El debate entre Cuvier y Geoffroy en 1830: Su hondo significado para el devenir humano
El libro de Hervé Le Guyader, titulado «Geoffroy de Saint Hilaire. Un naturaliste visionnaire», contiene el texto íntegro del tratado “Principes de Philosophie zoologique (Discutés en Mars 1830 au sein de l’Academie Royale des Science)”, de Geoffroy, y los escritos correspondientes al debate con Cuvier. En la vuelta de su portada se encuentra la imagen de arriba, que representa dibujos del corte de un cuadrúpedo plegado sobre sí mismo (A) y el corte de un pulpo (B).
Aunque el debate versaba acerca de la conveniencia o no de buscar un plan único en el desarrollo de los animales, su significado es más profundo. Si aceptamos el plan único, estaremos admitiendo que el hombre es, ni más ni menos que eso: un animal. Pero en 1830 el terreno académico no estaba todavía bien preparado para esto.
Para admitir en los medios académicos que el hombre es un animal será necesario que llueva mucho y que la historia deje caer todavía unos cuantos golpes sobre las espaldas de los intelectuales, que no sobre las del hombre de la calle, para quien las cosas siempre estuvieron más claras. Así, en la primera mitad del siglo XIX; mucho antes de existir una biología moderna; antes de haberse escuchado los azotes repartidos a diestro y siniestro por Nietzsche, por Marx y por Freud, Geoffroy defiende la que luego será una idea central de la biología.
Empieza así a aparecer una densa niebla en torno al reconocimiento generalizado por la Academia de que el hombre es un ser superior, al cual algunas especies animales se parecen más y el que, por lo tanto, ha de ser tomado como referencia en los tratados de Anatomía comparada. El ser humano es, nos dice Geoffroy, simplemente, otro resultado más de la aplicación del mismo plan general.
Copiaré aquí algunos textos de este tratado:
Es en estas circunstancias en las que me propongo dar al público los discursos que se han escuchado en la Academia, exponer el desarrollo de las ideas rivales en el orden de su producción. Pero antes deberé precisar el objeto….
El primer objetivo que se proponen igualmente los dos métodos, es el de saber qué órganos, en los animales corresponden a los anteriormente estudiados y antiguamente denominados en el hombre. Ni el punto de partida ni el de llegada dan lugar a ninguna incertidumbre. Todas las partes del cuerpo humano son conocidas y también se pueden encontrar sus partes análogas en el cuerpo de los animales para re-encontrarlos en su concordancia recíproca a la que se aplican todas las investigaciones de la anatomía comparada. En tanto en cuanto se encuentran semejanzas, son relaciones cuya constatación forma las cúspides de la anatomía transcendente
El método antiguo no ha seguido lo que llamaba la degradación de las formas, siendo parte del hombre, es decir de la organización que consideraba como más perfecta. A cada momento de sus investigaciones, se encuentra con una forma aproximadamente similar, desde donde ella desciende sobre cada diferencia notable. Se propone el conocimiento de tales diferencias….
Este mismo método peca todavía más por insuficiente. Si paráis en los mamíferos fisípedos, no podréis seguir más allá vuestras comparaciones, y sería necesario extenderlas a la consideración del pie de los rumiantes y de los caballos.
Opongamos a los procedimientos que acabamos de mencionar, la conducta que prescribe la teoría de los análogos para llegar a una determinación severa y filosófica de los mismos órganos. Es necesario, en primer lugar, que se dedique a un sujeto neto y bien circunscrito: Es el único modo que tiene de escapar a la influencia solícita de las formas y de las funciones, una influencia que tiende a introducir varias circunstancias, donde no hay que admitir más que un hecho que se trata de examinar. Estamos así más forzados a arrastrarnos de anillo en anillo e invocar desde similaridades aproximadas ahí donde verdaderamente no hay semejanzas verdaderas. Así comenzamos por buscar el sujeto que aporta su condición general, independientemente de todas las disposiciones accesorias, un objeto aislado, que el principio de las conexiones ilumina con su luz y que retiene invariablemente, a pesar de todas sus modificaciones posibles, el contenido de su esencia primitiva, su carácter filosófico de una composición uniforme.
