Iba Mendes presentaba hace una semanas en su blog Humor Darwinista un texto del Dr Leonardo Sioufi Fagundes dos Santos publicado en la revista Papiro con el título “Fundamentalismo Científico: uma forma de Pseudo-Ciência”. Copio a continuación mi traducción al castellano de este texto.

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El fundamentalismo científico consiste en la actitud de poner la ciencia y la opinión de los científicos como verdades incontrovertibles. Sus principales representantes no son charlatanes o periodistas que escriben sobre la ciencia, muchos fundamentalistas científicos son científicos de prestigio.

La palabra Fundamentalismo tiene un significado similar a Radicalismo. El fundamentalismo es la fidelidad a los fundamentos de la teoría, la ideología o creencia. El radicalismo viene de la palabra “raíz” que también tiene el sentido de fundamento. Etimológicamente hablando los adjetivos “fundamentalista” y “radical” pueden ser positivos. Pero el sentido que estas palabras tienen hoy en día es despectivo. Ser fundamentalista o radical significa defender una idea de manera estrecha e irracional, sin ajustes, atacando a cualquiera que discrepe de ella. Entre las fundamentalismos destacan hoy el religioso, el político y el científico. El fundamentalismo religioso moderno se caracteriza por una interpretación literal de los textos sagrados (la Biblia y el Corán, respectivamente, para el fundamentalismo cristiano e islámico). El fundamentalismo político está marcado por el intento de aplicar las ideologías políticas y sociales por medios no democráticos, tales como golpes de Estado, el exterminio de grupos sociales, secuestros de personalidades, etc. En el fundamentalismo científico lo que llama más la atención es el intento de calificar como perfecta a la ciencia y descalificar a cualquier conocimiento no científico.

El procedimiento adoptado por teólogos y políticos en la lucha contra el fundamentalismo religioso y político consiste en mostrar los principios de sus respectivas religiones y las políticas. Los científicos y los asesores de la ciencia deben seguir los mismos pasos para desenmascarar el fundamentalismo científico. Explicar lo que es ciencia, desmontar el discurso fundamentalista. ¿Qué es la ciencia?

La ciencia y el método científico

Sin la intención de proporcionar una respuesta definitiva, la ciencia es el conocimiento obtenido a través del método científico. Esta respuesta puede parecer ingenua, pero recuerda que la ciencia es metódica. Si bien es cierto que la aplicación del método científico es muy amplia también lo es que no hay “ciencia alternativa” o ciencia “fuera de la ley”. Pero ¿cuál es el método científico.

Hay muchas definiciones del método científico. Una vez más sin grandes pretensiones de dar respuestas definitivas, el método científico puede definirse como el desarrollo de hipótesis para explicar ciertos fenómenos, seguido de recogida de datos experimentales para confirmar o negar cada hipótesis. El conjunto de hipótesis confirmadas forma el conocimiento científico. Para ilustrar la ciencia y su método se puede mencionar la «ley de caída de los cuerpos» y la «teoría atómica».

El filósofo griego Aristóteles (siglo IV a. C.) creía que los cuerpos pesados caen más rápido que los ligeros. Ya Leonardo da Vinci (s. XV y XVI) propuso la hipótesis de que el peso no afecta a las velocidades de caída de los cuerpos. Es la resistencia del aire lo que podría hacer caer más suavemente o incluso sostener un cuerpo. Mediante este principio, da Vinci diseñó (sin construirlo) el paracaídas, el helicóptero y varias máquinas voladoras. También propuso una fórmula matemática para describir cómo la velocidad de caída de los cuerpos variaba con el tiempo en ausencia de resistencia del aire. Otro italiano, Galileo Galilei (XVI y XVII), hizo varios experimentos con diferentes pendientes. Él probó y confirmó experimentalmente la hipótesis de Leonardo. Pero los experimentos también revelaron que la fórmula para la velocidad de Leonardo estaba equivocada. Galileo propuso otra fórmula que los experimentos confirmaron. Galileo es considerado como uno de los primeros científicos en la historia, alguien que usó el método científico para extraer sus conclusiones. Leonardo fue también un brillante observador de la naturaleza, pero carecía de la precisión metódica de Galileo.

Los filósofos griegos Leucipo de Mileto y su discípulo Demócrito de Abdera (s. V y IV AC) postularon que todas las cosas se componen de partículas indivisibles, en griego, los átomos. El filósofo Epicuro perfeccionó la filosofía atomista, pero después de que las ideas de Aristóteles se hicieron más populares, el atomismo fue abandonado. Retomado por los filósofos árabes y posteriormente por algunos alquimistas, el atomismo se mantuvo como una tesis filosófica. Fue el inglés John Dalton (siglo XIX) quien admitió la idea de los átomos como una hipótesis a probar científicamente. Mediante el análisis de experimentos en los que participaron la difusión de gases en líquidos y medición de la presión en las mezclas de gases, Dalton confirmó la hipótesis de que toda la materia estaba compuesta de partículas. Como los experimentos de su tiempo no demostraban que estas partículas podrían dividirse, los llamó átomos. Experimentos posteriores revelaron que la partícula de Dalton no era indivisible. La partícula descubierta por Dalton siguió llamándose “átomo”, pero se ha descartado la hipótesis de que sea indivisible.

Volviendo al tema de este artículo, el fundamentalismo científico deja de lado la posibilidad y necesidad de la experimentación y la revisión de las hipótesis mediante otros experimentos. No todas las hipótesis se pueden probar experimentalmente. Por ejemplo, suponiendo que Dios existe, ¿cómo hacer un experimento para probar esta hipótesis? La ciencia no puede afirmar o negar la existencia de Dios. Cuestiones de carácter religioso en general, no pueden abordarse por la ciencia, ser confirmadas ni desmentidas.

Tampoco todas las hipótesis que puedan ser sometidas a las pruebas lo son, ya sea por razones tecnológicas, por ejemplo el costo financiero del experimento. Para citar un ejemplo famoso, Einstein propuso los principios de lo que sería el láser en 1916. Pero el experimento sólo pudo hacerse en 1953.

