Curiosas creencias de la gente del campo, un grave error, y una pregunta improcedente en el trigésimo sexto párrafo de El Origen de las Especies

 

 

El autor vuelve a expresar sus preocupaciones en un estilo anti-científico, porque no se trata de creer o no creer:

encontré exactamente la misma dificultad en creer que, puesto que habían sido domesticadas, habían descendido todas de un progenitor común

 

Presenta el dato anecdótico indocumentado como si fuese digno de crédito:

casi todos los criadores de los diferentes animales domésticos y los cultivadores de plantas con los que he tenido trato o cuyas obras he leído están firmemente convencidos de que las diferentes castas que cada uno ha cuidado descienden de otras tantas especies primitivamente distintas

 

Y lo que es peor, confunde el pertenecer a una especie con descender de un antecesor común. Son cosas distintas:

 

puesto que habían sido domesticadas, habían descendido todas de un progenitor común

Van Mons, en su tratado sobre peras y manzanas, muestra que no cree en modo alguno en que las diferentes clases, por ejemplo, el manzano Ribston-pippin, o el Codlin, pudieron nunca haber procedido de semillas del mismo árbol.

 

Pertenecer a la misma especie no significa descender de un progenitor común ni tampoco, en el caso de árboles, proceder del mismo árbol.

 

Basado en estos errores, el párrafo termina con una pregunta al aire bastante inapropiada para el tema que se ha venido tratando:

 

¿No podrían esos naturalistas, que, sabiendo mucho menos de las leyes de la herencia de lo que saben los criadores, y no sabiendo más que lo que éstos saben de los eslabones intermedios de las largas líneas genealógicas, admiten, sin embargo, que muchas de nuestras razas domésticas descienden de los mismos padres, no podrían aprender una lección de prudencia cuando se burlan de la idea de que las especies en estado natural sean descendientes directos de otras especies?

 

Pero quien debería haber obrado con prudencia no es ninguno de estos hipotéticos naturalistas sino el autor de tan irracional pregunta.

 

I  have discussed the probable origin of domestic pigeons at some, yet quite insufficient, length; because when I first kept pigeons and watched the several kinds, well knowing how truly they breed, I felt fully as much difficulty in believing that since they had been domesticated they had all proceeded from a common parent, as any naturalist could in coming to a similar conclusion in regard to the many species of finches, or other groups of birds, in nature. One circumstance has struck me much; namely, that nearly all the breeders of the various domestic animals and the cultivators of plants, with whom I have conversed, or whose treatises I have read, are firmly convinced that the several breeds to which each has attended, are descended from so many aboriginally distinct species. Ask, as I have asked, a celebrated raiser of Hereford cattle, whether his cattle might not have descended from Long-horns, or both from a common parent- stock, and he will laugh you to scorn. I have never met a pigeon, or poultry, or duck, or rabbit fancier, who was not fully convinced that each main breed was descended from a distinct species. Van Mons, in his treatise on pears and apples, shows how utterly he disbelieves that the several sorts, for instance a Ribston-pippin or Codlin-apple, could ever have proceeded from the seeds of the same tree. Innumerable other examples could be given. The explanation, I think, is simple: from long-continued study they are strongly impressed with the differences between the several races; and though they well know that each race varies slightly, for they win their prizes by selecting such slight differences, yet they ignore all general arguments, and refuse to sum up in their minds slight differences accumulated during many successive generations. May not those naturalists who, knowing far less of the laws of inheritance than does the breeder, and knowing no more than he does of the intermediate links in the long lines of descent, yet admit that many of our domestic races are descended from the same parents–may they not learn a lesson of caution, when they deride the idea of species in a state of nature being lineal descendants of other species?

 

He discutido el origen probable de las palomas domésticas con alguna extensión, aunque muy insuficiente, porque cuando tuve por vez primera palomas y observé las diferentes clases, viendo bien lo invariablemente que crían, encontré exactamente la misma dificultad en creer que, puesto que habían sido domesticadas, habían descendido todas de un progenitor común que la que podría tener cualquier naturalista en llegar a una conclusión semejante para las muchas especies de fringílidos o de otros grupos de aves, en estado natural. Un hecho me causó mucha impresión, y es que casi todos los criadores de los diferentes animales domésticos y los cultivadores de plantas con los que he tenido trato o cuyas obras he leído están firmemente convencidos de que las diferentes castas que cada uno ha cuidado descienden de otras tantas especies primitivamente distintas. Preguntad, como yo he preguntado, a un renombrado criador de ganado vacuno de Hereford si su ganado no podría haber descendido del longhorn, o ambos de un tronco común, y se os reirá con desprecio. No he encontrado nunca aficionados a palomas, gallinas, patos o conejos que no estuviesen completamente convencidos de que cada raza principal descendió de una especie distinta. Van Mons, en su tratado sobre peras y manzanas, muestra que no cree en modo alguno en que las diferentes clases, por ejemplo, el manzano Ribston-pippin, o el Codlin, pudieron nunca haber procedido de semillas del mismo árbol. Podrían citarse otros innumerables ejemplos. La explicación, creo yo, es sencilla: por el estudio continuado durante mucho tiempo están muy impresionados por las diferencias entre las diversas razas; y, aunque saben bien que cada raza varía ligeramente, pues ellos ganan sus premios seleccionando estas ligeras diferencias, sin embargo, ignoran todos los razonamientos generales y rehúsan sumar mentalmente las ligeras diferencias acumuladas durante muchas generaciones sucesivas. ¿No podrían esos naturalistas, que, sabiendo mucho menos de las leyes de la herencia de lo que saben los criadores, y no sabiendo más que lo que éstos saben de los eslabones intermedios de las largas líneas genealógicas, admiten, sin embargo, que muchas  de nuestras razas domésticas descienden de los mismos padres, no podrían aprender una lección de prudencia cuando se burlan de la idea de que las especies en estado natural sean descendientes directos de otras especies?

 

 

 

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