El punto en discusión es de saber, si es con razón o sin ella que he recomendado un método para la determinación de órganos y si éste método es o no preferible al método antiguo y habitual.
Mediante su método Geoffroy defendió la posición de Meyranx y Laurencet y su idea central, la de la existencia de un plan único en el desarrollo de los animales que alcanzaría su mayor esplendor con los resultados de la Biología molecular casi doscientos años después,…
A él, Cuvier opuso argumentos conservadores, por ejemplo, tras hablar de la complejidad de los cefalópodos, dice:
Sin embargo, me he guardado mucho de decir que esta organización, aproximándose, por la abundancia y la diversidad de sus partes, a la de los vertebrados, fuese compuesta igualmente, ni ordenada sobre un mismo plan; al contrario, siempre he sostenido que el plan, que hasta un cierto punto es común a los vertebrados, no se continúa jamás en los moluscos.
En definitiva, y desde la óptica actual, se trata netamente de un debate entre lo que hoy llamaríamos una postura evolucionista (Geoffroy) y una fijista, conservadora (Cuvier) que algunos hoy llamarían incorrectamente creacionista, puesto que Cuvier exponía sus argumentos desde una perspectiva científica. No obstante, otra lectura también hoy ilustrativa, interesante y actual, podría ser que se trata del debate entre el investigador arriesgado e innovador (el genio, Geoffroy) y el conservador (Cuvier). Desde esta perspectiva se puede hoy anotar que si en su época, Geoffroy tuvo ciertos apoyos, en un debate similar, hoy, el investigador arriesgado e innovador tendría pocas defensas frente al conservador, seguramente menos de las que tuvo entonces Geoffroy.
A mi entender, estas son las interpretaciones más justas y coherentes del debate desde un punto de vista actual. Interpretarlo de otra manera resulta en complicar las cosas. No hay razón para debatir, si en la Naturaleza es primero la forma o la función, puesto que jamás se vio a una sin la otra. El planteamiento de Enrico Coen comentado en la entrada anterior, resulta así ligeramente sesgado y algo sospechoso, sobretodo cuando los apartados siguientes de su capítulo se titulan respectivamente “Conflict and controversy” y “The darwinian solution”.
El debate ha sido a menudo malinterpretado, utilizado como telón de fondo para presentar en todo su esplendor a la estrella fulgurante, Darwin; pero la interpretación justa es más bien la contraria, es decir, que en 1830, cuando Darwin era un pimpollo, un joven estudiante de teología en Cambridge, dos sabios franceses disputaban acerca de aspectos esenciales que hay que tener en cuenta para comprender lo que hoy hemos dado en llamar evolución. El pastel se había cocido y se repartía antes de tener un nombre. La que muchos llaman todavía revolución darwiniana, había ocurrido en Paris sin que el joven pimpollo tuviese ocasión, no ya de participar en ella, sino ni tan siquiera de enterarse.
El debate es hoy un tema de actualidad. En este link se encuentra el comentario del libro de Hervé Le Guyader por Phillip R. Sloan, que fue publicado en la revista Metascience (2006) 15:127–131. Comienza así:
A medida que uno se acerca al famoso Museo Nacional d’Histoire Naturelle en Paris desde el norte, a lo largo de la calle de Linneo, la esquina del terreno del Museo marca una bifurcación aguda entre dos calles que limitan la propiedad del Museo, la calle Cuvier va hacia el este a partir del límite noreste de los jardines, y la calle Geoffroy St Hilaire continua hacia el sur para formar el límite oeste. Esta divergencia material de dos calles parisinas parece simblizar las dos carreras de estos que una vez fueron famosos profesores del museo, una vez próximos y que dividieron sus caminos en el gran debate de 1830…….