Incluso hipótesis que hayan sido sometidas a prueba y comprobadas pueden ser descartadas, al menos parcialmente, por los nuevos experimentos. Todo el conocimiento científico de hoy «puede» simplemente estar equivocado. Nuevos experimentos pueden revelar que las hipótesis se confirmaron porque los aparatos experimentales no eran tan precisos. Por ejemplo, la ley de la caída de los cuerpos de Galileo sigue siendo confirmada en experimentos, cerca de la corteza terrestre. La indivisibilidad del átomo de Dalton fue desestimada mediante más experimentos.

Un periodista o escritor que presenta un tema científico sin hacer referencias a la experimentación, incluso cuando se trata de hechos debidamente probados, no está haciendo comunicación científica. ¡Está contribuyendo a la difusión del fundamentalismo científico!

Los precedentes históricos del fundamentalismo científico

El fundamentalismo científico no es un fenómeno nuevo. El mismo Galileo Galilei, que tan rigurosamente puso a prueba su hipótesis, trató la afirmación de que la Tierra gira alrededor del sol como una verdad absoluta. El papa Urbano VIII, considerado por la Iglesia Católica Romana como representante terrenal de Jesucristo (llamado el “Galileo” en algunas secciones de la Biblia), comprendió mejor que Galileo Galilei el carácter no-fundamentalista de los conocimientos científicos. El Papa propuso a Galileo Galilei presentar la hipótesis heliocéntrica, que simplificaba los cálculos astronómicos. La visión de este Papa encaja en la descripción del movimiento dependiente del punto de referencia. En referencia a la Tierra es el sol el que se mueve. Sin embargo, la amplia visión de Urbano VIII no era la misma que la de los inquisidores, pero esa es otra historia …

Así como Galileo Galilei, otros científicos de reconocido prestigio han adoptado una postura fundamentalista. John Dalton rechazó la idea de que había partículas más pequeñas que el átomo, nunca Albert Einstein aceptó los postulados de la mecánica cuántica, etc.

Fundamentalismo científico y Pseudociencia

Uno de los objetivos de la divulgación científica es denunciar las ideas que se presenten como científicas sin serlo. El término genérico que se da a estas ideas es pseudociencia, donde el prefijo griego «pseudo» significa falso. Por lo general, sólo las teorías presentadas por los charlatanes se clasifican como pseudociencia. Citando ejemplos de populares teorías pseudo-científicas, tendríamos que la realidad es el producto de nuestra conciencia (como lo prueba la mecánica cuántica), que el agua puede grabar nuestros estados emocionales y la congelación del líquido proporciona evidencia de ello, que el agua en contacto prolongado con imanes adquiere poderes curativos, la teoría de diseño inteligente, creacionismo, la teoría de la Tierra Hueca, el origen atlante de los indo-europeos, etc. No existen pruebas de ninguna de estas hipótesis. Y mucha gente deshonesta saca grandes ganancias con estas teorías, mediante la venta de libros, la documentales, etc. Pero ¿por qué poner fin a este texto sobre el fundamentalismo científico hablando de la pseudociencia? Debido a que el fundamentalismo científico podría ser clasificado como pseudociencia.

Al hacer declaraciones polémicas como «Dios no existe», «la religión es perjudicial para la humanidad», «no hay vida después de la muerte ni en otros planetas» entre otras, los fundamentalistas se hacen famosos y ganan espacio en los medios de comunicación. Todos los activistas anti-religiosos se unen a ellos y la ciencia se presenta como la verdad de que vino a barrer todas las creencias. Por el bando contrario, los fundamentalistas religiosos se unen para desafiar a los fundamentalistas de la ciencia y presentar a la ciencia actual como algo diabólico. Interminables debates surgen en los que nadie quiere oír, sólo palabras. Explota así el odio irracional que es incompatible tanto con el amor predicado por la religión como con la razón defendida por la ciencia. Todos los fundamentalistas agrandan su respectiva audiencia. Todos ganan, excepto la ciencia.

Mostrar el fundamentalismo científico como pseudociencia es difícil, precisamente porque el primero suele atacar a la segunda. Algunas de las características de la pseudociencia que caracterizan también el discurso fundamentalista son:

Respuestas rápidas a preguntas que ni siquiera pueden ser probadas experimentalmente, tales como la especulación en los dilemas religiosos, filosóficos, etc.

Presentación de la ciencia como el conocimiento último, haciendo caso omiso de la evolución histórica de éste.

La omisión de los fundamentos filosóficos de la ciencia o cualquier reflexión sobre ellos como las presentadas por Karl Popper, Thomas Kuhn, Feyerabend Paul, Gaston Bachelard, etc.

Presentación idealizada de los científicos como hombres sin creencias, sin ideología, sin intereses políticos e imparciales, cuyo único punto de partida de sus declaraciones en la ciencia.

A pesar de todo lo escrito en éste texto, la gran dificultad en el trato con el fundamentalismo científico no está en su caracterización. La tentación narcisista del científico y del divulgador de presentarse como el sabio que tiene las respuestas es la base del fundamentalismo científico. Y tal vez la victoria sobre estas tentaciones algún día será alcanzado por la ciencia misma.

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Imagen tomada de Tendencias 21

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Relacionada con:

«La función social del científico: preliminares para un debate»

«Napoleón en Egipto: Dos preguntas para la reflexión sobre la función social del científico»


«Función social del científico: ¿Qué es la ciencia?, un viejo artículo de Orwell»

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64 comentarios

  1. Usted no ha leido bien. Lo que he dicho iba en dirección contraria. Es decir:

    «un debate no consiste en ordenar a los demas lo que deben pensar »

    ¿De acuerdo?

    Por ejemplo, la frase que usted dice ser inventada, es bienvenida y sospecho que el señor anónimo nos podrá ilustrar algo más al respecto.

    Me alegra ver su interrogante en el paréntesis ¿Proceso o mecanismo?. Invita a reflexionar sobre las diferencias que hay entre ambos. Quizás cuando hayamos reflexionado veremos donde encajamos a la Selección Natural o si prefiere, a los cinco puntos que usted (a mi juicio incorrectamente) indicaba que la integran.

  2. «la frase que usted dice ser inventada, es bienvenida y sospecho que el señor anónimo nos podrá ilustrar algo más al respecto»

    Que sea bienvenida no la convierte en cierta. ¿Sabe usted algo de historia y de las revoluciones protestantes,la revolucion industrial y los cambios sociales que conllevó? no, para que? todo lo hizo Darwin..pues era un señor muy poderoso eh?

