En contra de la opinión pública, la aportación principal del darwinismo no es la evolución, que es anterior, ni tampoco la selección natural, producto de varios errores consecutivos. Se trata de un conjunto de herramientas en contra de la idea de diseño en la naturaleza. Esa es su principal aportación.

Fracasado como teoría científica, el darwinismo se viene proponiendo desde su origen y con los años, como religión, demostrando así una nueva y sorprendente salida para algunas hipótesis rechazadas de la ciencia. A tal fin, algunos de sus representantes principales adquieren un aspecto semejante al de los antiguos profetas bíblicos. Darwin y Haeckel aparecen con grandes barbas en actitudes semejantes a las de sus contemporáneos Marx y Engels, profetas de una de las tendencias principales del darwinismo que es el marxismo. Mirando atrás, lejos en el tiempo, todos ellos recuerdan vivamente a Isaías o Jeremías en sus representaciones clásicas y barrocas.

El protagonista del cuadro de Rembrandt titulado «Jeremías lamentando la destrucción de Jerusalén», en actitud postrada, nos recuerda a Charles Darwin, quien bien podría haber caído en depresión en el caso de conocer el destino y la relevancia posterior de sus escritos impulsados por la enérgica mano de los Huxley, abuelo y nieto. De haber previsto las aspiraciones religiosas de sus seguidores, seguramente Darwin habría soltado con voz poderosa la expresión que da título a esta obra:

– Quo vadis, Huxley?

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