Notables hechos y especulaciones en relación con los caracteres sexuales secundarios en el párrafo ducentésimo trigésimo segundo de El Origen de las Especies
Al igual que el rey Midas, quien hechizado por Dionisio, convertía en oro todo lo que tocaba, cada observación del autor por sencilla que esta sea se convierte a veces en ley, otras en hecho remarcable. El hecho destacado al principio del párrafo es que:
las diferencias secundarias entre los dos sexos de la misma especie se manifiestan, por lo común, precisamente en las mismas partes del organismo en que difieren entre sí las especies del mismo género.
Aunque en la sentencia anterior la expresión por lo común, hace sospechar que el hecho puede no ser tan remarcable. El autor aporta dos ejemplos: El número de artejos en los tarsos de los éngidos (coleópteros) y la nerviación de las alas en ciertos grupos de los himenópteros cavadores.
Uno no sabe muy bien qué puede sacar el autor de esta ley. El final del párrafo es digno de análisis aparte:
considero todas las especies de un mismo género como descendientes tan indudables de un antepasado común como lo son los dos sexos de una especie. Por consiguiente, si una parte cualquiera del organismo del antepasado común, o de sus primeros descendientes, se hizo variable, es sumamente probable que la selección natural y la selección sexual se aprovechasen de variaciones de esta parte para adaptar las diferentes especies a sus diferentes lugares en la economía de la naturaleza, y también para adaptar uno a otro los dos sexos de la misma especie, o para adaptar los machos a la lucha con otros machos por la posesión de las hembras.
¿Qué evidencias ha presentado el autor en favor de que los dos sexos de la misma especie procedan de un antepasado común? ¿Cómo puede hacerse variable una parte de un organismo? ¿Qué necesidad hay de invocar a la selección natural en toda esta amalgama o conjunto heteróclito de procesos?
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It is a remarkable fact, that the secondary differences between the two sexes of the same species are generally displayed in the very same parts of the organisation in which the species of the same genus differ from each other. Of this fact I will give in illustration the first two instances which happen to stand on my list; and as the differences in these cases are of a very unusual nature, the relation can hardly be accidental. The same number of joints in the tarsi is a character common to very large groups of beetles, but in the Engidae, as Westwood has remarked, the number varies greatly and the number likewise differs in the two sexes of the same species. Again in the fossorial hymenoptera, the neuration of the wings is a character of the highest importance, because common to large groups; but in certain genera the neuration differs in the different species, and likewise in the two sexes of the same species. Sir J. Lubbock has recently remarked, that several minute crustaceans offer excellent illustrations of this law. «In Pontella, for instance, the sexual characters are afforded mainly by the anterior antennae and by the fifth pair of legs: the specific differences also are principally given by these organs.» This relation has a clear meaning on my view: I look at all the species of the same genus as having as certainly descended from the same progenitor, as have the two sexes of any one species. Consequently, whatever part of the structure of the common progenitor, or of its early descendants, became variable; variations of this part would, it is highly probable, be taken advantage of by natural and sexual selection, in order to fit the several places in the economy of nature, and likewise to fit the two sexes of the same species to each other, or to fit the males to struggle with other males for the possession of the females.
Es un hecho notable que las diferencias secundarias entre los dos sexos de la misma especie se manifiestan, por lo común, precisamente en las mismas partes del organismo en que difieren entre sí las especies del mismo género. De este hecho daré como ejemplos los dos casos que, por casualidad, son los primeros en mi lista; y como las diferencias en estos casos son de naturaleza muy extraordinaria, la relación difícilmente puede ser accidental. El tener un mismo número de artejos en los tarsos es un carácter común a grupos grandísimos de coleópteros; pero en los éngidos, como ha hecho observar Westwood, el número varia mucho, y el número difiere también en los dos sexos de la misma especie. Además, en los himenópteros cavadores, la nerviación de las alas es un carácter de suma importancia, por ser común a grandes grupos; pero, en ciertos géneros, la nerviación difiere mucho en las diversas especies, y también en los dos sexos de la misma especie. Sir J. Lubbock ha señalado recientemente que diferentes crustáceos pequeños ofrecen excelentes ejemplos de esta ley. «En Pontella, por ejemplo, las antenas y el quinto par de patas proporcionan principalmente los caracteres sexuales; estos órganos dan también principalmente las diferencias específicas». Esta explicación tiene una significación clara dentro de mi teoría: considero todas las especies de un mismo género como descendientes tan indudables de un antepasado común como lo son los dos sexos de una especie. Por consiguiente, si una parte cualquiera del organismo del antepasado común, o de sus primeros descendientes, se hizo variable, es sumamente probable que la selección natural y la selección sexual se aprovechasen de variaciones de esta parte para adaptar las diferentes especies a sus diferentes lugares en la economía de la naturaleza, y también para adaptar uno a otro los dos sexos de la misma especie, o para adaptar los machos a la lucha con otros machos por la posesión de las hembras.