    «Me alegra ver su interrogante en el paréntesis ¿Proceso o mecanismo?. Invita a reflexionar…»

    Invita a reconocer mas bien lo simple que es para no reconocer el sarcasmo, no cree?

  3. No hace falta inventarse una palabra para discutir los 5 puntos. Pwero a partir de ahoras los 5 puntos seran denominados como «pepito»

  4. Usted ve un sarcasmo, yo una invitación a la reflexión.

    Los cinco puntos deberán ser discutidos despacio para ver si merecen uno, cinco nombres o ninguno. Esto lo hará un experto en genética de poblaciones si quiere, pero no pretenderá después decirnos que está en posesión de ninguna clave de la evolución, puesto que los cinco puntos no salen del dominio de la genética de poblaciones.

    Amigo Gould está usted ya fuera de los límites del darwinismo.

  5. «Esto lo hará un experto en genética de poblaciones si quiere, pero no pretenderá después decirnos que está en posesión de ninguna clave de la evolución, puesto que los cinco puntos no salen del dominio de la genética de poblaciones.
    Amigo Gould está usted ya fuera de los límites del darwinismo»

    Digame una cosa. ¿Cuantas veces hay que repetirle a usted una cosa para que entienda algo?
    Voy a probar, a ver ya se que es un poco cerril, pero igual termina pillandolo:

    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza
    No estamos hablando de la evolución sino de si existe la SN en la naturaleza

  6. Usted debe ser la única persona del mundo capaz de pensar que puede hablar de SN sin hablar de evolución.

    Si le gusta llamar a la dinámica de poblaciones selección natural allá usted. A mi me parece incorrecto.

  7. La frase que puse en otro comentario, no es literalmente de Spinoza, sino una interpretación mía. Rectifico pq no es exactamente como la expuse en un anterior mensaje. Les pido disculpas. Pongo párrafos completos para que cada uno haga sus interpretaciones. Lo que escribe Spinoza en el libro «ÉTICA» es:

    «El regocijo —que, como he dicho, es bueno— es más fácilmente concebido que observado. Pues los afectos que cotidianamente nos asaltan se relacionan, por lo general, con una parte del cuerpo que es afectada más que las otras, y, por ende, los afectos tienen generalmente exceso, y sujetan al alma de tal modo en la consideración de un solo objeto, que no puede pensar en otros; y aunque los hombres están sometidos a muchísimos afectos —encontrándose raramente, por ello, a alguien que esté dominado siempre por un solo y mismo afecto—, no faltan, con todo, hombres a quienes se aferra pertinazmente un solo y mismo afecto. Así pues, vemos algunas veces hombres afectados de tal modo por un solo objeto, que aunque no esté presente, creen tenerlo a la vista, y cuando esto le acaece a un hombre que no duerme, decimos que delira o que está loco. Y no menos locos son considerados, ya que suelen mover a risa, los que se abrasan de amor, soñando noche y día sólo con su amante o meretriz. El avaro y el ambicioso, en cambio, aunque el uno no piense más que en el lucro y el dinero, y el otro en la gloria, no se piensa que deliran, porque suelen ser molestos, y se los considera dignos de odio. Pero, en realidad, tanto la avaricia y la ambición como la libídine son formas de locura, aunque no se las cuente en el número de las enfermedades». SPINOZA

    ERICH FROMM

    Este texto de Spinoza es citado por Erich Fromm en su libro «Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea» para decir lo siguiente:

    «Lo que es muy engañoso, en cuanto al estado mental de los
    individuos de una sociedad, es la «validación consensual» de sus ideas. Se supone ingenuamente que el hecho de que la mayoría de la gente comparte ciertas ideas y sentimientos demuestra la validez de esas ideas y sentimientos. Nada más lejos de la verdad. La validación consensual, como tal, no tiene nada que ver con la razón ni con la salud mental. Así como hay una folie a deux, hay una jolie a millions. El hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios no convierte esos vicios en virtudes; el hecho de que compartan muchos errores no convierte a éstos en verdades, y el hecho de que millones de personas padezcan
    las mismas formas de patología mental no hace de esas personas gentes equilibradas.

    Hay, no obstante, una diferencia importante entre la perturbación mental individual y la social, que sugiere una distinción entre los conceptos de defecto y de neurosis. Si una persona no llega a alcanzar la libertad, la espontaneidad y una expresión auténtica de sí misma, puede considerarse que tiene un defecto grave, siempre que supongamos que libertad y espontaneidad son las metas que debe alcanzar todo ser humano. Si la mayoría de los
    individuos de una sociedad dada no alcanza tales metas, estamos ante el fenómeno de un defecto socialmente modelado. El individuo lo comparte con otros muchos, no lo considera un defecto, y su confianza no se ve amenazada por la experiencia de ser diferente, de ser un proscrito, por decirlo así. Lo que pueda haber perdido en riqueza y en sentimiento auténtico de felicidad está compensado por la seguridad de hallarse adaptado al resto de la humanidad, tal como él la conoce. En realidad, su mismo defecto puede haber sido convertido en virtud por su cultura, y
    puede, de esta manera, procurarle un sentimiento más intenso de éxito. Ejemplo de ello es el sentimiento de culpa y de ansiedad que las doctrinas de Calvino despertaban en las gentes. Puede decirse que la persona que se siente abrumada por la sensación de su impotencia e indignidad, por la duda incesante de si se salvará
    o será condenada al castigo eterno, que es incapaz de sentir la verdadera alegría, padece un defecto grave. Pero ese mismo defecto fue culturalmente modelado: se le consideraba particularmente valioso, y así quedaba el individuo protegido contra la neurosis que habría adquirido en otra cultura en la que el mismo defecto le produjera una sensación de inadaptación y aislamiento profundos.

    SPINOZA formuló muy claramente el problema del defecto
    socialmente modelado. Dice: «Muchas personas se sienten poseídas de un mismo afecto con gran persistencia. Todos sus
    sentidos están tan profundamente afectados por un solo objeto, que creen que este objeto está presente aun cuando no lo está. Si esto ocurre mientras la persona está despierta, se la cree perturbada… Pero si la persona codiciosa sólo piensa en dinero y riquezas, y la ambiciosa sólo en fama, no las consideramos desequilibradas, sino únicamente molestas, y en general sentimos desprecio hacia ellas. Pero en realidad la avaricia, la ambición, etc., son formas de locura, aunque habitualmente no las consideremos
    ‘enfermedades’.»

