Curiosas costumbres de perros y gatos en el párrafo cuadrigentésimo noveno de El Origen de las Especies
Comenzamos una sección sobre los cambios heredados de costumbre o instinto en animales domésticos. Tal y como está escrito el título:
INHERITED CHANGES OF HABIT OR INSTINCT IN DOMESTICATED ANIMALS
No permite saber si el autor identifica el instinto de los animales domésticos con hábito o con cambio de hábito o con cambio de hábito heredado. En cualquier caso se habla aquí de instinto en los animales domésticos, lo cual es correcto, mientras que los instintos domésticos (domestic instincts), una expresión común en toda la sección es algo del todo incorrecto: Una contradictio in adiecto, un fantasma semántico. Los instintos son tendencias naturales y, por tanto, jamás domésticos.
Lo que va a considerar ahora el autor, según dice, es la posibilidad de variaciones heredadas del instinto. Como siempre parte de la dudosa premisa de que lo que ocurra en domesticación será válido en la naturaleza. Los ejemplos de este párrafo son una serie de anécdotas que le han contado al autor, entre otros un Mr St John, sin referencia a publicación científica alguna.
Al referirse a instintos de animales domésticos, el autor emplea el término inapropiado de domestic instincts. Inapropiado porque todos los comportamientos a que se refiere podrían darse en la naturaleza antes de domesticación alguna:
Domestic instincts, as they may be called, are certainly far less fixed than natural instincts; but they have been acted on by far less rigorous selection, and have been transmitted for an incomparably shorter period, under less fixed conditions of life.
409 INHERITED CHANGES OF HABIT OR INSTINCT IN DOMESTICATED ANIMALS.
The possibility, or even probability, of inherited variations of instinct in a state of nature will be strengthened by briefly considering a few cases under domestication. We shall thus be enabled to see the part which habit and the selection of so-called spontaneous variations have played in modifying the mental qualities of our domestic animals. It is notorious how much domestic animals vary in their mental qualities. With cats, for instance, one naturally takes to catching rats, and another mice, and these tendencies are known to be inherited. One cat, according to Mr. St. John, always brought home game birds, another hares or rabbits, and another hunted on marshy ground and almost nightly caught woodcocks or snipes. A number of curious and authentic instances could be given of various shades of disposition and taste, and likewise of the oddest tricks, associated with certain frames of mind or periods of time. But let us look to the familiar case of the breeds of dogs: it cannot be doubted that young pointers (I have myself seen striking instances) will sometimes point and even back other dogs the very first time that they are taken out; retrieving is certainly in some degree inherited by retrievers; and a tendency to run round, instead of at, a flock of sheep, by shepherd-dogs. I cannot see that these actions, performed without experience by the young, and in nearly the same manner by each individual, performed with eager delight by each breed, and without the end being known—for the young pointer can no more know that he points to aid his master, than the white butterfly knows why she lays her eggs on the leaf of the cabbage—I cannot see that these actions differ essentially from true instincts. If we were to behold one kind of wolf, when young and without any training, as soon as it scented its prey, stand motionless like a statue, and then slowly crawl forward with a peculiar gait; and another kind of wolf rushing round, instead of at, a herd of deer, and driving them to a distant point, we should assuredly call these actions instinctive. Domestic instincts, as they may be called, are certainly far less fixed than natural instincts; but they have been acted on by far less rigorous selection, and have been transmitted for an incomparably shorter period, under less fixed conditions of life.
La posibilidad, y aun la probabilidad, de variaciones hereditarias de instinto en estado natural, quedará confirmada considerando brevemente algunos casos de animales domésticos. De este modo podremos ver el papel que la costumbre y la selección de las llamadas variaciones espontáneas han representado en la modificación de las facultades mentales de los animales domésticos. En los gatos, por ejemplo, unos se ponen naturalmente a cazar ratas, y otros ratones; y se sabe que estas tendencias son hereditarias. Un gato, según míster St. John, traía siempre a la casa aves de caza; otro, liebres y conejos, y otro, cazaba en terrenos pantanosos, y cogía casi todas las noches chochas y agachadizas. Podrían citarse algunos ejemplos curiosos y auténticos de diferentes matices en la disposición y gustos, y también de las más extrañas estratagemas, relacionados con ciertas disposiciones mentales o períodos de tiempo, que son hereditarios. Pero consideramos el caso familiar de las razas de perros. Es indudable que los perros de muestra jóvenes -yo mismo he visto un ejemplo notable- algunas veces muestran la caza y hasta hacen retroceder a otros perros la primera vez que se les saca; el cobrar la caza es, seguramente, en cierto grado, hereditario en los retrievers, como lo es en los perros de pastor cierta tendencia a andar alrededor del rebaño de carneros, en vez de echarse a él. No sé ver que estos actos, realizados sin experiencia por los individuos jóvenes, y casi del mismo modo por todos los individuos, realizados con ansioso placer por todas las castas y sin que el fin sea conocido -pues el cachorro del perro de muestra no puede saber que él señala la caza para ayudar a su dueño, mejor de lo que sabe una mariposa de la col por qué pone sus huevos en la hoja de una col-; no sé ver que estos actos difieren esencialmente de los verdaderos instintos. Si viésemos una especie de lobo, que, joven y sin domesticación alguna, tan pronto como oliese su presa permaneciese inmóvil como una estatua y luego lentamente se fuese adelante con un paso particular, y otra especie de lobo que en lugar de echarse a un rebaño de ciervos se precipitase corriendo alrededor de ellos y los empujase hacia un punto distante, seguramente llamaríamos instintivos a estos actos. Los instintos domésticos, como podemos llamarlos, son ciertamente mucho menos fijos que los naturales; pero sobre ellos ha actuado una selección mucho menos rigurosa, y se han transmitido por un período incomparablemente más corto, en condiciones menos fijas de la vida.
Lectura aconsejada:
- Manual para detectar la impostura científica: Examen del libro de Darwin por Flourens. Digital CSIC, 2013. 225 páginas.