hermoso no es innata o invariable. Vemos esto, por ejemplo, en que los hombres de las diversas razas admiran un tipo de belleza por completo diferente en sus mujeres. Si los objetos bellos hubiesen sido creados únicamente para satisfacción del hombre, sería necesario demostrar que, antes de la aparición del hombre, había menos belleza sobre la tierra que después que aquél entró en la escena. Las hermosas conchas de los géneros Voluta y Conus de la época eocena y los amonites, tan elegantemente esculpidos, del período secundario, ¿fueron creados para que el hombre pudiese admirarlos edades después en su gabinete? Pocos objetos hay más hermosos que los pequeños caparazones silíceos de las diatomeas; ¿fueron creadas éstas para que pudiesen ser examinadas y admiradas con los mayores aumentos del microscopio? La belleza, en este último caso y en otros muchos, parece debida por completo a la simetría de crecimiento. Las flores se cuentan entre las más hermosas producciones de la Naturaleza; pero las flores se han vuelto visibles formando contraste con las hojas verdes y, por consiguiente, hermosas al mismo tiempo, de modo que puedan ser observadas fácilmente por los insectos. He llegado a esta conclusión porque he encontrado como regla invariable que, cuando una flor es fecundada por el viento, no tiene nunca una corola de color llamativo. Diferentes plantas producen habitualmente flores de dos clases: unas abiertas, de color, de manera que atraigan los insectos, y las otras cerradas, no coloreadas, desprovistas de néctar y que nunca visitan los insectos. Por consiguiente, podemos llegar a la conclusión de que, si los insectos no se hubiesen desarrollado sobre la tierra, nuestras plantas no se habrían cubierto de hermosas flores, y habrían producido solamente pobres flores, como las que vemos en el abeto, roble, nogal y fresno, y en las gramíneas, espinacas, acederas y ortigas, que son fecundos todos por la acción del viento. Un razonamiento semejante puede aplicarse a los frutos: todo el mundo admitirá que una fresa o cereza madura es tan agradable a la vista como al paladar, que el fruto tan llamativamente coloreado del evónimo y los rojos frutos del acebo son cosas hermosas; pero esta belleza sirve sólo de guía a las aves y los mamíferos, para que el fruto pueda ser devorado y las semillas diseminadas por los excrementos. Deduzco que es así del hecho de que hasta el presente no he encontrado excepción alguna a la regla de que las semillas son siempre diseminadas de este modo cuando están encerradas en un fruto de cualquier clase -esto es, dentro de una envoltura pulposa o carnosa-, si tiene un color brillante o se hace visible por ser blanco o negro.

Lectura aconsejada:

 Manual para detectar la impostura científica: Examen del libro de Darwin por Flourens. Digital CSIC, 2013. 225 páginas.

Compartir:

Deja un comentario