    Estas palabras fueron escritas hace unos centenares de años, y todavía siguen siendo ciertas, aunque los defectos han sido hoy culturalmente modelados en tan gran medida, que en general ya no se les considera molestos ni despreciables. Hoy nos encontramos con personas que obran y sienten como si fueran autómatas; que no experimentan nunca nada que sea verdaderamente suyo; que se sienten a sí mismas totalmente tal como creen que se las considera; cuya sonrisa artificial ha reemplazado a la verdadera risa; cuya charla insignificante ha sustituido al lenguaje comunicativo; cuya sorda desesperanza ha tomado el lugar del
    dolor auténtico. De esas personas pueden afirmarse dos cosas. Una es que padecen un defecto de espontaneidad e individualidad que puede considerarse incurable. Al mismo tiempo, puede decirse que no difieren en esencia de millones de otras personas que están en la misma situación. La cultura les proporciona a la mayor parte de ellas normas que les permiten vivir con un defecto sin enfermarse. Es como si cada cultura proporcionase el remedio contra la exteriorización de síntomas neuróticos manifiestos que son resultantes del defecto que ella misma produce.

    ………..(más abajo dice)

    Es cierto, desde luego, que el hombre, a diferencia del animal, da pruebas de una maleabilidad casi infinita: así como puede comer casi todo, vivir en cualquier clima y adaptarse a él, difícilmente habrá una situación psíquica que no pueda aguantar y a la que no pueda adaptarse. Puede vivir como hombre libre y como esclavo; rico y en el lujo, y casi muriéndose de hambre; puede vivir como guerrero, y pacíficamente; como explotador y ladrón, y como miembro de una fraternidad de cooperación y amor. Difícilmente habrá una situación psíquica en que el hombre no pueda vivir, y difícilmente habrá algo que no pueda hacerse con él y para lo cual no pueda utilizársele. Todas estas consideraciones parecen justificar el supuesto de que no hay nada que se parezca a una naturaleza común a todos los hombres, y eso significaría en realidad que no existe una especie «hombre»,
    salvo en el sentido fisiológico y anatómico.

    ERICH FROMM (1955).

    Saludos.

  8. Spinoza explicando el lavado de cerebro trescientos años antes de que éste alcanzase su máximo apogeo.

    Una lección magistral.

    Muy interesante la última frase de Fromm

    Muy agradecido

  9. PROLOGO EDICIÓN ESPAÑOLA «PSICOANÁLISIS SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA» ERICH FROMM

    Me parece oportuno acompañar esta ediciófi española de The
    Sane Society de unas palabras aclaratorias:

    El psicoanálisis de la sociedad moderna que aquí presentamos
    toma la mayor parte de sus ejemplos empíricos de los Estados
    Unidos de Norteamérica; y podría parecer al lector que, por lo mismo, esta obra trata principalmente de los proble?nas de dicho país. Sin embargo, esto sería un grave equivoco. El tema del libro es investigar lo que al carácter del hombre le hace nuestro sistema industrial, el capitalismo moderno. En todo el mundo occidental existe el capitalismo moderno, aunque en grados variados.

    En Europa emcontramos algunos países, como Inglaterra y
    Alemania, que han sido casi completamente trajisfarmados por el capitalismo; mientras que otros -países, como Italia y España, han conservado en mayor proporción su estructura tradicional precapitalista y su atmósfera cultural. Lo mismo parece ser válido del Continente Americano: muchos países de Sudamérica han sido incorporados al sistema capitalista en fecha relativamente reciente, y sus estructuras, tanto económica conto psíquica, no han desarrollado por completo todavía todas las características del capitalismo.

    Los Estados Unidos, por otra parte, son el país en el
    cual se ha desarrollado más que en ninguna otra región del mundo.

    Las razones son fáciles de ver. Este país fue capaz de desarrollar los rasgos económicos y psicológicos del capitalismo más completamente que ningún otro país, porque no lo detuvieron remanentes de la tradición feudal, y se desarrolló en un espacio ilimitado con grandes recursos naturales y una población de inmgrantes ansiosos de trabajar, que habían roto con sus propias culturas y tradiciones. Sin embargo, esto es un fenómeno indudablentente transitorio. Todos los paises de Europa y América se desarrollan en la misma dirección, y el ejemplo de los Estados Unidos muestra los problemas a que ya se están enfrentando otros países y que encararán una mayor amplitud dentro de poco tiempo, relativamente hablando.
    Ni qué decir tiene que, además de esos problenms generales
    que resultan del capitalismo, cada país latinoamericano aborda sus propios problemas, consecuencia de sus particulares estructuras socioeconómicas y políticas.
    Estos rasgos específicos se mezclan con los rasgos generales
    del capitalismo, y es esta mezcla, particular en cada país, la que necesita ser estudiada para llegar a una comprensión completa de los problemas sociales y psicológicos de cada país latino americano. En este libro se analizan aquellos elementos que los países latinoamericaltos comparten con todas las sociedades occidentales más industrializadas y que siguen industrializándose.

    ERICH FROMM
    México, diciembre de 1956.

  10. PSICOANÁLISIS DE LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA CAPITULO 1

    ¿ESTAMOS SANOS?

