El texto que sigue, titulado «La ciencia al servicio del imperialismo», es el  Capítulo 2 pp 41- 46, en:  “El Rapto de Higea

Mecanismos de poder en el terreno de la salud y la enfermedad”, por Jesús Garcia Blanca.

«Una ciencia que insiste en poseer el único método correcto y los únicos resultados aceptables es ideología y debe ser separada del estado y especialmente de la educación.»

Paul Feyerabend1

«No hay forma de Poder sobre la gente que pueda ejercerse si no es a través de la mentira […] es la mentira y la mentira presentada como verdad y como objeto de fe lo que ha dado siempre fuerza al Poder y sigue dándosela hoy día […] de forma que  ¿qué duda os cabe de que la encargada del mantenimiento de esta mentira es la ciencia y que no puede declararse inocente de nada?»

Agustín García Calvo2

Empecemos por algunas observaciones necesariamente concisas que sirvan para establecer el contexto de las ideas que alimentan este trabajo.

En esencia se comparte —y se utiliza como herramienta— la concepción foucaultiana3,  que podría resumirse así:

– Cada sociedad tiene su «régimen de verdad».

– La «verdad» está centrada sobre la forma del discurso científico y sobre las instituciones que lo producen.

– La «verdad» es producida y trasmitida bajo el control de aparatos políticos y económicos.

– La «verdad» está ligada a sistemas de poder, que la producen y la sostienen, y a efectos de poder que induce y que la prorrogan.

– «El problema político esencial para el intelectual es saber si es posible constituir una nueva política de la verdad. El problema no es cambiar “la conciencia” de la gente o lo que tienen en la cabeza, sino el régimen político, económico e institucional de producción de la verdad»4.

La «verdad» es la mentira del Sistema que controla los procesos de producción y comunicación de los discursos. Solo produciendo a contracorriente, creando contra la «verdad» ponemos en marcha un auténtico proceso de transformación social.

Mundo virtual, sufrimiento real

La ciencia está siendo utilizada como fuente «objetiva» de conocimiento y producción de «verdad», constituyéndose por tanto en un mecanismo de poder cuya fuerza y efectividad radica precisamente en que no es percibido como tal5.

La interacción entre este mecanismo totalitario —que hace pasar una determinada construcción de la realidad por la realidad misma— y esa nueva ciencia que se presenta a sí misma como interdisciplinar y se adjudica la función de decidir hasta dónde debe dejarse actuar a la ciencia y sus aplicaciones, me refiero a la flamante bioética, abre la puerta a la impunidad: diagnósticos infalibles, curaciones milagrosas, seres humanos a la carta… la imposición sin trabas de un discurso ideológico con graves consecuencias sanitarias y ecológicas, escamoteado tras la pretendida objetividad científica6.

El siguiente extracto de un artículo del ingeniero Javier Aracil expresa de forma muy clara y sintética en qué consiste el actual paradigma científico y cuáles son las relaciones entre ciencia y técnica:

Hemos alterado nuestro entorno sustituyendo progresivamente el mundo natural […] por otro medio artificial en el que nuestra vida es más larga y placentera […]. En la construcción de ese mundo artificial han tenido un papel considerable los ingenieros […] lo peculiar del ingeniero es relacionar mediante un acto de creación todos los elementos necesarios para producir efectos preconcebidos.7

Podríamos acompañar esta declaración con innumerables ejemplos —drásticamente teñidos de prepotencia mecanicista—referidos al ámbito de las biociencias, ejemplos del tipo: «El genoma es un conjunto de instrucciones agrupadas en unidades de información denominadas genes, que conjuntamente forman los cromosomas, situados en el núcleo de cada célula del organismo humano»8.

Esta visión sirve de sostén al discurso ideológico del capitalismo9 y su efectividad se basa —como decíamos— en pasar desapercibida como visión particular, parcial, construida; y, por supuesto, construida desde el sistema de pensamiento dominante.

El éxito del discurso científico ha sido conseguir que las mayorías crédulas formadas en las instituciones educativas del sistema acepten como realidad objetiva exterior lo que no es más que una construcción subjetiva, cuando no un montaje motivado por intereses inconfesables.