    Nada es más común que la idea de que las gentes que viven en
    el mundo occidental del siglo xx están eminentemente cuerdas.Aun el hecho de que gran número de individuos de nuestro medio sufra formas más o menos graves de enfermedades mentales suscita muy pocas dudas en cuanto al nivel general de nuestra salud mental. Estamos seguros de que practicando mejores métodos de higiene mental mejoraremos más aún el estado de nuestra salud
    mental, y en lo que se refiere a las perturbaciones mentales
    que sufren algunos individuos las consideramos estrictamente
    como accidentes individuales, quizás un poco extrañados de que ocurran tantos accidentes de esos en una cultura que se reputa por tan equilibrada.
    ¿Estamos seguros de que no nos engañamos a nosotros mismos?
    Muchos enfermos internados en asilos para dementes están
    convencidos de que todo el mundo está loco, menos ellos. Muchos neuróticos graves creen que sus ritos compulsivos o sus manifestaciones histéricas son reacciones normales contra circunstancias un tanto anormales. ¿Y qué es lo que sucede con nosotros?
    Examinemos los hechos, siguiendo la buena manera psiquiátrica.
    En los cien años últimos creamos nosotros, en el mundo
    occidental, una riqueza material mayor que la de ninguna otra sociedad en la historia de la especie humana. Pero hemos encontrado el modo de matar a millones de seres humanos por un procedimiento que llamamos «guerra». Además de otras muchas guerras menores, hemos tenido guerras grandes en 1870, 1914 y 1939. Todos los participantes en estas guerras creían firmemente que luchaban en defensa propia, por su honor, o que contaban con la ayuda de Dios. A los grupos con quienes uno está en guerra se los considera, muchas veces de un día para otro, demonios
    crueles e irracionales a quienes hay que vencer para salvar
    del mal al mundo. Pero pocos años después vuelve la matanza
    mutua, los enemigos de ayer son nuestros amigos de hoy y los
    amigos de ayer nuestros enemigos de hoy, y otr» . ez empezamos a pintarlos, con la mayor seriedad, del color blanco o negro que les corresponde. En este momento, en el año 1955, estamos preparados para una matanza en masa que, si sobreviene, sobrepasará a todas fas matanzas que la especie humana haya realizado hasta ahora. Está preparado para ese objeto uno de los mayores descubrimientos
    que se han hecho en el campo de las ciencias naturales.
    Todo el mundo mira con una mezcla de confianza y recelo
    a los «hombres de estado» de las diferentes naciones, dispuesto a dedicarles todo género de alabanzas si «logran evitar una guerra», ignorando que son sólo esos mismos hombres de estado los que siempre producen la guerra, habitualmente no por sus malas intenciones, sino por la irracional torpeza con que manejan los asuntos que se les han confiado.
    En esas manifestaciones de destructividad y de recelo paranoide, no procedemos, a pesar de todo, de manera diferente a como procedió la parte civilizada de la humanidad en los últimos tres mil años de historia. Según Víctor Cherbuliez, desde 1500 a. c. hasta 1860 d. c. se han firmado no menos de unos ocho mil tratados de paz, de cada uno de los cuales se esperaba que garantizaría
    la paz perpetua, aunque, uno con otro, no duró más de
    dos años cada uno de ellos.^
    No es mucho más alentadora nuestra gestión en los asuntos
    económicos. Vivimos dentro de un régimen económico en el que
    una cosecha excepcionalmente buena constituye muchas veces un desastre económico, y restringimos la producción en algunos sectores agrícolas para «estabilizar el mercado», aunque hay millones de personas que carecen de las mismas cosas cuya producción
    limitamos, y que las necesitan mucho. Precisamente ahora
    nuestro sistema económico está funcionando muy bien, entre
    otras razones porque gastamos miles de millones de dólares al
    año en producir armamentos. Los economistas esperan con cierta
    intranquilidad el momento en que detengamos esa producción,
    y la idea de que el estado debiera producir casas y otras cosas
    útiles y necesarias en vez de armas fácilmente provoca la acusación
    de que se ponen trabas a la libertad y a la iniciativa individual.
    Más del 90 % de nuestra población sabe leer y escribir. Tenemos
    radio, televisión, cine, un periódico diario para todo el
    mundo; pero en lugar de damos la mejor literatura y la mejor
    música del pasado y del presente, esos medios de comunicación,
    complementados con anuncios, llenan las cabezas de las gentes
    de la hojarasca más barata, que carece de realidad en todos los
    sentidos, y con fantasías sádicas a las que ninguna persona semiculta
    debiera prestar ni un momento de atención. Y mientras se
    envenenan así los espíritus de todos, jóvenes y viejos, ejercemos
    una feliz vigilancia para que no suceda ninguna «inmoralidad»
    en la pantalla. Cualquiera indicación de que el gobierno debiera
    financiar la producción de películas y de programas de radio que
    ilustrasen y cultivasen el espíritu de nuestras gentes provocaría
    también gran indignación y acusaciones en nombre de la libertad
    y del idealismo.
    Hemos reducido la jornada media de trabajo a la mitad, aproximadamente,
    de lo que era hace unos cien años. Hoy tenemos más
    tiempo libre del que ni siquiera se atrevieron a soñar nuestros
    abuelos. ¿Y qué ha sucedido? No sabemos cómo emplear el tiempo
    libre que hemos ganado, intentamos matarlo de cualquier modo
    y nos sentimos felices cuando ya ha terminado un día más.
    ¿Para qué seguir describiendo cosas que todo el mundo sabe?
    Indudablemente, si un individuo obrase de esa manera, se producirían
    serias dudas acerca de su cordura; pero si pretendiese
    que no hay en ello nada malo, y que actúa de una manera perfectamente
    razonable, el diagnóstico entonces no podría ser dudoso.
    ^ Pero muchos psiquiatras y psicólogos se resisten a sostener
    la idea de que la sociedad en su conjunto pueda carecer de equilibrio
    mental, y afirman que el problema de la salud mental de
    una sociedad no es sino el de los individuos «inadaptados», pero
    no el de una posible inadaptación de la cultura misma. Este libro
    trata de este último problema; no de la patología individual, sino
    de la patologia de la normalidad, y especialmente de la patología
    de la sociedad occidental contemporánea. Pero antes de
    entrar en el intrincado estudio del concepto de patología social,
    examinemos algunos datos, reveladores y sugestivos por sí mismos,
    relativos a la proporción de casos de patología individual
    en la cultura de Occidente.

    ……….(más abajo)……

    Vemos, además, que los países de Europa más democráticos,
    pacíficos y prósperos, y los Estados Unidos, el país más próspero
    del mundo, presentan los síntomas más graves de perturbación
    mental. El objetivo de todo el desarrollo socioeconómico
    del mundo occidental es el de una vida materialmente confortable,
    una distribución relativamente equitativa de la riqueza,
    democracia y paz estables, ¡y los mismos países que han llegado
    más cerca de ese objetivo muestran los síntomas más graves de
    desequilibrio mental! Es cierto que esas cifras, en sí mismas, no
    demuestran nada, pero, de todos modos, son sorprendentes. Ya
    antes de que entremos en el estudio más detenido del problema
    en su conjunto, esos datos suscitan la pregunta de si no habrá
    algo fundamentalmente equivocado en nuestro modo de vivir
    y en los objetivos por cuya consecución luchamos.
    ¿Es posible que la vida de prosperidad que lleva la clase media,
    si bien satisface nuestras necesidades materiales, nos deje una
    sensación de profundo tedio, y que el suicidio y el alcoholismo
    sean medios patológicos de escapar a ese tedio? ¿E^ posible que
    esas cifras constituyan una radical ilustración de la verdad de
    aquel aserto según el cual «no sólo de pan vive el hombre», y
    que revelen que la civilización moderna no satisface algunas necesidades
    profundas del individuo humano? Y, si es así, ¿cuáles
    son estas necesidades^
    Los capítulos siguientes son un intento para contestar a estas
    preguntas y llegar a la evaluación crítica del efecto que la cultura occidental contemporánea ejerce sobre la salud mental de las
    personas que viven sometidas a ella. Pero antes de entrar en el estudio específico de estas cuestiones, parece conveniente que nos planteemos el problema general de la patología de la normalidad, que es la premisa que sirve de base a toda la tendencia ideológica expresada en este libro.