Por poner solo dos ejemplos suficientemente conocidos y rigurosamente documentados10 que afectan a figuras intocables de la historia de la ciencia: Galileo no llevó a cabo algunos de los experimentos claves cuyos «resultados» utilizó para refutar a Aristóteles, y Newton «adaptó» los resultados de sus cálculos para hacerlos coincidir con sus previsiones teóricas. El caso del primero es especialmente sangrante al haberse convertido en un símbolo del científico honesto que se opone a lo dogmático. Sin embargo, para justificar su burla del método científico que supuestamente estaba contribuyendo a instituir, escribió: «yo, sin hacer el experimento, estoy seguro de que el efecto tendrá lugar como os digo porque es necesario que así ocurra»11. En cuanto al segundo, considerado como «el científico más grande de todos los tiempos»12, sus manipulaciones fueron descritas por Richard Westfall en Science con el término fudge factor (factor de falsificación), un factor que —como estamos comprobando— no parece precisamente insignificante en los últimos cuatrocientos años de investigación científica. Esto no quiere decir que en los institutos estemos estudiando exclusivamente una sarta de mentiras. Lo que aquí estamos cuestionando es que mediante los métodos que proponen los científicos se puedan establecer verdades. De hecho, Kart Popper planteó precisamente lo contrario13: que lo único que puede demostrarse fehacientemente es lo que es falso, pero no lo que es verdadero. Lo cual implica que las teorías que son aceptadas simplemente lo son porque no han podido ser refutadas, no porque hayan sido demostradas, cosa que según Popper es imposible a partir de la experiencia.

Nos encontramos, pues, en manos de quienes tienen el poder suficiente para conseguir que sus teorías se acepten y para impedir que otros las refuten; o, en caso de que algún investigador honesto lo consiga, simplemente acallarlo, desprestigiarlo, encarcelarlo y lo que haga falta.

Se cumple así de modo rotundo la profecía de Comte. La ciencia funciona estrictamente como una forma de religión14, cuyos dogmas vienen a entroncar con el discurso reaccionario del capitalismo genocida: progreso científico, progreso lineal, progreso económico… para las minorías privilegiadas.

Frente a ese discurso fundamentalista15, aquí se defiende que lo científico no es objetivo —mucho menos cuando se aplica a lo vivo16—, que el método científico —en realidad un mecanismo autorreferente— no es la única posible aproximación al conocimiento, y que la imposición de la ortodoxia —bajo auspicios de la Farmafia y del imperialismo como expresión final de las instancias de poder de Occidente— tiene consecuencias fatales para el medio ecológico y para la salud y el bienestar de la humanidad.

Retomando las palabras de Aracil: en modo alguno vivimos en un mundo artificial que haya «superado» el mundo natural o siquiera se haya independizado de él. Hemos introducido elementos artificiales en el mundo natural; eso no significa que no sigamos sometidos a las leyes de la naturaleza: «en lugar de pretender corregir la naturaleza, aprendamos de ella», decía Wilhelm Reich.

La ciencia ha construido un mundo virtual en el que sus predicciones funcionan, pero las consecuencias reales de sus actos constituyen una agresión contra el equilibrio vital del planeta.

1 «El mito de la «ciencia» y su papel en la sociedad», Cuadernos Teorema, 53, Valencia, 1979, p. 26.

2 Transcripción de su intervención en la mesa redonda «Ciencia: pro y contra», celebrada el 15 de noviembre de 1994 en la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona, Archipiélago, 20, primavera de 1995, pp. 75-83.

3 Flavio GIGLI, «Michel Foucault: aportes para una nueva filosofía política», Problemas de Democracia y Política. Revista Peruana de Filosofía Aplicada (http://filosofia-aplicada.humanists.net/).