  11. PSICOANÁLISIS DE LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA. CAPITULO 2.

    Decir que una sociedad carece de salud mental implica un supuesto discutible contrario a la actitud de relativismo sociológico que sustentan hoy la mayor parte de los sociólogos científicos, los cuales postulan que una sociedad es normal por cuanto que funciona, y que la patología sólo puede definirse por relación
    a la falta de adaptación del individuo al tipo de vida de su sociedad. Hablar de una «sociedad sana» presupone una premisa diferente del relativismo sociológico. Únicamente tiene sentido si suponemos que puede haber una sociedad que no es sana, y este supuesto, a su vez, implica que hay criterios universales de salud
    mental válidos para la especie humana como tal y por los cuales puede juzgarse del estado de salud de cualquier sociedad. Esta actitud de hunnanismo normativo se basa en algunas premisas fundamentales. La especie «hombre» puede definirse no sólo anatómica y fisiológicamente: los individuos a ella pertenecientes tienen en
    común unas cualidades psíquicas básicas, unas leyes que gobiernan su funcionamiento mental y emocional, y las aspiraciones o designios de encontrar una solución satisfactoria al problema de la existencia humana. Es cierto que nuestro conocimiento del
    hombre es aún tan incompleto que todavía no podemos dar una
    definición satisfactoria del hombre en un sentido psicológico. Es incumbencia de la «ciencia del hombre» llegar finalmente a una definición correcta de lo que merece llamarse naturaleza humana.
    Lo que se ha llamado muchas veces «naturaleza humana» no es
    más que una de sus muchas manifestaciones —^y con frecuencia
    una manifestación patológica—, y la misión de esa definición
    errónea ha consistido habitualmente en defender un tipo particular de sociedad presentándolo como resultado necesario de la constitución mental del hombre.
    Contra ese uso reaccionario del concepto de naturaleza humana, los liberales, desde el siglo xviii, han señalado la maleabilidad de esa naturaleza y la influencia decisiva que sobre ella ejercen los factores ambientales. Aunque esto es cierto y muy importante, ha conducido a muchos sociólogos a suponer que la constitución mental del hombre es una hoja de papel en blanco en la que escriben sus respectivos textos la sociedad y la cultura,
    y que por sí misma no tiene ninguna cualidad intrínseca. Esta suposición es tan insostenible, y exactamente tan destructora del progreso social, como la opinión opuesta. El problema consiste en inferir el núcleo común a toda la especie humana de las innumerables manifestaciones de la naturaleza humana, tanto normales como patológicas, según podemos observarlas en diferentes individuos y culturas. La tarea consiste, además, en reconocer las leyes inherentes a la naturaleza humana y las metas adecuadas para su desarrollo y despliegue. Este concepto de la naturaleza humana difiere mucho del sentido en que se usa convencionalmente la expresión «naturaleza
    humana». Exactamente como el hombre transforma el mundo que
    lo rodea, se tran’^forma a sí mismo en el proceso de la historia. El hombre es su propia creación, por decirlo así. Pero así como sólo puede transformar y modificar los materiales naturales que le rodean d – acuerdo con la naturaleza de los mismos, sólo puede transformarse a sí mismo de acuerdo con su propia naturaleza.
    Lo que el hombre hace en el transcurso de la historia es desenvolver este potencial y transformarlo de acuerdo con sus propias posibilidades. El punto de vista que adoptamos aquí no es ni «biológico» ni «sociológico», si eso quiere decir que esos dos aspectos son independientes entre sí. Es más bien un punto de vista que trasciende de esa dicotomía por el supuesto de que las principales pasiones y tendencias del hombre son resultado de la
    existencia total del hombre, que son algo definido y averiguable, y que algunas de ellas conducen a la salud y la felicidad y otras a la enfermedad y la infelicidad. Ningún orden social determinado crea, esas tendencias fundamentales, pero sí determina cuáles han
    de manifestarse o predominar entre el número limitado de pasiones potenciales. El hombre, tal como aparece en cualquiera cultura dada, es siempre una manifestación de la naturaleza humana, pero una manifestación que en su forma específica está determinada por la organización social en que vive. Así como el niño nace con todas las potencialidades humanas que se desarrollarán en condiciones sociales y culturales favorables, así la
    especie humana, en el transcurso de la historia, se desarrolla dentro de lo que potencialmente es.
    La actitud del hwmanismo normativo se basa en el supuesto
    de que aquí, como en cualquiera otra cuestión, hay soluciones acertadas y erróneas, satisfactorias e insatisfactorias, del problema
    de la existencia humana. Se logra la salud mental si el hombre llega a la plena madurez de acuerdo con las características y las leyes de la naturaleza humana. El desequilibrio o la enfermedad mentales consisten en no haber tenido ese desenvolvimiento. Partiendo
    de esta premisa, el criterio para juzgar de la salud mental
    no es el de la adaptación del individuo a un orden social dado, sino un criterio universal, válido para todos los hombres: el de dar una solución suficientemente satisfactoria al problema de la existencia humana.
    Lo que es muy engañoso, en cuanto al estado mental de los
    individuos de una sociedad, es la «validación consensual» de sus
    ideas. Se supone ingenuamente que el hecho de que la mayoría
    de la gente comparte ciertas ideas y sentimientos demuestra la
    validez de esas ideas y sentimientos. Nada más lejos de la verdad.
    La validación consensual, como tal, no tiene nada que ver con la
    razón ni con la salud mental. Así como hay una folie ä deux,
    hay una jolie ä millions. El hecho de que millones de personas
    compartan los mismos vicios no convierte esos vicios en virtudes;
    el hecho de que compartan muchos errores no convierte a éstos
    en verdades, y el hecho de que millones de personas padezcan
    las mismas formas de patología mental no hace de esas personas
    gentes equilibradas.
    Hay, no obstante, una diferencia importante entre la perturbación
    mental individual y la social, que sugiere una distinción
    entre los conceptos de defecto y de neurosis. Si una persona no
    llega a alcanzar la libertad, la espontaneidad y una expresión
    auténtica de sí misma, puede considerarse que tiene un defecto
    grave, siempre que supongamos que libertad y espontaneidad son
    las metas que debe alcanzar todo ser humano. Si la mayoría de los
    individuos de una sociedad dada no alcanza tales metas, estamos
    ante el fenómeno de un defecto socialvtente modelado. El individua
    lo comparte con otros muchos, no lo considera un defecto,
    y su confianza no se ve amenazada por la experiencia de ser
    diferente, de ser un proscrito, por decirlo así. Lo que pueda haber
    perdido en riqueza y en sentimiento auténtico de felicidad
    está compensado por la seguridad de hallarse adaptado al resto
    de la humanidad, tal como él la conoce. En realidad, su mismo
    defecto puede haber sido convertido en virtud por su cultura, y
    puede, de esta manera, procurarle un sentimiento más intenso de
    éxito.
    Ejemplo de ello es el sentimiento de culpa y de ansiedad que
    las doctrinas de Calvino despertaban en las gentes. Puede decirse
    que la persona que se siente abrumada por la sensación de su
    impotencia e indignidad, por la duda incesante de si se salvará
    o será condenada al castigo eterno, que es incapaz de sentir la
    verdadera alegría, padece un defecto grave. Pero ese mismo defecto
    fue culturalmente modelado: se le consideraba particularmente
    valioso, V así quedaba el individuo protegido contra la
    neurosis que habría adquirido en otra cultura en la que el mismo
    defecto le produjera una sensación de inadaptación y aislamiento
    profundos. Spinoza formuló muy claramente el problema del defecto socialmente modelado. Dice: «Muchas personas se sienten poseídas de un mismo afecto con gran persistencia. Todos sus sentidos están tan profundamente afectados por un solo objeto, que creen que este objeto está presente aun cuando no lo está.
    Si esto ocurre mientras la persona está despierta, se la cree perturbada.
    . . Pero si la persona codiciosa sólo piensa en dinero y
    riquezas, y la mnbiciosa sólo en fama, no las consideramos desequilibradas,
    sino únicamente molestas, y en general sentimos
    desprecio hacia ellas. Pero en realidad la avaricia, la ambición,
    etc., son formas de locura, aunque habitualmente no las consideremos
    ‘enfermedades’.» ^
    Estas palabras fueron escritas hace unos centenares de años, y
    todavía siguen siendo ciertas, aunque los defectos han sido hoy
    culturalmente modelados en tan gran medida, que en general
    ya no se les considera molestos ni despreciables. Hoy nos encontramos
    con personas que obran y sienten como si fueran autómatas;
    que no experimentan nunca nada que sea verdaderamente
    suyo; que se sienten a sí mismas totalmente tal como creen que