4 Michel FOUCAULT, Un diálogo sobre el poder (Bib.), p. 145.

5 «Es precisamente esa pretensión de la ciencia de constituirse en metadiscurso verdadero por encima de las ideologías, saberes y opiniones particulares la que la constituye como ideología dominante […] su capacidad de persuadirnos de que no estamos siendo persuadidos, es precisamente esa mentira verdadera de la ciencia la que hace de ella la forma más potente de ideología en nuestros días: la ideología científica». Enmanuel LIZCANO, Ciencia e ideología. En Diccionario Crítico de Ciencias Sociales . Ver también del mismo autor: «La construcción retórica de la imagen pública de la tecnociencia», Política y Sociedad, 23, 1996, Madrid, pp. 137-146; y «La ciencia, ese mito moderno», Claves de razón práctica, 32, 1993, pp. 66-70.

6 «El progreso científico técnico promovería, en este contexto, la concepción de que su propia práctica responde a un tipo de acción racional descontextualizada

[…] autoadjudicándose asepsia valorativa y aplicando a la obtención de fines “eficaces” que promuevan la disposición técnica. […] La ciencia sería, de todas las actividades humanas, la única que podría sustraerse a la responsabilidad

». María Cristina SOLANGE DONDA, «Producción científica, producción de verdad y discurso ético», Investigación, 8, Universidad Blas Pascal.

7 «Vivimos en un mundo artificial», suplemento Culturas, Diario de Sevilla, 25 de marzo de 1999, pp. 22-23.

8 María del Carmen VIDAL CASERO, «El Proyecto Genoma Humano. Sus ventajas, sus inconvenientes y sus problemas éticos», Cuadernos de bioética Vol. 12, 46, 2001 (ejemplar monográfico: «¿En qué fundamentamos la bioética?»), pp. 393-414.

9 «La ciencia del siglo veinte ha abandonado toda prentensión filosófica y se ha convertido en un gigantesco negocio. Ya no amenaza a la sociedad, es uno de sus más poderosos soportes». Paul K. FEYERABEND, obra citada.

10 Federico DI TROCCHIO, Las mentiras de la ciencia (Bib.), pp. 19-38.

11 Diálogo acerca de los sistemas máximos. Citado por Trocchio.

12 http://es.wikipedia.org/wiki/Isaac_Newton.

13 Karl Raimund POPPER, La lógica de la investigación científica y Conjeturas

y refutaciones: el desarrollo del conocimiento científico (Bib.), entre otras obras.

14 «… la ciencia funciona efectivamente en las sociedades desarrolladas como una forma específica de religión. Su extensión misionera en forma de desarrollo científico-técnico, fuera del cual no cabe salvación, revelaría entonces la llamada modernización como un proceso intrínsecamente religioso. Emanuel LIZCANO, «La Religión científica de la humanidad», Diccionario Crítico de Ciencias Sociales (http://www.ucm.es/info/eurotheo/diccionario/R/index.html).

15 Emanuel LIZCANO, «El fundamentalismo científico». Kiliedro (http://www.kiliedro.com/index.php?option=com_content&task=view&id=103).

16 Respecto al problema de la objetividad científica, Gustavo Bueno escribe: «los asuntos removidos por estas cuestiones no nos parecen propiamente científicos, ni susceptibles de ser tratados “sin prejuicios” con plena neutralidad ideológica […] el tratamiento debido es constitutivamente polémico (dialéctico) y por ello la neutralidad es solo aparente y disimula el peor de los partidismos, a saber el partidismo clandestino, el que se enmascara y no se reconoce como tal a sí mismo» (en «Medicina, Magia y Milagro. Conceptos y estructuras mentales», El Basilisco, 14, 1993). Reich ya advirtió en 1948: «la forma en que se idean y ejecutan los experimentos depende del aparato sensóreo del investigador […] es un error creer que los experimentos por sí solos pueden llevarnos a una conclusión. Siempre es el organismo viviente, sensible y pensante el que explora, experimenta y saca conclusiones» (en «La Biopatía del Cáncer» (Bib.)).

Imagen tomada de blogueros y correpondales de la revolución. Texto: Capítulo 2 pp 41- 46, en: “El Rapto de Higea» de Jesús García Blanca.

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