    se las considera; cuya sonrisa artificial ha reemplazado a la verdadera
    risa; cuya charla insignificante ha sustituido al lenguaje
    comunicativo; cuya sorda desesperanza ha tomado el lugar del
    dolor auténtico. De esas personas pueden afirmarse dos cosas.
    Una es que padecen un defecto de espontaneidad e individualidad
    que puede considerarse incurable. Al mismo tiempo, puede decirse
    que no difieren en esencia de millones de otras personas
    que están en la misma situación. La cultura les proporciona a
    la mayor parte de ellas normas que les permiten vivir con un
    defecto sin eiifermarse. Es como si cada cultura proporcionase
    el remedio contra la exteriorización de síntomas neuróticos
    manifiestos que son resultantes del defecto que ella misma
    produce.
    Supongamos que en nuestra cultura occidental dejaran de
    funcionar sólo por cuatro semanas los cines, la radio, la televisión,
    los eventos deportivos y los periódicos. Cerrados todos
    esos medios de escape, ¿cuáles serían las consecuencias para las
    gentes reducidas de pronto a sus propios recursos? No me cabe duda en que, aun en tan breve tiempo, ocurrirían miles de perturbaciones
    nerviosas, y que muchos miles más de personas caerían
    en un estado de ansiedad aguda no diferente del cuadro que
    clínicamente se diagnostica como «neurosis».^ Si se suprimieran los opiáceos contra el defecto socialmente modelado, haría su
    aparición la enfermedad manifiesta.
    El modelo o patrón proporcionados por la cultura no funcionan
    para una minoría, constituida con frecuencia por individuos
    cuyo defecto individual es más grave que el de las personas
    corrientes, de suerte que los remedios que ofrece la cultura no
    bastan para evitar la exteriorización de la enfermedad manifiesta.
    (Un caso de esto es el de la persona que tiene por objetivo de
    su vida el poder y la fama. Aunque ese objetivo es, en sí mismo,
    un objetivo patológico, hay, sin embargo, una diferencia entre
    la persona que usa sus facultades o poderes para alcanzar ese
    objetivo de un modo real, y la persona más gravemente enferma
    que, habiendo salido aún muy poco de sus fantasías infantiles, no
    hace nada para alcanzar esa meta, sino que espera un milagro,
    con lo que se siente cada vez más impotente y acaba en una sensación
    de inutilidad y amargura.) Pero hay también personas
    cuya estructura caracterológica, y por lo tanto sus conflictos,
    difieren de los de la mayoría, de suerte que los remedios que son
    eficaces para la mayor parte de sus prójimos no les sirven de
    nada. En este grupo encontramos a veces personas de integridad
    y sensibilidad superiores a las de la mayoría, e incapaces por esta
    misma razón de aceptar los opiáceos culturales, al mismo tiempo
    que no son suficientemente saludables y fuertes para vivir abiertamente
    «contra la corriente».
    Las anteriores observaciones acerca de la diferencia entre neurosis
    y defecto socialmente modelado pueden dejar la impresión
    de que, sólo con que la sociedad proporcione los remedios contra
    la exteriorización de síntomas manifiestos, todo irá bien, y podrá
    seguir funcionando suavemente, por grandes que sean los defectos
    que cree. Pero la historia nos demuestra que no es así.
    Es cierto, desde luego, que el hombre, a diferencia del animal,
    da pruebas de una maleabilidad casi infinita: así como puede
    comer casi todo, vivir en cualquier clima y adaptarse a él, difícilmente
    habrá una situación psíquica que no pueda aguantar y a
    la que no pueda adaptarse. Puede vivir como hombre libre y
    como esclavo; rico y en el lujo, y casi muriéndose de hambre;
    puede vivir como guerrero, y pacíficamente; como explotador
    y ladrón, y como miembro de una fraternidad de cooperación y
    amor. Difícilmente habrá una situación psíquica en que el hombre
    no pueda vivir, y difícilmente habrá algo que no pueda hacerse
    con él y para lo cual no pueda utilizársele. Todas estas
    consideraciones parecen justificar el supuesto de que no hay
    nada que se parezca a una naturaleza común a todos los hombres,
    y eso significaría en realidad que no existe una especie «hombre»,
    salvo en el sentido fisiológico y anatómico.
    Pero, no obstante todas estas pruebas, la historia del hombre
    revela que hemos omitido un hecho: los déspotas y las camarillas
    dominantes pueden subyugar y explotar a sus prójimos, pero
    no pueden impedir las reacciones contra ese trato inhumano. Sus
    subditos se hacen medrosos, desconfiados, retraídos, y, si no es
    por causas exteriores, esos sistemas caen en determinado momento,
    porque el miedo, la desconfianza y el retraimiento acaban por
    incapacitar a la mayoría para actuar eficaz e inteligentemente.
    Naciones enteras, o sectores sociales de ellas, pueden ser subyugados
    y explotados durante mucho tiempo, pero reaccionan.
    Reaccionan con apatía, o con tal falta de inteligencia, iniciativa
    y destreza, que gradualmente van siendo incapaces de ejecutar
    las funciones útiles para sus dominadores. O reaccionan acumulando
    odio y ansia destructora capaces de acabar con ellos mismos,
    con sus dominadores y con su regimen. Además, su reacción
    puede crear tal independencia y ansia de libertad, que de
    sus impulsos creadores nace una sociedad mejor. Que la reacción
    tenga lugar, depende de muchos factores; factores económicos
    y políticos, y el clima espiritual en que viven las gentes. Pero
    cualquiera que sea la reacción, el aserto de que el hombre puede
    vivir en casi todas las situaciones no es sino media verdad, y
    debe ser completado con este otro: que si vive en condiciones
    contrarias a su naturaleza y a las exigencias básicas de la salud
    y el desenvolvimiento humanos, no puede impedir una reacción:
    degenera y parece, o crea condiciones más de acuerdo con
    sus necesidades.
    Que la naturaleza humana y la sociedad pueden tener exigencias
    contradictorias y, por lo tanto, que puede estar enferma
    una sociedad en conjunto, es un supuesto que formuló muy explícitamente
    Freud, y del modo más detenido en su Civilization
    avd Its Discontem (trad, esp., Malestar en ¡a cultura).
    Freud parte de la premisa de una naturaleza humana común
    a toda la especie, a través de todas las culturas y épocas, y de
    ciertas necesidades y tendencias averiguables, inherentes a esa naturaleza. Cree que la cultura y la civilización se desarrollan
    en contraste cada vez mayor con las necesidades del hombre, y llega así a la idea de la «neurosis social». «Si la evolución de la
    civilización —dice— tiene una analogía tan grande con el desarrollo
    del individuo, y si en una y otro se emplean los mismos
    métodos, ¿no puede estar justificado el diagnóstico de que muchas civilizaciones —o épocas de ellas— y posiblemente la humanidadtoda, han caído en la ‘neurosis’ bajo la presión de las
    tendencias civilizadoras? Para la disección analítica de esas neurosis, pueden formularse recomendaciones terapéuticas del mayor
    interés práctico. No diría yo que ese intento de aplicar el psicoanálisis a la sociedad civilizada sea fantástico o esté condenado
    a ser infructuoso. Pero debemos ser muy cautos, no olvidar que, después de todo, tratamos sólo de analogías, y que es peligroso, no sólo para los hombres sino también para las ideas, sacarlos de la región en que nacieron y maduraron. Además, el diagnóstico de neurosis colectivas tropezará con una dificultad especial. En la
    neurosis de un individuo podemos tomar como punto de partida
    el contraste que se nos ofrece entre el paciente y su medio ambiente, que suponemos que es ‘normal’. No dispondríamos de
    ningún fondo análogo para una sociedad afectada similarmente, y habría que suplirlo de alguna otra manera. Y en lo que respecta a la aplicación terapéutica de nuestros conocimientos, ¿de
    qué valdría el análisis más penetrante de las neurosis sociales, ya que nadie tiene poder para obligar a la sociedad a adoptar la terapia prescrita? A pesar de todas estas dificultades, podemos esperar que alguien se aventure algún día a esta investigación de la patología de las sociedades civilizadas.» *
    Este libro se aventura a esa investigación. Se funda en la idea de que una sociedad sana es la que corresponde a las necesidades
    del hombre, no precisamente a lo que él cree que son sus necesidades, porque hasta los objetivos más patológicos pueden ser
    sentidos subjetivamente como lo que más necesita el individuo-, sino a lo que objetivamente son sus necesidades, tal como pueden descubrirse mediante el estudio del hombre. Así, pues, nuestra primera tarea es averiguar cuál es la naturaleza del hombre y cuáles son las necesidades que nacen de esa naturaleza. Después habremos de examinar el papel de la sociedad en la evolución
    del hombre y estudiar su papel ulterior en el desarrollo del individuo humano, así como los conflictos recurrentes entre la nattiraleza humana y la sociedad, y las cpnsecuencias de esos conflictos,particularmente en lo que respecta a la sociedad moderna.

    ERICH FROMM (1956)

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